jueves, 28 de abril de 2011

Un paseo por Las Ollerías

Entre las grafías que contiene todo libro, prefiero tres: las geografías íntimas, las biografías en voz baja y las cartografías familiares. Pérez Azaústre las convoca en Las Ollerías. El autor se adentra en los umbrales de la memoria, ese territorio resbaladizo por antonomasia, quizá porque está hecho de la misma materia que los sueños, y, como ellos, sufre espejismos inflamables y padece deformaciones congénitas. Sin embargo, el lector no encontrará en Las Ollerías un planto por lo que pudo haber sido (y a menudo fue), ni un lamento por las posibilidades que se cierran cada vez que abrimos una puerta. Las evocaciones de “Los nadadores” conviven con los vislumbres de un paraíso que siempre estuvo al otro lado, las reflexiones poéticas a propósito de una prosaica contractura y las visiones que se derraman en unos versos que van a dar al mar de la elegía. Pero decía antes que Las Ollerías no solo es una home movie con el retrovisor puesto en el arcén del pasado. Y no lo es porque el lenguaje de Pérez Azaústre no se aviene con la gastada retórica de unas palabras de familia en las que no siempre logramos reconocernos. En sus páginas hallamos un caleidoscopio de imágenes, un laberinto de asociaciones germinativas y un verbo que ensaya sin descanso la conjugación de fabular. Sabemos que hasta Homero duerme de vez en cuando, pero el vigía que habita en Las Ollerías no está dispuesto a dejarse vencer por la modorra. “Tras la casa vacía, en su rapto de peces, / quizá me reconozcas bajo el vientre de escamas / porque he salido a flote y soy la eternidad”. Así termina la letra de Las Ollerías, aunque su espíritu y su música nos seguirán acompañando durante mucho tiempo.


martes, 26 de abril de 2011

El hombre que soñó con Chagall

Ha muerto el poeta chileno Gonzalo Rojas. Y leo, en la semblanza que le dedica Juan Carlos Mestre, una frase que contiene toda la verdad de los epitafios y todo el azogue de los versos: “Así era su vida cotidiana, una conversación entre los muertos de Comala y las chicas que aún sueñan con John Lennon”. En su poema “Tela de Chagall”, Gonzalo Rojas escribía sobre las novias de los cuadros de Chagall, que sueñan con elevarse hacia las constelaciones como si fueran personajes de García Márquez. En la nocturnidad de ese cielo profano es probable que alguna vez les guiñe un ojo un astro llamado Gonzalo Rojas.

sábado, 23 de abril de 2011

Día del book

Como todas las realidades en supuesto peligro de extinción, el libro también tiene consagrado su día en el santoral profano (y santjordiano en Cataluña). Sin embargo, me barrunto que el curioso objeto seguirá disfrutando durante algún tiempo de una envidiable mala salud de hierro. Puede que el pixelado e-book —ese nuevo invento de la era posgutenberg— acabe por sustituir a la página impresa, para desgracia de los miopes impenitentes como un servidor. O puede que no. En cualquier caso, entregarse a profecías agoreras por un simple cambio de soporte tiene algo de la melancólica tristeza del monje cisterciense frente al luciferino oficio de la imprenta. Así que, ya saben: sobre todo en estas fechas, santifiquen las fiestas. Y, por si hay algún libroescéptico en la sala, a continuación tienen disponible, a un solo clic, un ilustrativo vídeo.  


jueves, 21 de abril de 2011

Pasos

Anoche pasé —sin apenas transición— del fervor católico de la Semana Santa al fervor catódico de la Copa del Rey. Y esta mañana me he despertado dispuesto a cantarle las cuarenta (principales) a la España “devota de Frascuelo y de María”. Pero de repente, frente a la pantalla del ordenador, he pensado que todo consiste en rebajar el fervor con unas gotas de agnosticismo. A debida distancia, las procesiones de estas fechas son un espectáculo razonablemente ameno y posmoderno, en el que conviven las tallas de madera hiperrealistas, las mangas y capirotes de diverso cromatismo, las desconsoladas manolas entradas en carnes y los niños que juegan a apedrear, a caramelazo limpio, al amedrentado público y a las impertérritas farolas. Lo mismo ocurre con el panteón de santos laicos que se pasea por los verdes prados de la TDT. Si uno no es un forofo acérrimo de tirios y troyanos, lo mismo puede disfrutar con los regates inverosímiles de Messi —ese demiurgo bajito al que no le quitan la pelota ni por descuido— y con los acelerones de Cristiano Ronaldo —ese tren de alta velocidad que no se despeina ni rematando de cabeza—. Será que me estoy volviendo sentimental. O que estoy a un paso de la devoción.  

lunes, 18 de abril de 2011

Problema ferroviario

Si un tren con inmigrantes tunecinos sale de Génova a las 14:17, ¿cuándo llega a Francia? ¿Llega? ¿Quién ha montado a los tunecinos en el tren?

viernes, 15 de abril de 2011

Una foto en construcción

Una cubierta siempre tiene una historia oculta, una vida secreta o, al menos, una madeja de la que tirar. La cubierta de Página en construcción se localiza en Colonia del Sacramento (Uruguay), algo semejante a un paraíso a tiro de piedra del obelisco por antonomasia. A Colonia del Sacramento acuden en la tercera edad los bonaerenses que pueden permitirse el lujo de una jubilosa jubilación, y en la ultravida —por riguroso orden jerárquico, empezando por Corrientes— todos los demás habitantes de la bulliciosa cosmópolis. Como decía, Colonia del Sacramento es lo más parecido a un paraíso austral, con locales de parrilla, lugareños estoicos y turistas sentenciados a los rigores peripatéticos y a las expansiones verbales del city tour. La foto no le hace justicia: en Colonia del Sacramento hay más que muros y grafitis, aunque también hay muros y grafitis. Colonia del Sacramento es una ciudad de cuento de hadas sin final feliz, una Brujas reflejada en las aguas turbias del hemisferio sur, un pulmón artificial diseñado para una clase media en peligro de extinción. Por eso —y porque sale en una novela de Martín Kohan— me gusta Colonia del Sacramento. Aunque, llegado al arrabal de senectud, sueño con retirarme (por supuesto, sin pensión completa) a un lugar al lado de Benidorm al que hace tiempo que le tengo echado el ojo…

martes, 12 de abril de 2011

Dos hombres sin piedad (Baltasar Garzón vs. Sidney Lumet)

Es casi una exigencia del guion. Cuando a un periodista, columnista, dentista o radioaficionado se le ocurre defender al juez Garzón, comienza indefectiblemente su excurso alegando que nada más lejos de su intención que cuestionar a los jueces y a la judicatura. Y, si a algún imprudente se le escapa una (velada) osadía suprema, se le tilda de quintacolumnista, anticonstitucional y potencialmente jacobino antes de despacharlo con cajas destempladas. No deja de sorprenderme la timorata unanimidad hasta en los tertulianos más curtidos. Imagino que no se podrá considerar una obligación, pero supongo que debería constituir un derecho hablar de los jueces, e incluso cuestionar a veces sus decisiones, Y precisamente en esas estaba cuando leí un panegírico del recientemente desaparecido Sidney Lumet y recordé Doce hombres sin piedad, o cómo se pueden desmontar los prejuicios a los que se enfrentan los miembros de un jurado popular a base de darle vueltas de tuerca a lo que aparentemente no tiene vuelta de hoja. Ya no se hacen películas conversadas como la de Lumet, quizá porque la palabra ha perdido la ídem. Tampoco quedan apenas testimonios de su generación, aquellos hijos de la televisión que no revolucionaron el lenguaje audiovisual, pero que supieron mostrar los dobleces y las costuras de la realidad. En la época de los hijos de Internet, en la que proliferan los polemistas, no estaría mal que empezáramos por probarnos el disfraz de ciudadano. Aunque nos toque pagar el pato y hasta el traje.


sábado, 9 de abril de 2011

La baraja de José Antonio Gabriel y Galán

Acaba de publicarse, en una cuidadísima edición de la Editora Regional de Extremadura, la poesía completa de José Antonio Gabriel y Galán. Se titula Último naipe, y ha sido un placer ejercer de croupier literario del volumen. En sus páginas se incluyen los tres libros impresos en vida del autor, que no merecen la mala suerte de pasar inadvertidos. La apasionada impugnación cartesiana de Descartes mentía, el abordaje ideológico de Un país como éste no es el mío y la inmersión en el trasmundo visionario de Razón del sueño configuran las facetas de una obra redactada al margen de escuelas y tendencias. Pero no nos engañemos. Gabriel y Galán no fue un lobo estepario seducido por la solitaria vocación del náufrago, sino un escritor total que trató de reflejar su impronta en los diversos géneros por los que transitó con ejemplar desenvoltura: unas cuantas novelas de recuento generacional, un puñado de versos memorables y un diario que se enfrenta a la enfermedad y a la muerte sin miedo ni esperanza. Último naipe se completa con una amplia selección de textos inéditos y con unas palabras introductorias a cargo de Antonio Gamoneda. Las cartas ya están sobre la mesa. Hagan sus apuestas.



Último naipe

Hay veces en que un naipe descubierto al desgaire
conduce a la melancolía.
En la última carta siempre asoma la nada,
se percibe su larva,
se arrastra entre caballos macilentos,
gime al amanecer,
se recogen las pérdidas, el humo,
y un aroma de muerte pasea entre las mesas.

miércoles, 6 de abril de 2011

Fotos y fotomatonas

Ya lo decía Walter Benjamin: la fotografía ha perdido el aura, ese discreto encanto de la lejanía que tuvo en sus comienzos. Tal vez por profesar fidelidad a Benjamin y por fastidiar al aprovechado de Daguerre, no soy proclive a hacer fotos ni en los viajes, ni en las celebraciones, ni en los momentos de sedentarismo doméstico. Podría parapetarme tras alguna pedantería biensonante. Afirmar, por ejemplo, que prefiero guardar los paisajes en la retina de la memoria o recordar como por anamnesis platónica los lugares en los que una vez estuve. Pero mentiría como un bellaco. No me gusta hacer fotografías por simple pereza. Detenerme a fotografiar algo me provoca ese aburrimiento mortal que solo pueden causar los actos cotidianos y semirreflejos, como reponer el azúcar en el azucarero, aliñar la ensalada, atarse los zapatos o hacer la cama. Solo hay algo que me aburre más que hacer fotos: ver las que otros han hecho. Y no digamos si se trata de un publirreportaje al más puro estilo National Geographic, o de esa curiosa costumbre que se ha impuesto en las bodas, donde uno ve crecer literalmente a los novios ante sus ojos y ante la tarta flambeada de tres pisos. Sobre esta última práctica tengo la teoría de que se trata de una estrategia netamente Bonnie & Clyde para liquidar de emoción a alguna tía lejana y repartir la herencia entre los demás familiares. Además, reconozco que no me manejo demasiado bien con los encuadres: la fotografía requiere una paciencia (que no circulen peatones, que no se vean las matrículas de los automóviles, que nadie respire fuerte) que me resulta francamente antinatural. Soy, por decirlo de un modo eufemístico, un Ed Wood de la fotografía. Pese a ello, la cubierta de Página en construcción tiene una foto y una microhistoria. Otro día se la contaré. Pero les adelanto que yo tampoco estaba en el fotomatón.

sábado, 2 de abril de 2011

Rescátame (Deluxe)

Un día de estos nos van a rescatar a todos. Ya saben cómo andan las cosas: los bancos rescatan a las cajas, los rescatadores oficiales liberan a los países, y los bancos y las cajas rescatan a los países previamente liberados y amenazan con rescatar a los por liberar. Un embrollo. Mientras esperamos a que alguien nos rescate del árbol al que parece ser que hemos trepado —aunque nadie sabe por qué hemos escalado hasta la última rama—, me pregunto cómo será la vida en un país rescatado. Perdón: no me refiero a la vida, sino a las vidas. Imagino que las piedras del Partenón, las pintas del Temple Bar y las tabernas del Bairro Alto seguirán siendo museos más o menos atractivos para los turistas low cost de un orbe en rebajas. Pero, cuando auguran un rescate en el telediario, pienso en el guía del Partenón, en el camarero detrás de la barra del Temple Bar y en el cocinero que prepara un bacalao tres delicias (o cuatro quesos) en una taberna del Bairro Alto. Por más que se empeñen los políticos, la salud de los bancos no es la de los ciudadanos, aunque a algunos les cueste una enfermedad pagar la hipoteca. Sí, ya sé: Julio Iglesias decía que “la vida sigue igual”. Y Darwin concedía a la especie humana un nivel de resistencia medio-alto a la selección natural. Pero me cuesta pensar que eso que los recepcionistas (de la Estética) llamaban “horizonte de expectativas” sea el mismo antes del rescate que después de la reconquista. Me da la sensación de que sobrevivir tras el rescate será como intentar detener un tsunami con un paraguas. Por lo pronto, cómprense un paraguas (o, al menos, un impermeable con doble capa).