jueves, 27 de febrero de 2014

Los versos más tristes esta noche (Félix Grande en dos secuencias)



En el esquivo mundo de las afinidades literarias, a menudo nos sentimos defraudados cuando les ponemos rostro y psicología a quienes hasta el momento solo les habíamos atribuido voz y letra. No obstante, existen algunas excepciones a esa norma. Sin duda Félix Grande era uno de esos casos; un ejemplo de que la personalidad y la persona no son entidades irreconciliables, por más que Rimbaud se empeñara en convencernos de lo contrario.
   Coincidí con Félix Grande en dos ocasiones. La primera vez fue con motivo de un premio que concedieron a mi ópera prima, en un acto en el que también se distinguía a figuras más distinguidas de otros gremios. Yo deambulaba como un flâneur cualquiera entre artistas egregios y tortillas deconstruidas, sin atreverme a pedirles un autógrafo a los primeros ni a hincarles el diente a las segundas (luego descubrí que la cuchara era preceptiva). También me había acercado a la obra de Félix Grande como un paseante distraído, tras extraviarme por varias antologías y hacer parada y fonda en algunos de sus poemas. En aquellas fechas el autor había publicado La balada del abuelo Palancas, una extraordinaria novela que hundía sus raíces en tierras manchegas y elevaba sus ramas hacia los cielos del realismo mágico. Mientras devoraba las páginas de ese libro inclasificable pensaba en su genealogía casi quimérica. Solo si García Pavón ―el creador del genial inspector Plinio― se hubiera sumergido en la Rayuela de Cortázar, habría acertado a concebir algo similar. La balada… era un monumento a la memoria colectiva, y su artífice navegaba con tino entre esas dos ínsulas cervantinas que llamamos tradición y modernidad. Esa noche tuve la impresión de que en el propio Félix Grande se conjugaban con naturalidad ambas facetas. Al ir a recoger el galardón, más abrumado por el peso literal que por la responsabilidad literaria que se me venía encima, me miró con una pizca de compasión y me dijo: “Bienvenido a territorio comanche”.
    Volví a verlo unos años después. Interveníamos en un programa de radio que se emitía en Alicante. Por entonces había leído las apasionadas y apasionantes rubáiyátas del heterónimo Horacio Martín, compuestas con la aquiescencia de Omar Khayam. Me había dejado arrastrar por la cadencia rota de Blanco Spirituals, el libro que ―con permiso de Blues castellano, de Antonio Gamoneda, y de algunos interludios musicales de Ángel González― contribuyó a que la lírica española del medio siglo sonara de otra manera. E incluso tenía mi “poema favorito” de Félix Grande: “Espiral”, un tapiz cosmogónico y fragmentario que demostraba que la historia de la humanidad se muerde la cola. Félix Grande me atacó a traición. Cuando llegó el turno de leer nuestros poemas, me arrebató el libro que yo acababa de publicar y recitó mis versos balbucientes con rotundidad enérgica. Condenado de antemano al fracaso en aquella dispar tensón, cogí la Biografía de Félix Grande por las hojas, y empecé a leer: “Ofendo, como ofenden los cipreses. Soy / el desanimador”. Y así continué hasta el estremecedor desenlace: “Ofendo como ese camino que conduce / al cementerio. Como la cera ofendo, amada. / Como la cera, madre. Desanimo y ofendo, / madre, como las flores que mienten en las lápidas”. Después aparecieron La cabellera de la Shoá, incluido como colofón de su poesía completa, y Libro de familia. Para el flamencólogo, el hombre y el escritor que comparecieron bajo el nombre de Félix Grande no hay mejor plegaria que la que el poeta dedicó a la guitarra de Paco de Lucía: “Y que Dios te bendiga por ese ruido eterno / que suena como suena la palabra perdón”.

Publicado en el suplemento “Arte y Letras” del diario Información, el 27 de febrero de 2014

martes, 25 de febrero de 2014

Menos samba y más crítica



Al margen de su condición de poeta, tengo a Martín López-Vega por un lector informado y por un crítico literario con olfato (esto es, por alguien más instintivo que metódico). Sin embargo, ya se sabe que hasta Homero ronca de vez en cuando. Por eso me permito señalar abierta y públicamente los delitos y faltas en que incurre López-Vega en la reseña del último número de la revista ÍNSULA, acogida en su blog “Rima interna”. Remedando el título de una difundida crónica suya, me parece que el autor ha escrito una reseña tonta de remate, tan atrabiliaria como apresurada. Hete aquí algunos de los argumentos que el crítico utiliza para expresar sus reservas hacia el monográfico, y deben de parecerle motivos de peso cuando cree conveniente reforzarlos en negrita: nos encontramos ante “un puñado de artículos cargados de generalizaciones” (¿hay mayor generalización que decir que algo está cargado de generalizaciones?), “el libro está lleno de teoría decorativa” (ni una revista es un libro, ni sé yo qué pueda ser tal “teoría decorativa”, a menos que se nos acuse de propalar el feng shui lírico), o “hay una inflacción de importancia concedida a cosas nimias” (destacar tal brindis al sol es un buen ejemplo del vicio que censura, amén de que la palabra “inflación” lleva una sola c; y no por reduplicar la consonante es más inflacionaria). Lo cierto es que rebatir las ideas de López-Vega sobre la poesía española actual resulta una tarea ardua, pues, si bien de su artículo se infiere lo que la poesía no debe ser, no hay ni una sola línea sobre lo que sí es o puede ser. Pero veamos con más detalle sus razonamientos: 

1) Al crítico le preocupa particularmente que abunden las referencias de títulos poéticos en los artículos, en especial los que “huelen a teoría, a manifiesto, a excusa pra no profundizar”. De lo anterior se colige que es factible ―y hasta deseable― que un monográfico sobre la poesía española contemporánea no incluya muchos títulos de poesía española contemporánea, o bien que sus colaboradores escojan aquellos rótulos más neutros y menos significativos para demostrar que también los conocen. Pero me parece a mí que insistir en la relevancia de ciertos marbetes ―por mucho que se hayan convertido en lugares comunes, o precisamente por ello― no es un ejercicio de pereza, sino de metonimia. Al fin y al cabo, salvo que se demuestre lo contrario, el título de un libro de poemas no es un capricho dictado por las musas, sino una decisión del autor, y, como tal, un síntoma de lo que el lector puede encontrar en sus páginas. O eso creía yo. 

2) A López-Vega le molesta que, entre las influencias más destacadas, no se cite más que a algunos norteamericanos obvios (lo cual no es del todo cierto, pero no nos pongamos quisquillosos). En sus palabras, “mejor hubiera sido centrarse en tres o cuatro poetas y estudiarlos a fondo que no este retrato desde tan lejos en el que es imposible reconocer a nadie repleto”. No seré yo quien diga que quizá no hubiera sido mejor esa propuesta. Pero me temo que entonces el monográfico tendría que haberse titulado “La influencia de tres o cuatro poetas extranjeros (no obvios) en la poesía española contemporánea”. Sacrificar las voces textuales para resaltar los ecos intertextuales me parece hacerles flaco favor a las primeras y a los segundos. O puede que López-Vega se refiera a que hubiese sido preferible radiografiar a tres o cuatro poetas españoles contemporáneos en lugar de trazar una visión global. En ese caso, me parece que el  panorama se hubiese reducido a un “orama” sin más soporte que las preferencias de cada cual. Y, puestos a precisar, ignoro qué es “reconocer a alguien repleto” (¿será conocerlo después de cenar?). 

3) Dice el autor que la antología Poesía de la experiencia “no aportó absolutamente nada a nadie (salvo a Bagué, por lo que se ve)”. Sin embargo, me pregunto cómo se determina la aportación de una antología. ¿En qué página web está la lista? Puestos a matizar exageraciones, ¿por qué no decir que las antologías de Gerardo Diego sobre el 27 no aportaron nada a nadie? ¿O que tampoco lo hicieron las selecciones de Castellet? Está bien tener un juicio propio sobre todas las cosas, como le ocurría a un personaje de Jardiel Poncela, pero no estaría mal justificar tal exceso de taxatividad en algunos casos. A menos que uno considere que su palabra es un criterio de autoridad, claro. No obstante, para que el lector acepte sin rechistar esa autoridad, sería conveniente que el crítico hubiera escrito antes algo así como la Historia de las ideas estéticas en España, por aducir un ejemplo muy poco posmoderno. 

4) Cito: “Por lo que a mí respecta, le agradezco a Domingo Sánchez Mesa que me eche de menos en la antología Quien lo probó lo sabe, pero lo cierto es que estoy. Aunque por lo que se ve mi presencia es bastante poco memorable: uno de los dos responsables de la antología, Luis Bagué, es también co-responsable de este número de Ínsula y no ha pillado el gazapo. O él también se ha olvidado de mí, snif, o los coordinadores tampoco han pasado de leerse los títulos de los artículos…”. Aquí es Martín López-Vega quien demuestra haberse leído a la ligera el artículo de Sánchez-Mesa. En él se dice, en efecto, que Martín López-Vega no está… donde le corresponde, según el autor del artículo (es decir, en la parte “pictórica” de la antología). No obstante, unas líneas más adelante, sin salirse del repaso de la misma antología, Sánchez-Mesa alude explícitamente a López-Vega, con títulos de publicaciones y años de publicación. ¿Lo ves, Martín? Nadie se ha olvidado de ti.  

5) “Pero me hubiera gustado leer algo más concreto sobre las propuestas valiosas que hay en la poesía española de ahora. Algo sobre cómo la poesía propone una crítica del sistema (que la hay), por ejemplo”. Aquí se confirma que, definitivamente, hemos leído diferentes revistas. Yo juraría que Araceli Iravedra dedica 22 000 caracteres (con espacios) a abordar “cómo la poesía propone una crítica del sistema”. Y agregaría que Laura Scarano y que un servidor también decimos algo al respecto.

En fin, podríamos continuar jugando al ping pong con López-Vega un rato más. Criticar al crítico es un viejo deporte ―sí, todavía más vetusto que ÍNSULA―, y suele provocar bastante alborozo entre la concurrencia. Sin embargo, de poco sirve cuando se comentan tres o cuatro vaguedades con criterios entre etéreos y pintorescos, o cuando se dan por resueltas cuestiones de enjundia con una finta pretendidamente ingeniosa que, más que saludable mala leche, rezuma leche fermentada. Amigo Martín, menos samba (retórica) y más crítica (poética). Pues eso.

jueves, 6 de febrero de 2014