lunes, 10 de agosto de 2015

Huir hacia delante: HUIR VERANO, de Nacho Escuín



Nacho Escuín (Teruel, 1981) no solo es autor de una amplia y sólida obra lírica, sino que también reúne las condiciones simultáneas de profesor universitario, editor literario y gestor cultural. Asimismo, ha publicado un ensayo fundamental para entender la poesía neorrealista en lo que va de siglo: La medida de lo posible. Fórmulas del nuevo realismo en la poesía española contemporánea (Universidad de Valladolid, 2012). Pese a este antecedente, Huir verano (La Isla de Siltolá, 2014) se instala en una cosmovisión y hasta en una cosmodicción netamente romántica. No me refiero a la presencia de un romanticismo decorativo, ni a la perversa alegría con la que la categoría de lo romántico se aplica a las canciones de radiofórmula. Se trata de algo mucho más serio. Nacho Escuín apuesta por una identidad escindida en la que resuena la fractura entre el yo y el mundo; defiende la solidaridad recíproca entre bondad y belleza, y elabora un discurso al tiempo sensitivo y reflexivo, alzado sobre la plétora versicular.

            El primer texto es un “Autorretrato con espejo” ―Ashbery demostró que los espejos en poesía siempre son convexos― donde se refleja la imagen de un vacilante espejismo sentimental: “De Londres y aquel viaje ya solo me queda una chaqueta de terciopelo azul como la que Browne cosió para John Keats. Eso y la certeza de que jamás uno de mis versos rozará los suyos”. Después de este poema-prólogo, en Huir verano se suceden treinta y dos composiciones ―y algunas variaciones desesperadas― que abundan en metáforas especulares y en digresiones especulativas. Desde la convicción de que “se ha partido la vida en dos mitades”, el sujeto intenta recomponer los añicos de su experiencia y cicatrizar una herida abierta. Para ello, emprende un camino de imperfección pautado alternativamente por el dolor y la revelación. El libro se erige en un cancionero de ausencias, en un “llanto / letanía” que oscila entre la imprecación contra el mundo y la oscura plegaria (“poética de la angustia y la nada, / poética de los días azules barridos por el viento”). A veces hallamos una imaginería alegórica, de tintes expresionistas, y a veces un nihilismo declarativo que nos invita a ver el vaso medio vacío. Con todo, el itinerario termina con otro “Autorretrato” que ofrece la foto finish de una redención: “No perdona quien quiere sino quien puede”. El poemario se organiza alrededor de un conjunto de núcleos semánticos que se asoman a la intemperie existencial: un blanco nuclear que remite a la ebria claridad de Claudio Rodríguez; el huracán que borra las huellas del pasado; o la maleza del lenguaje, entre la que el autor se abre paso a machetazos. Pero Huir verano también es un recorrido intertextual que va desde la cosmética de Baudelaire (“Ya lo sé, existen perfumes resplandecientes”) hasta la ética de Quevedo (“Para vivir, para morir, solo estás en este mundo”), pasando por Juan Ramón Jiménez, Gil de Biedma e incluso The Smiths. Ejemplo de ello es el único verso del que consta el poema XVII (“Las luces te guían a casa de nuevo”), que recicla la letra del último himno romántico: There’s a light that never goes out.

            No obstante, no todo es grávido ni grave en estas páginas. Así, hay sentencias irónicas que funcionan como improvisados aforismos (“Poseo la virtud de elegir tan mal los libros como los amigos”), peculiares estados de ánimo (“Hoy estoy imposible”) y atisbos de un desencanto posmoderno (“el mundo es ya un póster colgado en la pared”). Me da la impresión de que con este libro Nacho Escuín cierra una etapa y abre un nuevo y sugerente horizonte creativo. Sin duda, la fuga de Huir verano es una huida hacia delante.


Publicado en el suplemento “Arte y Letras” del diario Información, el 30 de julio de 2015

miércoles, 5 de agosto de 2015

Estos libros son para el verano (dos propuestas)



Mircea Cărtărescu, El Levante, Madrid, Impedimenta, 2015. Trad. de Marian Ochoa de Eribe. Pról. de Carlos Pardo.



¿Por qué? Porque El Levante es una parodia infinita, un canto épico al melting pot del siglo XIX y un viaje por Europa salpicado de gozosos anacronismos. Porque un largo poema se convierte en una narración trepidante. Porque una narración breve se transforma en un mosaico poético. Porque El Levante defiende el poder subversivo de la fantasía en los tiempos del comunismo real. Porque se trata de una novela bizantina con piratas románticos, hermosas moriscas y un autor desdoblado en personaje. Porque hay un vuelo en zepelín. Porque todos somos rebeldes en Valaquia. Porque el autor de El Levante es Cide Hamete. Porque El Levante no se acaba nunca. Porque El Levante empieza donde terminan Beckett y Joyce. Porque hay que leer a Mircea Cărtărescu.





Andrés Neuman, El que espera, Madrid, Páginas de Espuma, 2015.



¿Por qué? Porque estos relatos hacen que lo insólito parezca plácidamente anodino y lo anodino perfectamente insólito. Porque la cortesía del cuentista es el sentido del humor. Porque less is more. Porque esta edición, a la vez aliviada y aumentada, nos permite acercarnos con nuevos ojos a un libro que es otro aunque siga siendo el mismo. Porque hay un aforista y un poeta emboscados tras cada adjetivo. Porque el narrador nunca se concede el capricho de la omnisciencia. Porque nos encontramos con suicidas ejemplares, placebos y venenos, amores letales, sujetos pacientes y agentes obsesivos. Porque el cuento “es el género que mejor sabe guardar un secreto”. Porque hacen un cameo Gustave Eiffel y Jorge Luis Borges. Porque hay que leer a Andrés Neuman.



Publicado en el suplemento “Arte y Letras” del diario Información, el 30 de julio de 2015

sábado, 1 de agosto de 2015

Las cosas por su nombre: HOTEL VIVIR, de Fernando Beltrán



Cuatro años después de la publicación de su obra reunida, Fernando Beltrán vuelve con Hotel Vivir a la primera línea del Parnaso. Aunque se trata de un libro unitario, los poemas tienen vistas a tres espacios discursivos: el laberinto de la identidad (‘Hotel Vivir’), la representación estética (‘Hotel Belleza’) y la tensión verbal (‘Hotel Decir’). A partir de esta premisa, el balance existencial comparte habitación y red wifi con la emoción solidaria. Las relaciones paternofiliales, el inventario de pérdidas y la voluntad de amar “a brazo partido” conectan el recinto doméstico con el microcosmos social y reciclan los viejos sentimientos con palabras nuevas: “aprender a leer, amar, vivir // errar de nuevo”. 

Por una parte, la concepción de la escritura como reconocimiento permite evocar las lecturas de juventud (‘Cien años de soledad’), cantar a un erotismo macerado por la edad y reivindicar algunos eslóganes melancólicos: “No regreses al lugar donde fuiste feliz”. Por otra parte, Hotel Vivir es también un ejemplo de esa “poesía entrometida” (Beltrán dixit) que encierra una ética del oficio y que habla cara a cara con el mundo. Los campos de exterminio del nazismo, las declaraciones del maquinista después de un accidente ferroviario y la crónica de la inmigración funcionan como metáforas de la condición humana y de las trampas del azar. Así se advierte en el extraordinario ‘Cuarenta minutos con Theo Angelopoulos’, donde la muerte del cineasta griego es el fundido en negro que clausura un tiempo y una civilización: “Una noche sin niebla. Siglo Veinte”.

Alguien que se dedica a armar palabras debe profesar devoción a los manuales de instrucciones. Si en ‘Los lápices de Ikea’ se explicita la distancia entre los muebles suecos y los seres urbanos, ‘Instrucciones para el día después’ se erige en un pequeño testamento en el que el autor entrega un legado heterogéneo, entre la plenitud y la intemperie: “Amé y fui amado. // Para mí las bufandas y el más grueso calcetín de lana”. La riqueza tonal y los hallazgos expresivos de este libro confirman a Fernando Beltrán como uno de esos poetas esenciales que saben llamar a las cosas por su nombre.


Una versión abreviada de esta reseña puede leerse en el suplemento "Babelia" del diario El País (1 de agosto de 2015)