jueves, 28 de mayo de 2015

La poesía que viene



Forever young

Ya se sabe que, en el ámbito de la poesía, la edad es más relativa que en otros gremios. Oficialmente, la juventud se prolonga hasta los treinta y cinco años, el límite que contemplan la mayoría de premios con el marbete de “joven” en las solapas ―otros, más cicateros, adelantan el paso del Rubicón a los treinta―. Extraoficialmente, sin embargo, uno puede presumir de lozanía lírica hasta el arrabal de senectud. De este modo, la juventud deja de ser un criterio cronológico para convertirse en un criterio estético: poeta joven es todo aquel que aún no ha alcanzado la categoría de poeta consagrado, aunque peine canas o ya no tenga pelo que peinar. En consecuencia, hay poetas que pasan del bautismo a la extremaunción sin apenas transición. Todo ello ha provocado que en el vagón de los “nuevos”, “recientes” o “últimos” ―tales son los eufemismos más extendidos― se apretujen los cuarentones, los treintañeros y los jovenzuelos que aún llevan la L en la contracubierta.



Y, sin embargo, se mueve

¿Nihil novum sub sole, entonces? No exactamente. A pesar de todo, la poesía se mueve, y los lectores atentos tienen suficientes razones para un moderado optimismo. Un buen síntoma es la aparición de nuevos premios ―el “García Baena”, el “Antonio Colinas”, el de “RNE”― que vienen a sumarse a los que ya poseen solera y abolengo, como el veteranísimo “Adonais”, el maduro “Hiperión” y los adolescentes “Emilio Prados” y “Antonio Carvajal” (el único que sitúa el terminus post quem en los veinticinco). Quienes no deseen internarse a machetazos en la selva selvaggia de los galardones, pueden observar los indicios de renovación a través de los filtros de siempre: las editoriales, las revistas y las antologías. Por lo que respecta a las primeras, cabe aplaudir la apuesta de sellos como La Bella Varsovia, La Isla de Siltolá, Valparaíso o El Gaviero, que han ayudado a comunicar las dos orillas y a paliar los efectos de algunas desapariciones traumáticas, como la de la añorada DVD. Por su parte, las revistas, en formato impreso (papel) o en versión digital (píxel), siguen luchando por una visibilidad reducida en los anaqueles de las librerías. Entre las revistas jóvenes de poesía ―no confundir con las revistas de poesía joven―, sobresalen Estación Poesía, Paraíso, Años Diez, La Galla Ciencia y Anáfora. Esta última, con domicilio en Oviedo, ha logrado reunir en su equipo de redacción a una nómina donde figuran algunos de los jóvenes poetas y narradores con más proyección del panorama actual. Finalmente, la novísima promoción se subió en marcha al tren de las antologías gracias a Tenían 20 años y estaban locos (La Bella Varsovia, 2011), compilada por Luna Miguel, que ha seguido creciendo en las ventanas de la Red y ampliándose más allá de las fronteras geográficas.



Algunos nombres propios

Al igual que ocurre en casi todas las disciplinas, los problemas empiezan al pasar de las generalizaciones a los casos particulares. Por eso conviene aclarar que a continuación nos referiremos a autores nacidos a partir de 1980 (es decir, susceptibles de presentarse a un premio de poesía joven), y que hayan publicado libro en 2014 o en 2015.

            La isla bonita. Con Javier Sánchez Menéndez al timón, “La Isla de Siltolá” inició su andadura en 2009. Desde entonces, a su ínsula arriban náufragos de todas las edades y tendencias, pero con un claro protagonismo de las voces jóvenes. Entre los títulos de autores nacidos a principios de los 80 destacan Habitación en W, de Álex Chico, y Huir verano, de Ignacio Escuín. Se trata de dos obras reflexivas, sensitivas y metaliterarias, en las que las referencias culturales se engastan con naturalidad en el periplo existencial de quienes saben que “la vida, por sí sola, no basta”, y que “la historia se construye a cada paso”. Con un tono provocador, La huida hacia delante, de Víctor Peña Dacosta, se abre al imaginario contemporáneo (estados de Facebook, errores de Windows) para proclamar la disolución de la propia identidad en una identidad gregaria: “Soy lo que soy [...] / Un tonto más entre tantos que siguen / con emoción la Liga y frialdad el telediario”. Una ironía de distinto cariz ―sesgada y epigramática― se advierte en La víspera, de Rodrigo Olay, y en La vida y algo más, de Gonzalo Gragera. Si el primero bucea en los espejismos de la memoria y despliega un singular virtuosismo estilístico, el segundo construye un yo moral que se pasea entre las ruinas clásicas y la religión del consumo: “La dependienta / en la caja me atiende. / Ego te absolvo”.

            Placeres polacos. El colectivo “La Bella Varsovia” surgió en 2004 por obra y gracia de Alejandra Vanessa y Elena Medel, que actualmente lo dirige en solitario. Las cofundadoras de la Orden polaca también son arte y parte de la poesía joven, como demuestran Poto y Cabengo (Valparaíso, 2015), de Alejandra Vanessa, y Chatterton (Visor, 2014), de Elena Medel, a la vez réquiem por el último romántico y crónica una insatisfacción generacional. Pero, además, La Bella Varsovia sigue siendo refugio de buenos y nuevos poetas. Es el caso de Unai Velasco, con El silencio de las bestias, y de Luna Miguel, con Los estómagos, dos libros que reformulan los códigos del expresionismo mediante una escritura que ladra, tiembla y aúlla. Temblor y ferocidad son también los rasgos que definen al último Premio “Pablo García Baena”: Amar la herida, de Carmen Juan.

            Extraterritoriales. No obstante, la poesía sigue siendo la patria de los nómadas. Así lo certifican Verónica Aranda, que en Lluvias constantes (Polibea) desplaza sus haikus por el tablero de la aldea global, y Laura Casielles, que en Las señales que hacemos en los mapas (Los Libros de la Herida) convierte un viaje a Marruecos en experiencia iniciática: “Desde el punto de vista de los nómadas, territorio es una posibilidad abierta”. De otra periferia nos habla Skinny Cap (Los Libros de la Herida), de Martha Asunción Alonso: en concreto, del Madrid de los ochenta, decorado con espray y resumido en las consignas urgentes del grafiti. Prueba de un nomadismo estático es el viaje a la semilla que emprende Hasier Larretxea en Niebla fronteriza (El Gaviero), reconstrucción de un territorio auroral que se desvanece entre los signos ambiguos del progreso.

            Con premio. Para muchos autores, el acceso a la publicación pasa por obtener un premio que les permita ingresar en el selecto club de los poetas no inéditos. En esta cosecha, los dos premios jóvenes de “Hiperión” han recaído en sendos militantes del patarrealismo salvaje (sic) por libros de factura clásica y de frescura retórica: Hidratante Olivia, de Diego Álvarez Miguel, se llevó el “Hiperión” al agua, y Fuego cruzado, de Xaime Martínez, hizo lo propio con el “Antonio Carvajal”. El “Emilio Prados” ha ido a parar a Hotel Origen (Pre-Textos), de Javier Vela, una suerte de diario amoroso dirigido a la musa Amara. Y Costantino Molina Monteagudo se ha hecho con el “Adonais” por Las ramas del azar (Rialp), un libro de entraña contemplativa y de expresión serena. Y, aunque no es nuestra intención convertir estas páginas en un mausoleo bio-bibliográfico, cabe mencionar los nombres de Jorge Fernández Gonzalo, Fruela Fernández, Andrés Catalán, Pablo Fidalgo Lareo, Ángel Talián, Juan Vicedo, María Salvador, Aitor Francos, David Leo García, Berta García Faet, Cristian Alcaraz o Elvira Sastre, ente otros. Como se ve, la sucesión poética está más que asegurada.

Publicado en el suplemento “Arte y Letras” del diario Información, el 28 de mayo de 2015

sábado, 23 de mayo de 2015

Para todos los gustos



“Voy a la feria a pasarlo bien”, cantaba Sr. Chinarro. También usted, paseante por El Retiro, tiene derecho a unos minutos de felicidad lectora. Si aún no ha dado con esa obra gemela que le está esperando a la vuelta de la esquina, aquí encontrará algunas recomendaciones poéticas para tiempos preelectorales. Para quienes recapitulan sin capitular: Desaprendizajes, de José Manuel Caballero Bonald. Para quienes buscan en las palabras ese “no sé qué que quedan balbuciendo”: La herida en la lengua, de Chantal Maillard. Para los herederos de Steve Jobs en su “cubo de Apple”: Personal & político, de Aurora Luque. Para los nadadores nocturnos: El hundimiento, de Manuel Vilas. Para quienes están aprendiendo a aullar: Los estómagos, de Luna Miguel. Para quienes valoran la cosmética del amor y persiguen a su musa desesperadamente: Hidratante Olivia, de Diego Álvarez Miguel. Para quienes constatan que “madurar / era esto”: Un día negro en una casa de mentira, de Elena Medel. Para sabios subversivos: Noventa y nueve iluminaciones de Nasrudín, de Jorge Gimeno. Para quienes desafían la furia del monzón: Di, realidad, de Rafael Fombellida. Para quienes han entendido que “no cruzará dos veces / este cielo / el mismo avión”: Hotel Origen, de Javier Vela. Para sentimentales irredentos y teóricos de la autoficción: Ficciones para una autobiografía, de Ángeles Mora. Para quienes aspiran a “reconocerse / en lo imperfecto”: Ahora es la noche, de Carlos Alcorta. Para transeúntes por “la transexual periferia del lenguaje”: Que concierne, de Julieta Valero. Para quienes suspendieron Historia: Los últimos días de Trotski, de José Manuel Lucía Megías. Para quienes aprobaron Ética: García, de Pablo García Casado. Para quienes tienen alegre la tristeza y triste la alegría: El campo / El ascensor, de Ígor Barreto. Para todos: recuerden que en la variedad está el gusto, y que nunca faltará un verso roto para un espíritu descosido. 

Desaprendizajes. Seix Barral. La herida en la lengua. Tusquets. Personal & político. Fundación José Manuel Lara. El hundimiento. Visor. Los estómagos. La Bella Varsovia. Hidratante Olivia. Hiperión. Un día negro en una casa de mentira. Visor. Noventa y nueve iluminaciones de Nasrudín. Pre-Textos. Di, realidad. Renacimiento. Hotel Origen.  Pre-Textos. Ficciones para una autobiografía. Bartleby. Ahora es la noche. Valparaíso. Que concierne. Vaso Roto. Los últimos días de Trotski. Calambur. García.  Visor.  El campo / El ascensor. Pre-Textos.  

Publicado en el suplemento "Babelia" del diario El País, el 23 de mayo de 2015

lunes, 4 de mayo de 2015

ÍNSULA viaja a la semilla



Leo el número de enero-febrero de 2015 de la revista Ínsula. Esta entrega rinde homenaje a José Luis Cano, quien la fundó en 1946 y la dirigió entre 1983 y 1987. Las diversas colaboraciones que incorpora este monográfico no son solo el tributo de la Ínsula actual a la Ínsula originaria, sino las piezas un puzle que permite completar la imagen caleidoscópica de José Luis Cano. A lo largo de estas páginas asoman el poeta al servicio de la poesía, el promotor de la colección “Adonais”, el timonel de una revista que viró a menudo hacia la orilla por la que se dispersó la España peregrina, el creador de una república de lectores en unos pésimos tiempos para la lírica, el tertuliano pertinaz, el guardián del fuego creador del 27, el confidente de Aleixandre ―al que dedicó Los cuadernos de Velintonia (1986)―, el antólogo generoso e intuitivo, el impulsor de todas las literaturas peninsulares y “panhispánicas”, y (last but not least) el artífice de una escritura intimista y bien modulada, de la que se da testimonio en las páginas centrales. Los amigos y vecinos de Ínsula que comparecen aquí hacen de este número mucho más que una semblanza crítica y humana de José Luis Cano: un paseo por la memoria viva de esa otra Barataria letrada que, setenta años después, sigue impartiendo justicia poética.