miércoles, 30 de mayo de 2012

lunes, 21 de mayo de 2012

Carlos Fuentes en la zona sagrada


Como cualquier teórico de la recepción sabe —y así lo intuía ya Heráclito en medio de su río dinámico—, nadie lee dos veces la misma novela. También ha escrito Hanif Kureishi que no hay mayor crueldad que releer a Kerouac en general, y En la carretera en particular, cuando uno ha dejado de identificar el prurito de libertad con el acné juvenil. Esa es una de las razones por las que no suelo recorrer las páginas que transité en mi adolescencia. Sin embargo, una de mis impresiones más vivas como pretérito lector omnímodo, sin orden ni concierto, tiene que ver con Zona sagrada. Apenas recuerdo más que el fervor entre edípico y hamletiano del protagonista por su madre, que se le parecía mucho a la María bonita del cine mexicano. De aquel deslumbramiento inicial saqué dos conclusiones precipitadas: que mi cinefilia militante no era incompatible con el placer del texto y que había vida inteligente después de Borges. Fuentes manejaba con envidiable soltura las estrategias del montaje discursivo: sus narraciones son ricas en flash backs, fundidos encadenados, contrapicados y travellings laterales. También sabía cristalizar en los objetos las violentas pasiones de sus personajes, como si todos ellos guardaran un Rosebud en la recámara de la conciencia. Leí más tarde algunas novelas de Carlos Fuentes, mejor construidas y más ambiciosas que Zona sagrada, pero nunca dejé de admirar al autor que transformó a María Félix en perdurable icono literario.


martes, 15 de mayo de 2012

Aniversarios, indignaciones y otras figuras


Cuando se cumple un año del 15-M —aquel estímulo voluntario que los economistas redundantes y los ingleses rimbombantes llamaron Spanish revolution—, es el momento de reflexionar sobre tres argumentos que ahora vuelven a repetirse, bajo el signo de la interrogación retórica, con la nostalgia que entrañan todas las conmemoraciones:
1) ¿Sigue teniendo vigencia la indignación? El 15-M fue una respuesta (im)pertinente a una realidad pertinaz. Un año después, solo parecen gobernarnos dos principios: la sempiterna ley de Murphy y la teoría del caos. No solo la tostada siempre se nos cae al suelo por el mismo lado, sino que hemos afinado en desatinos estructurales: si un banquero madrileño o santanderino descubre que tiene un roto en el pantalón, un profesor interino de Alpedrete pasa a engrosar la cola del paro. En fin, como las alas de la dichosa mariposa pequinesa, pero en plan apocalíptico.
2) ¿Salen en televisión todos los indignados? Hasta ahora, la formación retórica de los dirigentes llegaba hasta el nivel COU, lo cual les permitía familiarizarse con un precioso tropo: la metonimia. Es decir, un político sabía que una parte siempre es la parte de un todo. Por ejemplo, una porción de pizza cuatro quesos es parte de una pizza cuatro quesos. Sin embargo, desde hace algún tiempo, impera una lógica indivisa e indivisible que solo cree en la rotundidad de los números redondos (mejor si son primos). Según esta tesis, si todos los indignados de este país caben en la Plaza del Sol, será porque no hay tantos. El olvido de la metonimia conduce a asumir que los millones de parados que no residen en la Plaza del Sol están, por norma general, satisfechos. Curiosamente, esta misma teoría no funciona con las muy metonímicas estadísticas de intención de voto, pero esa es otra historia.
3) ¿Por qué no elaboran de una vez un programa electoral los indignados? He aquí la pregunta del millón, que tiende a formularse de manera directa o ladina, hiriente o insidiosa. Sin embargo, la respuesta me parece bien fácil. No es la labor de quienes protestan buscar las soluciones de sus problemas, sino exigirles a las instituciones que hagan su trabajo. Al fin y al cabo, vivimos en democracia, ¿no?