lunes, 28 de marzo de 2011

Mi Página en construcción (aquí y ahora)

Acaba de publicarse Página en construcción (Madrid, Visor, 2011). Debido a que Luis Bagué (en adelante, el autor) está de baja indefinida, hemos invitado a la presentación del libro a los dos personajes que aparecen convocados en sus páginas finales.
Ulises: Buenos días.
Casandra: “Buenos” será un decir.
Ulises: Ave de mal agüero… A lo que íbamos. El autor contactó conmigo en verano de 2008, después de viajar a la India. Me dijo que admiraba mis aventuras, mi carácter, la franqueza de mi mirada… en fin, los cumplidos habituales que suelo escuchar cuando salgo a la calle.
Casandra: Aquí se masca la tragedia.
Ulises: Si no me falla la memoria, me comentó que en aquel viaje no había sufrido ninguna revelación espiritual, sino más bien una revolución visual: había contemplado el estallido material de un mundo en ebullición. También hablaba de que, en nuestra sociedad, habituada a las hipótesis finalistas —ya saben, esto se acaba; el capitalismo ya no es lo que era; el escritor no estaba muerto, sino de parranda—, no solemos darnos cuenta de que, en otros lugares, todo está empezando…
Casandra: Y empieza mal. Muy mal. Con el pie izquierdo. No es por ser agorera, pero yo lo veo  negro. A mí el autor me comentó algo distinto a lo que ha dicho el… ejem… compañero. Ni viaje a la India, ni Ganesh que lo fundó. A mí me dijo que iba a escribir sobre las maneras de contar nuestra realidad. Un relato irónico y contradictorio. Que no iba a renunciar a cierta distancia relativista. Que iba a escribir subido al andamio de una duda metódica y retórica. A mí los relativismos no me gustan nada, dicho sea de paso. Le propuse que incluyera dos o tres explosiones sentimentales, con pólvora y kriptonita. Pero no me hizo caso. Nadie me hace caso.
Ulises: Perdona, Casandra, pero Nadie soy yo. ¿Por qué no empezamos, otra vez, por el principio?
Casandra: Yo prefiero el punto final.
El autor (entrando por el margen izquierdo): Disculpen. Yo venía aquí a hablar de mi libro…


miércoles, 23 de marzo de 2011

El arte lo llevamos dentro

No, no es la definición por antonomasia del cante jondo. Es el eslogan que acabo de ver impreso en una furgoneta. Si uno buscaba una explicación o, al menos, un subtítulo, el vehículo proporcionaba la información necesaria: “restauración de obras de arte sacro”. Y, como toda écfrasis necesita una imagen que ilustrar, allí aparecía un Sagrado Corazón en pantocrátor. El letrero me ha hecho reflexionar sobre dos cuestiones, una de índole iconográfica y otra meramente contenidista. Primero he pensado que la furgoneta en cuestión era una instalación artística camuflada, pues carrocería, chapado, contrachapado y hasta parabrisas funcionaban como un mural discursivo saturado de datos intertextuales, pretextuales y paratextuales. En fin, un graffiti con cuatro ruedas y tracción motora. Pero después me he quedado con la letra de la copla: “El arte lo llevamos dentro”. Es decir, en el interior de una metáfora de recipiente (el alma o el vehículo, es lo de menos), retenido contra su voluntad y dispuesto a salir a borbotones por la gatera de la inspiración. Es curioso que esa interpretación del discurso artístico siga funcionando en buena medida, casi como un correlato del picassiano “yo no busco: encuentro” (un lema que, dicho sea de paso, ha llegado a significar casi lo contrario de lo que quería decir Picasso). No es por contradecir al arte sacro ni a la furgoneta con tuneado futurista, pero siempre he pensado, modestamente, que “el arte lo llevamos fuera”. Admitiré que el germen cartesiano cumple una función autocrítica, pero hace tiempo que la duda retórica me interesa más que la duda metódica. El arte suele estar en el afuera, esperando a que alguien se dé cuenta de que eso (cualquier cosa: objeto, niño o animal) también es materia de arte. Si alguna vez me compro una furgoneta y decido recorrer el mundo propagando la buena nueva, ya tengo pensado el eslogan: “El arte no es in, sino out”. Pero, hasta que llegue el momento, dudo.


Yinka Shonibare MBE (Reindo Unido, 1962). The Sleep of Reason Produces Monsters (America), 2008.

lunes, 21 de marzo de 2011

La guerra junto al cliché

Les propongo un ejercicio Mairena. Traduzcan a lenguaje poético (si se atreven) las siguientes expresiones: “zona de exclusión aérea”, “embargo naval”, “operación Amanecer de la Odisea”, “misiles inteligentes” y “escudos humanos”. Si van a por la matrícula de deshonra, analicen sincréticamente el contenido de alguna de las diversas noticias sobre la compraventa de armamento pesado y municiones ligeras entre el gobierno de Libia y las demás democracias occidentales. Por más que la retórica belicista se vista de eufemismos, el resultado es peligrosamente belicoso.

sábado, 19 de marzo de 2011

El género paterno-filial

Ignoremos la broma macabra consistente en identificar la festividad de San José con el día del padre. Y vayamos a la evidencia: existe un auténtico subgénero literario que aborda las conflictivas relaciones entre padres e hijos. Si fuéramos un formalista ruso —lo que ya es formalizar—, estableceríamos una tipología genética basada en las siguientes modalidades:
1) La elegía lacrimosa. Es el género preferido por los poetas, que siempre parecen  hijos únicos (el mundo ha sido diseñado para ellos) o huérfanos empedernidos (un verdadero poeta se ha hecho a imagen y semejanza de sí mismo). Sin embargo, como sucede con Santa Bárbara cuando truena, los poetas siempre tienen unas palabras a posteriori para sus padres. Ya lo dijo Jorge Manrique, “avivando el seso”, y así hasta ahora.
2) La hagiografía aparente. Es un género ensayístico típicamente post mortem,  fabricado por hijos que han crecido bajo la alargada sombra de sus progenitores. Sus autores conceden una importancia oracular a las últimas palabras del padre, que suelen oscilar entre el epifonema quevedesco y el chiste obsceno. Aunque el género se pretende capaz de erizar el vello del alma, contiene una dosis de cáustica ironía que solo detectan los lectores muy suspicaces.
3) La biografía rencorosa. Es un género propio de descendientes de padres famosos. Sin duda, a los padres famosos conviene matarlos en vida. Por ejemplo, Martin Amis, en su rencorosa y magnífica Experiencia, demuestra que Amis, lo que se dice Amis, es él: si acaso, el bueno de Kingsley fue su profeta. Si la primera opción resulta inviable, siempre se puede recurrir a rematar al padre. Pero, ojo, esa posibilidad solo está disponible si el padre es un tipo un tanto torvo (véase Donoso) o francamente antipático (véase Salinger). En los demás casos, el tiro de gracia se considera de mal gusto.
Si no conectan con ninguno de los géneros anteriores, les recomiendo Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente, una fe de vida que no parece guiada por el ajuste de cuentas, sino por una auténtica voluntad de comprensión. Y, en todo caso, si están pensando en buscarle un trabajo a su vástago, recuerden que los hijos escritores son como los hijos únicos: un atraso. Palabra de hijo único.

jueves, 17 de marzo de 2011

Amor y pedagogía

A comienzos del siglo XXI, la generación del medio siglo (XX) se ha convertido en un grupo de supervivientes. La última en abandonar el aula “hacia otra luz más pura” ha sido Josefina Aldecoa. De su biografía y de su obra aprendemos una doble lección: una declaración de amor a la literatura y una sostenida vocación por la enseñanza, dos devociones colectivas que poco tienen que ver con las obligaciones particulares de nuestra época. No, no teman, no les voy a hablar ahora de esos planes cuya curiosa tendencia hacia la reducción al absurdo solo es comparable a la descripción metódica con la que se analizan sus vías purgativas. Lo que es, más o menos, como empezar a contar un chiste por el final, o como intentar que Kant se parta de risa con las obras de Beckett. Pero, como he dicho, de eso hablaremos otro día.

martes, 15 de marzo de 2011

Fukushima, mon amour

Tenemos la memoria de un gallo atómico: si decidimos cantar victoria por la renovación de las energías no renovables, un nuevo reactor se incendia en Fukushima. Las asociaciones de amigos del blanco nuclear afirman que un poco de cesio en la atmósfera no es nada, que si hay humo será porque alguien anda fumando donde no debe y que nunca nos hemos sentido tan seguros manejando (sin guantes) la radioactividad. Puede que sí. Y tal vez Chernóbil sea un espectro que deberíamos enterrar para siempre. Pero cualquier espectador sabe que hay fantasmas tan impertinentes como el padre de Hamlet. Por eso, cuando un nuevo reactor se detiene en Fukushima, solo podemos mirar al cielo esperando el milagro que nos salve de tener que contemplar otra columna de humo.






sábado, 12 de marzo de 2011

Luis García Montero o el invierno de nuestro desconcierto

Abro la puerta —la portada— de Un invierno propio (Madrid, Visor, 2011). Y descubro que se ha instalado en la ciudad “el invierno de nuestro descontento” que amenazaba con volvérsele verano a Ricardo III. Sin embargo, supongo que García Montero no aprobaría el descontento pesimista de los reyes shakesperianos. Su poesía siempre ha estado más cerca del desconcierto cotidiano, de ese optimismo melancólico del que el autor hablaba en Inquietudes bárbaras. Por eso, Un invierno propio es un libro de dudas y de hallazgos, un concienzudo viaje al corazón del claroscuro. En sus páginas, el lector encontrará copas medio vacías y vasos medio llenos, recibos domiciliados con cargo a la cuenta corriente de los días, un compromiso con todos los tiempos verbales que se conjugan en presente, y la certeza de que el amor es la única patria firme que conocen los náufragos. Sí, Un invierno propio es también un libro de aforismos y de sentencias, de mínimas máximas que nos permiten sobrevivir en una época en la que las consignas han suplantado a las ideologías. “El invierno es el tiempo de la meditación” es el verso que Jovellanos le tomaba prestado a Meléndez Valdés hacia el final de Habitaciones separadas. Después de atravesar el nuevo libro de García Montero, caigo en la cuenta de que pararse a pensar es ya un pensamiento subversivo. Recorran los silogismos líricos de García Montero. Y atrévanse a vivir su propio invierno propio.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Khadija y el sexo

Leo la entrevista a la propietaria de Khadija Fashion Shop, la única sex shop de Bahréin, y uno de los pocos exponentes de su género mercantil en el (no tan próximo) Oriente Próximo. A lo largo de la charla con la periodista, Khadija repasa su biografía pública y privada, sus inicios en el emporio de las prendas sexis y sus embrollos aduaneros con los productos exóticos que importa. También ofrece un somero catálogo de las cremas y potingues más vendidos: parece que el top 1 lo ostenta un producto de uso tópico y de propiedades explícitas llamado Anal Easy. No sé si la revolución sexual llegará al revuelto Golfo Pérsico a mano armada de la rebelión de las masas o a pie de página del inexorable paso del tiempo. Pero, mientras Occidente sigue debatiendo sobre la conveniencia de democratizar a los demócratas o de integrar a los integristas, la foto de Khadija nos ofrece una lección de convivencia: el velo que cubre su cabeza aparece troquelado en 3D sobre un anaquel en el que se ordena un surtido de coloridos lubricantes, objetos de látex envasados al vacío y lencería que apenas merece el calificativo de minúscula. Es verdad el tópico que afirma que a menudo los tópicos tienen razón: algunas imágenes valen más que mil tertulias televisivas.




lunes, 7 de marzo de 2011

Ficción / No ficción (2)

Hay películas con un agujero negro en su interior. Algunos directores, como David Lynch, diseñan con escuadra y cartabón las grietas visuales que contienen sus experimentos. Otros, como Shyamalan, prefieren jugar a hacer trampas con los finales, porque Shyamalan (como Borges) sabe que ningún misterio es digno de su resolución. Lo curioso es que es que también haya agujeros negros en el celuloide de alma contemplativa y vocación realista, como el que maneja Abbas Kiarostami. Su Copia certificada supone un ejemplo modélico del funcionamiento de esos huecos de sentido, que exigen que el espectador se pare a reflexionar sobre los ambiguos papeles asignados a sus protagonistas. Sin embargo, el mejor trampantojo de Kiarostami quizá sea Close up, que dinamita con pico y barrena cualquier apriorismo sobre los límites entre ficción y documental. Partiendo de un material “inspirado en hechos reales”, la película funde planos diversos y confunde a quienes esperan la linealidad omnisciente de la crónica de sucesos. Close up es un caleidoscopio que alterna elaborados flash backs con precarias imágenes en tiempo real, recreaciones de escenas domésticas con secuencias propias del género judicial, reflexiones a pie de cámara con momentos de cine dentro del cine. Y depara un maravilloso instante de anagnórisis: aquel en el que el bienintencionado impostor que se ha hecho pasar por el cineasta Mohsen Makhmalbaf (re)conoce a su admirado director. Si pulsan en el vídeo, empezarán a ver la película por el final, pero —por una vez— el orden importa bastante poco en el rompecabezas rayuelesco de un realizador tildado de socialrealista, y, para más inri, iraní.


sábado, 5 de marzo de 2011

Sábado de Carnaval

En Carnaval, suelo disfrazarme de aguafiestas. Pero la máscara de Ensor era mucho más trágica. Él sabía que aquellos carnavales anacrónicos suponían el triunfo obsceno de don Carnal antes de ser barrido por la escoba mojigata de doña Cuaresma. Hoy estas fiestas son una excusa para que los venecianos luzcan sus caretas picudas, los brasileños ahoguen sus penas en bossa nova y el resto del mundo intente, en un alarde de originalidad crepuscular digno de John Galliano, encontrar un disfraz a la medida de sus expectativas. Por inconfesables que sean.

viernes, 4 de marzo de 2011

Ramón (López Velarde), no marques las horas

Bajo el título de El minutero y otras crónicas (Madrid, Huerga y Fierro), se reúne una selección de las prosas de Ramón López Velarde que hemos preparado Joaquín Juan Penalva y un servidor. Mientras me paseaba por la provincia mental de López Velarde y por las avenidas de esas cosmópolis finiseculares (del XIX), recordaba los versos de Baudelaire: “Une oasis d’horreur dans un désert d’ennui!”. López Velarde, que también prefirió el horror al aburrimiento, sabía que en el pecado siempre está la penitencia. Por tanto, sucumbió a las tentaciones (del alma y de la carne) con singular devoción. Tal vez ese fuese el motivo por el que Juan Villoro estaba dispuesto a canonizarlo literalmente en El testigo (2004), que reivindicaba la única religión que profesó López Velarde: la sensualidad del cuerpo y de la mirada. Como para muestra no hay nada mejor que un botón, aquí tienen un fragmento de la prosa táctil de López Velarde en la estampa titulada “La sala”. Con ella les dejo por hoy:


El cielo raso, desprendido de una esquina, está pintado con un germen de azul. Lleva, diríamos, un azul sospecha. Este cielo raso fue uno de mis primeros auxiliares (no quiero escribir cómplices) en el hábito de destilar la imaginación. ¿Cómo? Fácilmente. Sobre el cielo raso han dibujado las goteras figuras inverosímiles: una mujer (soltera, probablemente), cuyo talle se estrecha como lápiz o aguja; una mariposa con piernas de caballo; un militar con espalda reducida a su menor expresión y con botas cuyos tacones se prolongaban metro y medio. Yo, que no traducía aún la Epístola a los Pisones, saboreaba el perfil negruzco de tales caricaturas. Poco, en verdad, se necesita para provocar al poeta en el niño: que llueva copiosamente una noche; que se hagan dos, tres, cuatro goteras; que haya cielo raso para que las goteras dibujen; y que un muchacho boca arriba, desde el sofá o desde la alfombra, mire los dibujos... ¿Habrá un silencio más interesante y una soledad más intensa que el silencio y la soledad en que nace el primer pensamiento propio?

miércoles, 2 de marzo de 2011

Waving his flag (Jasper Johns)

Leo, en una entrevista a Jasper Johns: “Una noche de 1954 tuve un sueño muy intenso en el que me veía pintando una gran bandera americana. A la mañana siguiente, encontré materiales con los que trabajar y comencé a trasladar la imagen al lienzo o más bien, si la memoria no me traiciona, a una sábana”. Así empezó una de las series plásticas más famosas y mejor cotizadas del último medio siglo. Resulta curioso: mientras que el artista de otras épocas fabricaba símbolos pacientemente, subido al andamio de la tradición (y con grave riesgo de derrumbe), los iconos contemporáneos parecen surgir por generación espontánea, como efecto colateral de la mudanza de la realidad al espacio pictórico. Algo tan inexorable y con tan poco criterio estético como el paso del tiempo acaba por decidir que los variados rostros warholianos de Marilyn Monroe, las piscinas infinitas de David Hockney o las banderas soñadas por Jasper Johns vayan a formar parte de nuestro patrimonio cultural y sentimental. No crean que me parece mal: me limito a constatar el cambio de un modelo de belleza. Eso sí, me barrunto que el gesto onírico de Jasper Johns habría tenido bastante poca fortuna por estos lares. Cualquier español sabe que la función de una bandera es la de ondear en un campo de fútbol. Fuera de allí, solo sirve para jurarle fidelidad o para quemarla. Y me temo que, una vez besado o convertido en cenizas, el icono pierde bastante valor simbólico y monetario.