Tenemos la memoria de un gallo atómico: si decidimos cantar victoria por la renovación de las energías no renovables, un nuevo reactor se incendia en Fukushima. Las asociaciones de amigos del blanco nuclear afirman que un poco de cesio en la atmósfera no es nada, que si hay humo será porque alguien anda fumando donde no debe y que nunca nos hemos sentido tan seguros manejando (sin guantes) la radioactividad. Puede que sí. Y tal vez Chernóbil sea un espectro que deberíamos enterrar para siempre. Pero cualquier espectador sabe que hay fantasmas tan impertinentes como el padre de Hamlet. Por eso, cuando un nuevo reactor se detiene en Fukushima, solo podemos mirar al cielo esperando el milagro que nos salve de tener que contemplar otra columna de humo.
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Catherine