jueves, 22 de diciembre de 2011

De lobos y leones (2): riechmanniana


Hace unos meses colgué aquí la foto de unos lobos marinos en toda su esplendorosa podredumbre, lejos de los adocenados leones marinos que acostumbran a pasar por el aro con la misma elegante naturalidad que un candidato electoral entre la muchedumbre votante. La foto estaba tomada en Mar del Plata. Leo ahora el excesivo, inteligente y nada adocenado libro de Riechmann El común de los mortales (Barcelona, Tusquets, 2011). Junto con otras referencias compartidas —los naipes de José Antonio Gabriel y Galán o las ciudades de José Luis Guerín—, me encuentro con un estupendo poema dedicado a los lobos marinos de Mar del Plata. Copio el poema y pego la foto: pura écfrasis.

Estos leones marinos
“de un solo pelo”
hacinados en rincones del puerto

esperando
un poco de pescado al descuido
un poco del sustento menguante para todos

hostigados
por perros tan desamparados como ellos
que se divierten acosándolos
(ay, las tristes distracciones de los machos
de casi todas las especies)

esos lobos marinos
(así los llaman a este lado del Atlántico)
en su acre lobera
al sol junto a las carcasas herrumbrosas
de los barcos a medio desguazar

esos comedores de peces sin peces
dormitando intranquilos junto a los barcos sin peces

nos ponen ante los ojos
el desatino urgente de un mundo
donde no estamos dejando lugar
para la vida

jueves, 15 de diciembre de 2011

Infiernos de cine

El infierno son los otros. Polanski parece suscribir la tesis sartriana en Un dios salvaje, a la que le sobra histrionismo y le falta enjundia. En cambio, en Un método peligroso, Cronenberg defiende una teoría menos arraigada, pero mucho más convincente: el infierno somos nosotros, aunque el viento de la historia extienda el incendio hacia regiones ignotas. En el purgatorio, la protagonista de Melancholia, erigida en una suerte de Casandra del siglo XXI, asiste a la crónica de un Apocalipsis anunciado. El infierno es la visión. La gran pantalla está que arde.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Papá Noel es chino

Algunos lo temían secretamente. Otros se alegraban por lo bajinis. Pero todos nos lo barruntábamos. Papá Noel nunca ha sido ese señor barbudo, orondo y hortera que se precipita por las chimeneas ajenas para repartir regalos y disgustos. No. Papá Noel no se le parece ni por asomo al histriónico Santa Claus, soportando con su pijama bermellón temperaturas árticas, ni a la reciclada leyenda de San Nicolás, con su mitología escandinava a cuestas. El otro día lo vi en la tele: tenía las facciones afiladas de un pájaro, la voz ligeramente atiplada, y dos líneas rectas dibujaban la geometría de sus ojos. No recuerdo su nombre ni la ciudad en la que vivía. Pero era chino, de eso estoy seguro. Puede que en los almacenes en los trabajaban de sol a sol sus sufridos elfos no hubiera electricidad, y tal vez sus obreros de la felicidad ni siquiera tuvieran permiso para celebrar el año nuevo (chino). Pero el hombre estaba movido por un mismo y vehemente impulso: quería regalarle a todo bicho viviente espumillón, matasuegras, e incluso quizá alguna variante autóctona de sidra El Gaitero. Distribuía sus presentes por el mundo en cadenas especializadas, a precios imbatibles, y soñaba despierto con una revolución que derrocaría a la calabaza de Halloween y al espíritu de las Navidades pasadas. Por un segundo, lo confieso, me dio algo de respeto, pero poco a poco le fui perdiendo el miedo. Conforme explicaba su expansión comercial, a escala interplanetaria, pensé que Sarkozy y Merkel también estaban en el ajo: ellos, mejor que nadie, saben que algún flamante empresario chino le sacará las castañas del fuego a la vieja y renqueante Europa. Y lo mejor es que ni siquiera hace falta haberse portado bien.


lunes, 5 de diciembre de 2011

Digo 33

Desde ayer formo parte de un club poco prestigioso. Ando “ya en la bíblica edad —33 años— / que dicen plenitud, pero es ocaso”, como escribía Víctor Botas cuando tenía la edad que ahora tengo. No sé si el ocaso será el Apocalipsis (now) de los mayas agoreros o el ERE colectivo con el que nos amenazan las muy pelmazas primas de riesgo, esas parientes lejanas de Casandra que muerden el corazón de las bolsas europeas. Yo, por si acaso, llevo mi cruz a pulso, me corono la frente de espinosas arrugas y, en la intimidad, me sazono con vinagre balsámico de Módena. Ya he encargado el madero en la carpintería José e Hijo. Mientras me doy una vuelta por el Calvario, me consuelo recordando que, hace tres años (día arriba, día abajo), escribí el poema que ahora copio:



OTRAEDAD

Hoy he cumplido treinta años.
A mi edad Ian Curtis
había cantado todas las canciones,
Rimbaud buscaba en Yemen
la sombra de sí mismo,
Dylan Thomas soñaba
la máscara de un sueño,
Van Gogh no había pintado
aún los girasoles.

Pero no sé qué excusa
puedo ponerme ahora
si alguien me contradice
al fondo del espejo:
ese otro que soy yo
sigue siendo un extraño para mí.
(de Página en construcción)

viernes, 2 de diciembre de 2011

Nicanor Cervantes gana el premio Parra

En su artículo “Literatura y exilio”, Roberto Bolaño recordaba cómo Nicanor Parra, flamante premio Cervantes, salió por la tangente en la polémica sobre los cuatro grandes poetas chilenos: para algunos, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Pablo de Rokha; para otros, Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Gabriela Mistral y Nicanor Parra. La canónica respuesta parriana fue:

Los cuatro grandes poetas de Chile
son tres:
Alonso de Ercilla y Rubén Darío.


Nicanor Parra: genio y figura.  

viernes, 25 de noviembre de 2011

Genealogías literarias

Tólstoi sabía que todas las familias tristes lo son a su manera. Por eso la consanguineidad suele tener consecuencias melancólicas y dar alguna portada amarilla camuflada entre las páginas grises de los suplementos literarias. Estas semanas hemos hojeado varias noticias que entroncan con las ramas del árbol genealógico. La crónica amarga la pone el suicidio de Pilar Donoso, autora de Correr el tupido velo, donde radiografiaba sin remilgos la personalidad de sus padres adoptivos, cuya figura paterna tenía el nombre del escritor chileno José Donoso. La nota de postín la sirve la concesión del premio Nacional de Narrativa a Tiempo de vida, el lúcido relato de un hijo que no perdona las inconstancias de su padre —el pintor Juan Giralt— hasta que es capaz de aproximarse al hombre que existe bajo la piel del padre. Crítico y autocrítico, sin concesiones al sentimentalismo facilón, descriptivo hasta lo indescriptible, Giralt Torrente tiene el indiscutible mérito de convertir la introspección psicológica en un género netamente autoficcional y contemporáneo. La parte Spain is different proviene de la repentina apertura y no menos repentino cerrojazo de los archivos de la matriarca Balcells, después de desvelar algunas indiscreciones (en general, de poca monta y alto montante) que atañían a su familia literaria. En estas cuestiones no hay quien nos gane: como los personajes de García Márquez, nos encanta abrir por la mañana la caja de Pandora para cambiarle la cerradura por la noche. 


lunes, 21 de noviembre de 2011

Last night the DJ saved my life

Hoy el cielo es generosamente azul —aunque llueva en media España— y el infierno intensamente rojo. El purgatorio nuestro de cada día, como siempre, de un gris marengo tirando a negro tizón. Como no hay asunto más aburrido que la crónica de una victoria anunciada, ayer me entretuve en descubrir el código cifrado en las canciones que quebraban los cristales de las farolas genovesas y atronaban los tímpanos de los locutores. No creo oportuno discutir la selección musical, como hizo algún tertuliano airadamente melómano, pues la labor del Dj en este asunto era, a mi entender, parangonable a la del rapsoda clásico: es decir, el pinchadiscos actuaba como intérprete del aedo inspirado y como transmisor simultáneo de su mensaje al resto de los mortales. De mi ejercicio criptomelódico saqué en claro lo siguiente: 1) que nos van a subir la bilurribina cuando miremos a quien no nos mira (Juan Luis Guerra); 2) que, llegada la única justa de las batallas, no duele el golpe ni existe el miedo (Shakira); 3) que Maria Caipirinha de Bahía bailará la samba y moverá “o pandeiro” al ritmo bursátil (Carlinhos Brown); 4) que esto es África (Shakira), pero que viva España (popular), y 5) que, a estas alturas, solo nos queda una certeza: los sábados por la noche, nena, serás mía (Whigfield). 

viernes, 18 de noviembre de 2011

Desde México, con magnetismo

Comparto páginas imantadas con Alberto Santamaría, Ana Gorría, Andrés Navarro, Antonio Lucas, Carlos Pardo, Elena Medel, Fruela Fernández, Guillermo López Gallego, Josep M. Rodríguez, Juan Antonio Bernier, Juan Carlos Abril, Juan Manuel Romero, Julieta Valero, Luis Marina, Mariano Peyrou, Milena Rodríguez, Miriam Reyes, Paulino Lorenzo y Rafael Espejo. 


miércoles, 16 de noviembre de 2011

La prima del riesgo…

de la deuda soberana es la selección de fútbol española. El parentesco se sustenta en los siguientes rasgos:
-Es confiada en sus encuentros amistosos como un consumidor alemán.
-Es prudente en sus tanteos iniciales como un tecnócrata italiano.
-Es manirrota en sus regateos como un corredor de bolsa griego.
-Es inequívocamente española: cuando está al borde de la hecatombe, quién sabe qué designios desesperados la sostienen.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Silvio no está, Silvio se fue

La tregua/fuga de Berlusconi cierra un complejo enigma y abre un signo de interrogación no menos inquietante. La cuestión ya no es cómo Il Cavaliere consiguió acomodar Italia a la horma de sus relucientes zapatos, sino cómo se va a desberlusconizar un país acosado por los mercados, burocratizado hasta la médula y en riesgo de parálisis inmediata. El desberlusconizador que lo desberlusconice no solo habrá de ser un buen desberlusconizador, sino un consumado maestro en el ejercicio de la cuerda floja. Antonio Tabucchi resume el asunto de la prefijación aquí y así http://www.elpais.com/articulo/internacional/Desberlusconizar/Italia/elpepuopi/20111113elpepiint_7/Tes. Mientras tanto, el funambulista puede quedarse con la copla: se va el Caimán, se va el Caimán:


viernes, 11 de noviembre de 2011

Sin hacer ruido

Tomás Segovia fue un poeta sigiloso. En los últimos tiempos acudió anualmente a su cita editorial con los lectores, y tuvo la osadía de abrir un blog en vez de cerrar las páginas de sus obras completas. Su corazón y sus versos se enriquecieron con la impronta de una doble nacionalidad española y mexicana. Y así, entre las dos orillas, fue escribiendo una obra de serena elocuencia, ajena a la vocación del empedernido grafómano y del escueto versificador, aunque compartiera su versatilidad con el primero y su exigencia con el segundo. Fue amigo de Ramón Gaya, a quien le disputó el disfraz de acuarelista callejero mientras se dedicaba a completar grandes óleos verbales, como Anagnórisis y Terceto. Soñó con ser otro y quiso ser el mismo. Ahora, cuando reposa en los ojos del día, es imposible no reconocerlo en el maestro estoico y virtuoso, alérgico a las pompas mundanas, cuya semblanza trazaba en Salir con vida (2003):


 EL VIEJO MAESTRO
En avión, 13 de junio

Vivo apartado de más de un festejo
Excluïdo de juegos pulsos competencias
Puesto a la zaga de innúmeros denuedos
Vivo con menos hambre
Menos impulsos menos prisas
Pero en mis sabios dedos el pincel de bambú
Sublimemente ondea.

martes, 8 de noviembre de 2011

Retórica

Aturdidos por la bancarrota helena, apenas hemos reparado en la noticia volandera que remite al hallazgo, en las inmediaciones del mismísimo Partenón, de la magna obra del griego tardío Filócrates, hasta ahora conocido únicamente por su faceta de grabador de cenotafios y recaudador de impuestos. En Trending topics in RhetoricaE (o Rhetorica ad Hispaliensium 2.0), el autor describe con precisión forense las características que han de ornar al buen orador, del que tantos y tan probados ejemplos abundan en nuestra geografía. Después de asistir a animados debates donde dos individuos peroraban ante el mudo asombro de la concurrencia, Filócrates se atrevió a bosquejar las operaciones retóricas que desplegaban aquellos irrepetibles kandidatiké:
1) Inventio. El orador debe elegir un tema manido y glosarlo de diverso modo y manera, a poder ser con profusión de datos estadísticos sumamente confusos. Se recomienda introducir las oraciones con fórmulas del tipo Habeo planus, planus habeo [Tengo un plan, un plan tengo], Intuitio incipiens [Menuda intución], Ocurrentia ad rasurare [Se me ha ocurrido mientras me afeitaba], etc. Es de crucial relevancia no dar nueva información ni ensayar temas no pactados, lo que redundaría en un feo defecto de improvisatio.
2) Dispositio. El discurso ha de estructurarse ad bonum Deo, es decir, sin que se note demasiado la organización. Para ello, el orador dispone de un Idearium programaticus al que puede (pero no debe) acudir, pues si lo hiciera se atenuarían los metafóricos efectos elocutivos a los que se aludirá a continuación. En el caso de que el orador se hallara perdido (situación pulpus in privato aparcamento), puede reforzar sus afirmaciones con manuscritos, tablillas, inscripciones y lápidas funerarias a las que conviene mirar de reojo.
3) Elocutio. Constituye, sin duda, la parte más divertida de la Retórica. Aquí, el orador dispone de libertad ortotipográfica para inventarse palabras (neologicae mores), cometer queísmos y dequeísmos (dequeitequetias), incurrir en leísmos y laísmos inadmisibles (leilailibertas) y otros recursos. También es recomendable la utilización de comparaciones didácticas como cuerpo social-organismo maltrecho o ciudadano-infante.
4) Memoria. El orador no debe poseer ninguna capacidad mnemotécnica. Es preferible que no recuerde nada nunca (efectus amnesiae).
5) Actio. La profusa gesticulación puede acompañarse de sibilancia extrema, giro ocular o tic nervioso. Por lo que respecta a la realización efectiva de lo dicho, nada mejor que seguir el clásico Quis Deus dat, San Pedro bendigat.

jueves, 3 de noviembre de 2011

En campaña

Estamos en campaña. Basta con hojear los periódicos, encender el televisor o incluso —peligro de arcaísmo— escuchar la radio para darse cuenta de ello. Si un extraterrestre se posara sobre la faz de la tierra en general, y sobre el rostro de España en particular, extraería en estos momentos las siguientes conclusiones: 1) Somos seres profundamente contradictorios. 2) Nunca decimos toda la verdad, sino medias verdades o verdades a medias (que cada cual arrime lo cierto a su sardina). 3) No hacemos caso de las estadísticas. 4) Muchas palabras no conforman lenguaje. 5) Estamos algo sordos (a gritos, las cosas son más claras). 6) No hacemos hoy lo que podamos dejar para mañana, especialmente si mañana no estamos donde estamos hoy. 7) Cualquier programa es susceptible de convertirse en poesía hermética. 8) El logos es un lobo para el hombre. 9) Si los clásicos pesan mucho, basta con sacarlos de la maleta. 10) Las apariencias no engañan. Conclusión del extraterrestre: siempre estamos en (tienda de) campaña.

sábado, 29 de octubre de 2011

El chaparrón

Está cayendo una buena. La mala noticia es que ni el hombre del tiempo ni los barómetros más optimistas confían en que amaine el temporal. Como siempre, es culpa de las borrascas, de las altas presiones, de los vientos inoportunos que soplan del sur para despeinar el nórdico flequillo de quienes llevan flequillo. Ah, qué lejos queda ahora el anticiclón de las Azores, tan azulón y soleado. Basta con echar un vistazo por las ventanas para atisbar un horizonte plomizo, fundido en blanco y negro, en el que algunas nubes bailarinas ensayan la sórdida coreografía del lago de los cisnes. Sí, esta vez nos vamos a calar hasta el alma, para alegría de esos pocos objetos casi inútiles (paraguas, impermeables, katiuskas y otros productos de temporada) que nos olvidamos en cualquier sitio porque solo sirven para resguardarnos del chirimiri, esa llovizna calaboba que se parece más al suplicio de la gota que a una lluvia de verdad. Y es que, no nos engañemos, estos fenómenos atmosféricos perjudican tanto a la ciudad como al maltrecho campo, dado que su presencia se hace sentir con ímpetu tormentoso en los mercadillos locales y en los puestos de albaricoques. Como la meteorología es una ciencia triste en estos días, habrá que intentar poner buena cara a los malos tiempos, con los pies a remojo o en polvorosa. Por eso, les dejo con un poema que escribí para celebrar otra lluvia más cinematográfica y menos ácida:

COSAS QUE HACER BAJO LA LLUVIA

Cantar. Pisar los charcos. Y seguir
el ritmo de la lluvia
con los dedos. Esperar a que amaine
la tormenta
y observar cómo arrecia el temporal.
Llevar guantes, palabras, gabardina.
Calarse hasta los huesos
en ginebra. Empaparse de alcohol.
Arder solo en deseos. Pasar frío.
Resbalarse y besar
a la protagonista. Buscar los soportales
de la ciudad desierta.
                                   Tal vez pedir un taxi.
Jugar a la ruleta con Gene Kelly.
Y ganar o perder
esta tarde de lluvia.
(Día del espectador)

sábado, 22 de octubre de 2011

El fin de la violencia (forma y fondo)

Como uno es platónico en lo accesorio y aristotélico en lo esencial, nunca he bailado al son esa milonga que sostiene que la forma es el fondo, y viceversa. Entiendo y comparto la alegría de fondo por la disolución del terrorismo y por la defenestración del dictador libio. Pero no consigo sentir ni epidérmica euforia ante la imagen de unos solemnes encapuchados o ante el encarnizamiento de un cuerpo convertido en amasijo. Me dirán que son cuestiones de forma. Será que, a veces, ejerzo de corrector orto-tipográfico.   

miércoles, 19 de octubre de 2011

Felicidad interior bruta

Leo que en Bután miden la satisfacción de sus habitantes mediante el índice FIB, que no alude allí a la participación en el festival de Benicàssim, sino a la Felicidad Interior Bruta de sus moradores. Parece que, a juzgar por tal felizómetro, los butaneses —descarto “butaneros” por sus connotaciones localistas— están inmensamente contentos en lo bruto. Pero, ay, ¿cuál es la FIN (Felicidad Interior Neta) del país? De esto nada nos dicen los medios consultados. Así que les propongo la siguiente prueba: extraigan quirúrgicamente a un habitante de Bután con una FIB (pongamos) del 98%, descuéntenle sus momentos de indignación pública y sus sinsabores privados, réstenle el precio de una hipoteca en casa colgante y cárguenle impositivamente horas extraordinarias, beneficios volátiles y cierta plusvalía administrativa. Ya se imaginan el resultado: el butanés acabaría convirtiéndose en europeo. Así que desconfíen netamente de las brutalidades, y déjense guiar por la prudencia decimonónica de don Joaquín Bartrina: “Si quieres ser feliz, como me dices, / no analices, muchacho, no analices”.    

jueves, 13 de octubre de 2011

Hispanitae Day(s)

Con hispánico retraso (“el español piensa bien, pero piensa tarde”), les dejo con dos citas cinematográficas que definen a la perfección las esencias patrias ensalzadas ayer en romerías, procesiones, discursos, pasacalles y otros actos de guardar.

Jackie Brown: Creo que iré a España.
Max Cherry: ¿Madrid o Barcelona?
Jackie Brown: Empezaré en Madrid. He oído que allí no cenan hasta medianoche.
(Quentin Tarantino, Jackie Brown).

Anthony Hopkins (personaje indeterminado): Qué extraña cultura… Queman a sus santos (observando un fabuloso híbrido entre las fallas y la Semana Santa, en un paraje francamente tex-mex).
(John Woo, Misión imposible 2).    


martes, 11 de octubre de 2011

Ejercicios espirituales

Los veo algunas tardes. Hay quienes mantienen la pierna en alto, apuntando al epicentro del cosmos y simulando el metafísico salto de la grulla. Otros, más comedidos, optan por el estatismo de la flor de loto, y no faltan quienes prefieren tatuar, sobre la piel del aire, el rítmico verso dar cera / pulir cera. Entretanto, el gurú permanece concentrado y feliz, orondo y satisfecho como un kung fu panda en un museo de cera. El asunto no tendría nada de particular si no fuese por la cartografía elegida para tal despliegue: el campo de batalla del campus, que se presta de mil maravillas a ciertas beligerancias cartesianas. Lo cierto es que no sé qué actitud adoptar ante la cohorte marcial. A veces me dejo vencer por el entusiasmo, y muevo imperceptiblemente el pie derecho. Otras veces me da por indignarme ante el sosiego que transpiran los acólitos: el buen karma y el nirvana tántrico son, ciertamente, virtudes codiciadas y poco frecuentes. Hoy se me ocurre que, inmersos en sus ejercicios espirituales, se parecen al plástico o a determinadas modalidades de cefalópodos. Ellos seguirán allí para siempre, mientras pasamos de largo, nos desvanecemos en la niebla cotidiana o sufrimos un ERE melancólico. Viéndolos desplazarse sobre el césped, ajenos a la gravitación, cualquiera diría que es sencillo aspirar a la invisibilidad.

viernes, 7 de octubre de 2011

Paradoja Nobel

El premio que suele dejar mudos a todos los autores ha recuperado la voz poética de Tomas Tranströmer. Gaudeamus igitur.

lunes, 3 de octubre de 2011

Dos poemas de Verónica Aranda


Llega el monzón.
El viajero habla solo.
No pasan trenes.

***

Lonja de Goa:
bajo un sol con avispas
las pescaderas.


(Senda de sauces. 99 haikus, Madrid, Amargord, 2011)

viernes, 30 de septiembre de 2011

Rock and Roll

Lo dice José Coronado en No habrá paz para los malvados, cuando Santos Trinidad descubre que todo lo que va mal puede ir peor. Enrique Urbizu lleva tiempo empeñado en que un autóctono con un arma no parezca un esforzado préstamo ni un calco idiomático del cine americano. Y en No habrá paz… lo consigue, como antes logró convencernos de que la vida acaba por mancharnos a todos. Pero ese no es el único mérito de una de las pocas películas españolas a las que se le pueden poner sin sonrojo el adjetivo de vibrante, enérgica, electrizante y otros vocablos similares con los que los periodistas suelen motejar a los thrillers foráneos. Eso sí, es mucho más pesimista y bastante más negra que la mayoría de esos thrillers. No conviene hablar demasiado de una película que hace del laconismo una de sus mejores virtudes, así que no cometeré la torpeza de hacerlo. Me limitaré a constatar que, junto con el extraordinario trabajo de Urbizu, la música de No habrá paz… no sería lo mismo sin la letra de Michel Gaztambide. Espero no estar desvelando un secreto bien guardado, pero Gaztambide, además de un guionista de primera, es un poeta más que solvente. Ya en La vida mancha no aparecía por casualidad una calle Iribarren (por cierto, a ver cuando se dan por aludidos los entes municipales). En cualquier caso, como el movimiento se demuestra con rock and roll, les dejo con un poema que Gaztambide publicó en el número 6 de Ex Libris, allá por el año de gracia de 2005:


FEDERICO Y GIULETTA
Cuando Federico vio a Giuletta
pensó que no era guapa
pero que nunca había visto nada
tan hermoso.
Con palabras
y traspiés la hizo suya
y la llevó a su casa
donde le dio historias fabulosas
y disgustos.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Zombieland (Jorge Fernández Gonzalo)

Borges lo sabía: todo misterio es siempre superior a su resolución. Tal vez por eso soy adepto de las películas de zombis, fan de George A. Romero, y ahora entregado lector de Filosofía zombi. La herencia del positivismo hizo que la ciencia ficción al celuloide racionalizara sus engendros monstruosos, y esa manía explicativa dio al traste con una de las potencias intelectuales más activas del espectador: la imaginación. Solo unos pocos elegidos, como John Carpenter o George A. Romero, saben que sus imágenes no precisan mayor ilustración que el asombro. Por eso, el cine de zombis es un género puramente abstracto y un punto surrealista.
            En Filosofía zombi, Jorge Fernández Gonzalo no incurre en el pecado de la explicación ni en la grosería de la glosa. Al contrario, sus elocuentes notas al margen funcionan como los títulos en los cuadros de Magritte: no nos informan de nada, pero nos sorprenden en cada giro reflexivo. Para muestra basta el siguiente botón: “El zombi es un problema de escritura […] con el que infectar cualquiera de los signos que componen nuestros códigos culturales y, dese ahí, volver a pensarlos nuevamente”. Sí, pocas veces el no-muerto había estado tan vivo como en las páginas de Filosofía zombi.


lunes, 19 de septiembre de 2011

Recetas de poesía (sobre El árbol de la vida)

Fuera del gremio, donde el adjetivo es venerado y temido a un tiempo, la palabra “poético” me provoca una suerte de repelús estético. Sin embargo, siempre habrá quien considere que el mundo es un invento irremediablemente poético: una foto del atardecer, la Torre Eiffel, un modelo de Victorio y Lucchino o una tortilla deconstruida. Con esos recelos iba al cine a ver el último “poema visual” de Terrence Malick, ese hombre de barba profética que no concede entrevistas ni dirige más de una película por década. No me andaré por las ramas del árbol vitalicio. No me gustó nada el asunto, pero tuve una revelación. Descubrí a qué nos referimos cuando nos ponemos poéticos. Y, en un ejercicio de sincretismo culinario, se puede resumir en la siguiente receta:
1) Adormezca al espectador con grandes angulares tomados del National Geographic. Déjelo cocer a fuego lento.
2) Mientras llega al punto de cocción, sofría una música enfática (Brahms, más Brahms) que exprese sutilmente los atormentados mundos interiores de criaturas planas.
3) Espolvoree, sin que vengan a cuento, insertos fragmentarios de manos, pies, tules, cielos, cortinas, jardines, mares, desiertos, junglas, niños, perros, ríos, piscinas, peces, aves de corral, aves de rapiña, aves que vuelan y cazuelan…
4) Atrévase a darle un toque de distinción a su receta. Póngase estupendo. Saque a un calamar abstracto que nos explique la Creación. A un dinosaurio grande y a un dinosaurio chico. Cuente el big bang en unos minutillos. Siéntase Pollock. Llene la pantalla con amebas y magma, fuego y tierra, y los demás elementales elementos.  
5) Sazone el celuloide con una impertinente voz en off que diga en tono engolado frases del siguiente jaez: “Los pájaros cantan. Las nubes… Oh, las nubes… Ellas se levantan. Y el árbol crecía. Era verde. Como la esperanza. El árbol es lo último que se pierde. Últimamente pienso en ti, hijo. Dónde estás, hijo de Utah, te vas a poner perdido de verdín”.
6) Ya que ha empezado por el principio, acabe por el final. Hornee un limbo new age, una moraleja tea party y una retórica encíclica. Gratine un discurso pastoral-evangelista. Añada dos tazas de caldo por si alguien no lo pilla.  
7) Sírvase frío.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Mapa de la Atlántida

Lo descubrí hace poco. No vivo en la pequeña localidad levantina que aparece en mi DNI, sino que me he mudado a una cartografía hipotética, como Matrix, Gotham City o Marienbad. He descubierto que hay otro pueblo en mi pueblo: un territorio vallado y fantasmal, perfectamente trazado a escuadra y cartabón, y con una amplia variedad de mobiliario urbano en pleno proceso de descomposición orgánica. Si el peatón vadea ligeramente un poste magullado o si el automovilista se limita a equivocarse de dirección, es muy probable que entre en esa dimensión desconocida. Allí hallará columpios tapados por espectaculares capas de plástico, hileras de bancos cubiertas por una fina pátina de polvo finisecular y varios terrenos jalonados de alborozada broza. Una poética imago de las naturalezas muertas del Barroco, que al anochecer se convierte en un sombrío parque de atracciones al que solo acudiría la familia de David Lynch. Al principio, los lugareños, de natural receloso, desconfiaban de tal aparición espectral, de manera que solo el contenido de las flamantes papeleras atestiguaba la presencia humana (juvenil) y las preferencias etílicas (Cacique con Cola) de la comunidad. Sin embargo, con el tiempo, la gente ha acabado perdiéndole el miedo a pasear por su particular Atlántida, por lo que ahora es frecuente encontrarse con ciclistas, perros, madres con niños, ciclistas maternales, niños emperrados y otros bien estudiados ejemplares de la fauna autóctona. La duda que me asalta es la siguiente: ¿qué ocurriría si los habitantes prefirieran este otro pueblo a su residencia habitual? En efecto, bien podría acabar vaciándose el receptáculo real y superpoblándose el espacio virtual, según la conocida ley de los movimientos migratorios. En cualquier caso, no cabe duda de que la especulación urbanística nos ha hecho grandes. No solo disponemos de un búnker (eso sí, al aire libre) que podría habilitarse en caso de emergencia nuclear. Además, tenemos la oportunidad de disfrutar de un paisaje estético en busca de contemplador. Una única carencia me impide disfrutar de la Atlántida en todo su fantasmagórico esplendor: nunca aprendí a montar en bicicleta.



miércoles, 7 de septiembre de 2011

Almodóvar vs. Louise Bourgeois

A estas alturas, parece evidente que Pedro Almodóvar no es un director de cine, sino un género cinematográfico. Este planteamiento tiene sus ventajas y sus inconvenientes. La principal ventaja es que cualquier cosa, en manos de Almodóvar, resulta netamente almodovariana. El principal inconveniente es que los géneros cinematográficos son más normativos de lo que parecen, y bastante menos flexibles de lo que a Almodóvar le gustaría que fueran. Por eso, cuando el director se saca de la chistera esa suerte de melodrama esdrújulo (histérico, hiperestésico y un punto esperpéntico) que parece definir su estilo, consigue maravillas como Todo sobre mi madre, Hable con ella o Volver. En cambio, cuando ha de vérselas con los modelos policiacos que tanto admira, a menudo le traiciona su facilidad para transgredir la atmósfera que él mismo ha creado durante buena parte del metraje. Esa sensación me asalta durante la proyección de La piel que habito. Un mad doctor hierático, un psicópata disfrazado, un ama de llaves con síndrome de Rebeca, una hija desquiciada y un cuerpo transgénico o transgenérico son demasiados ingredientes para que la receta admita, además, las peculiares salidas por la tangente del director manchego.
            Con todo, hay en La piel que habito una excelente idea conceptual, que ignoro si estará en la novela de Jonquet en la que se inspira (aunque su título, Tarántula, parezca sugerirlo): el paralelismo entre el doble cuerpo de la protagonista y las esculturas de Louise Bourgeois. Es sabido que Almodóvar suele dar pistas sobre los referentes culturales que toma prestados. Y en La piel que habito no falta un libro con ilustraciones de la obra de Bourgeois. Lo llamativo es el modo en el que el cuerpo de Elena Anaya imita las figuras de la artista franco-americana. Comparen, si no, el siguiente fotograma de La piel que habito con la escultura Arch of hysteria (1993), de Louise Bourgeois. Supongo que lo anterior demuestra que una película fallida de Almodóvar no deja de ser una buena película mal resuelta.


sábado, 27 de agosto de 2011

Los encuentros (Marta Azparren y José Luis Gómez Toré)

No es frecuente hallar, en la mesa revuelta de las novedades editoriales, libros capaces de convocar la sutileza verbal y la esmerada caligrafía plástica. Por eso, cuando así sucede, el encuentro se convierte en descubrimiento. Me pasó, no hace mucho, con Ashes to ashes, donde Ada Salas y Jesús Placencia se citaban a propósito de los Cuatro cuartetos de T. S. Eliot. Y me ha vuelto a suceder con este Claroscuro del bosque (Madrid, Amargord, 2011). Hay que advertir que el lector está ante un texto con paratexto. En la pequeña localidad alemana de Todtnauberg, Paul Celan y Martin Heidegger se encontraron en 1967. De aquel encuentro del que tan poco sabemos —pero del que tanto podemos suponer— nace este otro diálogo entre las ilustraciones de Marta Azparren y los poemas de José Luis Gómez Toré. Entre la tensón y la tensión, los autores intuyen que lo más importante de aquella conversación tuvieron que ser los silencios: el silencio estepario de Heidegger y el silencio enjuto de Celan. El metafórico “Mapa del desencuentro” que acompaña al libro incluye la cartografía hipotética de un acontecimiento del que ni siquiera nos queda el testimonio gráfico de una fotografía. Pero quizá mejor así. Porque Claroscuro del bosque no habría podido surgir de la imposición de la presencia, sino que exige esos abismos de sentido que alumbran la memoria del Holocausto mejor que cualquier palabrería. Así que no conviene hablar demasiado sobre Claroscuro del bosque. Es preferible perderse en sus senderos y andarse (a ratos) por sus ramas. Así lo resume Gómez Toré:

Mi corazón se parece al lenguaje.
Focos sobre la nieve y alambradas.


miércoles, 17 de agosto de 2011

Confesiones editoriales

Veo que en el retiro (anímico) y en el Retiro (madrileño) han instalado confesionarios portátiles para aliviar las urgencias espirituales de los peregrinos que han acudido en tropel llamados por la visita papal. No tengo ninguna objeción, ni de conciencia ni de ninguna otra índole. De hecho, solicitaría a las autoridades, eclesiásticas o terrenales, que estos confes posmodernos y molones se mantuviesen en sus cabales sitios hasta la próxima Feria del Libro. De este modo, además de cumplir su función mediadora entre cielo y tierra, podrían poner en contacto a los autores noveles con sus futuros editores, sin el nerviosismo del cara a cara y bajo la seguridad que otorga el secreto de confesión. Por si doy alguna idea, propongo un ejemplo dialógico meramente profano:
-Ave, Editor.
-Sin mácula publicando. Dime, hijo, ¿cuándo fue la última vez que diste tu obra a las prensas?
-Uf. A ver. Si no me falla la memoria, soy inédito.
-Bien, bien. ¿Y de qué proyectos te acusas?
-Pensaba escribir un poemario…
-Peccata minuta est.
-Con imágenes, en verso y todo eso. He leído a los poetas finiseculares (del diecinueve), a Quevedo y a Neruda.
-Veo que en el pecado llevas la penitencia. Ego te mando al Retiro. Ad paseare o ad reflexionare.
-Editor, Editor, ¿por qué me has abandonado?


sábado, 13 de agosto de 2011

Hombre y gato 2 (un epílogo pacato)

Era cuestión de tiempo, supongo. Esta mañana, mientras caminaba semioculto tras la hojarasca del periódico, he escuchado una voz que clamaba: “¡Señor, señor!”. Una vez descartada una plegaria a voz en cuello (para eso está Madrid), y después de haber comprobado que en unos metros a la redonda no había nadie que se pudiese atribuir mejor tal vocativo, he inferido que alguien me llamaba al anónimo modo. Y sí, mis 26 seguidores y algún curioso ocasional lo intuyen: se trataba del hombre que alimenta a los gatos. Después de meses fingiendo no verlo, pese a los boles repletos de catchow y a la proliferación incontrolada de la fauna gatuna, he sucumbido a su súplica. En un español macarrónico (él), en un inglés maltratado (yo) y en un maullido sostenido (ellos), hemos acordado de consuno abrir un hueco en la verja que circunda el solar donde aquellos seres pacen, o la acción que les corresponda. Allí, con la experiencia que da el conocimiento (o a la inversa), el hombre ha rescatado a un minino negro de unas dos pulgadas de diámetro, lo ha introducido metódicamente en una bolsa de Mercadona y lo ha depositado con sumo cuidado en la acera, junto a sus congéneres y un recipiente con leche. En una koiné improvisada, nos hemos agradecido recíprocamente tan gratificante tarea, y cada uno a lo suyo. Dos cosas me inquietan: la sospecha de haber vulnerado las ordenanzas relativas al vallado municipal y la certeza de que ya nada volverá a ser lo mismo entre el jubilado inglés, esos sucios felinos y yo.   

sábado, 6 de agosto de 2011

Pasar por el aro (hermano lobo, hermano león)

Los vimos por primera vez el verano pasado en Mar del Plata. Allí se conocían con el nostálgico y evocador nombre de “lobos de mar”. Hacinados en la dársena del puerto, como señores bigotudos y prejubilados, aquellos lobos marinos se alimentaban de los quiméricos despojos de barcos hundidos, vivían en régimen de media pensión en una roca convertida en piso-patera y despedían un hedor insalubre similar al de la quisquilla en descomposición. Y, sin embargo, con la seguridad que da compartir el mismo horizonte de expectativas con el resto de sus congéneres, aquellos lobos de mar parecían disfrutar de su retiro con una suerte de senequismo optimista. Hace días los vi de nuevo, ahora reciclados en reclamo turístico, y rebautizados con el infausto nombre de “leones marinos”. Su misión consistía en ofrecer cabriolas y volantines ante la atenta mirada de los prejubilados levantinos y de su prole. Aquellos leones eran, sin duda, lobos hipervitamínicos que obedecían a la voz de su amo y que recibían como preciado botín una sardina cruda y escamada. No despedían precisamente olor a santidad, pero distaban de conocer en toda su magnificencia el hedor corporal de sus homólogos transatlánticos. Incluso, en el colmo de la desnaturalización, existía la posibilidad (previo pago) de que su vástago o sobrino se montara a lomos de aquellos leones adocenados y se paseara cual centauro de agua dulce por los confines de la piscina habilitada al efecto. ¿Sabrán los lobos marinos de Mar del Plata que en Benidorm se come tan bien, a costa de pasar por el aro? ¿Intuirán los leones marinos de Benidorm que en Mar del Plata no serían objeto de atracción turística, sino meros habitantes contemplativos de la disgregación orgánica del mundo? Creo que esta fábula con animales tenía moraleja, pero ahora no caigo. 

viernes, 5 de agosto de 2011

Verano-ficción

Es lo que tienen las vacaciones y, especialmente, las de verano. Fingimos que el tiempo se detiene, pero en realidad sabemos que esa elasticidad cronológica no es más que una ficción o un simulacro. Puro Baudrillard, vamos. Por eso, aunque leamos el periódico en el hall del hotel o atisbemos fragmentos del telediario en la cafetería foránea, la vuelta a la rutina siempre nos sorprende un poco, como en aquella historia en la que un frailecillo se echó una cabezada de un siglo (año arriba, año abajo) a la sombra de un árbol. El verano comprime o expande a su arbitrio el torrente de imágenes que ahora invade nuestras retinas sin previo aviso: las escenas de la masacre de Oslo se mezclan con los asistentes al funeral de Amy Winehouse, y estos con los graznidos milenaristas del Tea Party, y aquellos con la noticia de que la soja no es tan buena como algún asiático falaz nos había hecho creer. Sí, las vacaciones de verano solo son comparables a ese otro espacio de ficción que es el cine. Pero ni siquiera las salas de cine están incontaminadas por el mundo. Yo, que crecí en los extintos Astoria’s, sé lo que es alejarse de la pureza de la pantalla para darse de bruces con los compromisos de la realidad. Creo que de algo similar habla un poema de Rafael Fombellida incluido en Campo de Marte (2011), cuya lectura me ha acompañado estos días en los que he cerrado por vacaciones:

A ti, que todavía te gustará ir al cine,
te contaré una historia que no vas a creer,
de cuando, peregrinos, fuimos al Montecarlo,
primer arte y ensayo de toda la provincia.
Dieciséis, diecisiete. En un tren de gasóleo
desde nuestra ciudad radial y oscura.
Aún tengo, de algún filme, ojos desorbitados,
Querelle, Cuerno de Cabra, Teorema, Salò, et caetera.
Con esas experiencias iba a volver a casa
a vestir la camisa de franela
que sudaba la historia de nuestros padres pobres.
Qué entusiasmo alocado, qué verbo incandescente,
qué lecturas de Nietzsche o de Marcuse
en el barrio de bloques de la fábrica.
El tren serpenteaba entre cercas y granjas
mientras nos destripábamos Alicia en las ciudades.
Aunque no te lo creas, yo estaba allí también.
Pero la Europa aquella corría muy deprisa
y aún me duelen las córneas de su modernidad.
Lo que más me gustó fue ver mear a Jean Birkin
cuando aquel infrahombre que hacían llamar Krassy
se empeñaba en tratarla como a un efebo anémico.
Te quedarás de piedra cuando te cuento esto,
pues ves que soy un bárbaro, y me gusta.
Pero de vez en cuando se me escapa una frase
que pudo pronunciar Michel Poiccard
y quedo en grande con tus amistades.
Aún estoy deslumbrado, un poco, mas lo estoy.
Por eso no te cuento más películas.
Y esta además, lo sabes, no tuvo buen final.

lunes, 1 de agosto de 2011

Covarrubias xp


Desde nuestra página, celebramos el aniversario de la última entrada (o salida) de Covarrubias como solemos: con circunspección y modestia. He aquí un glosario de términos electorales y de fraseologías de nuevo cuño que hubieran podido enriquecer el botín de su tesoro con los matices de la actualidad.

Legislaturas. Todas hieren. La última mata.
Adelanto. “Reloj, no marques las horas”, ordenó el candidato.
Oposición. “Gobernaremos desde el centro, para la periferia”, propuso el otro candidato.
Papeleta. Material altamente inflamable o menuda situación.