martes, 27 de noviembre de 2012

Se armó el belén (Un apunte de sociología literaria)

Mucho se ha escrito estos días sobre el desahucio papal de la mula y del buey, para estupor y asombro de belenistas, iconoclastas y belenistas iconoclastas. Ítem más: el consabido pesebre bien pudo no haber sido tal, ni haber estado jamás en las inmediaciones de Belén de Judea. En otro tiempo, el ERE pontificio no habría tenido más consecuencias que un leve reciclaje de los materiales domésticos (figuritas, cartón, papel de plata) con el que intentamos reconstruir precariamente la atmósfera narrativa de nuestro año 0. Sin embargo, en época de tijeretazos disfrazados de recortes, el anuncio ha sentado como un tiro. A falta de conocer con detalle el trabajo de campo que ha llevado a tan extremada hipótesis, propongo una interpretación más serena y afín a las inquietudes vaticanas. No se preocupen: estamos ante el episodio piloto de una novela. Si un manido argumento de los evangelios apócrifos y un modelo pictórico sumamente soso —al que ni los bigotes duchampianos lograron sacar de su encasillamiento— dieron lugar a un superventas, ¿qué efectos no provocará la fuga de dos personajes esenciales en la trama bíblica? ¿Desaparición o secuestro? ¿Por qué suprimir a esos dos simpáticos animalitos y mantener, por ejemplo, la degollina de Herodes o el lavamanos de Pilatos? ¿Qué pasa con los reyes magos? No me cabe duda de que en breve tendremos una respuesta literaria que, por una vez, estará a la altura de nuestras expectativas. Habemus best seller. Entretanto, desde este modesto y virtual enclave, me atrevo a sugerir un título tentador: 50 sombras de Buey. Entre un toro y una mula.


jueves, 8 de noviembre de 2012

Obama, gimme hope

Me alegro de la victoria de Obama. Sí, ya sé que mientras la Unión nos aprieta pero ahoga es casi una frivolidad mirar al otro lado del charco. Sin embargo, en mi fuero interno —esa terra incognita que los psicoanalistas llaman inconsciente—, el presidente reelecto me despierta una simpatía inmediata. Cuando sonríe pícaramente como solo él sabe hacerlo, se diría que el pragmatista posibilista se ha reencontrado al fin con su döppelganger adolescente, hawaiano y revolucionario. Reconozcámoslo: es difícil no sentir una punzada de afecto por quien se ha mostrado capaz de convertir un eslogan de baratillo (su yes, we can no deja de ser un trasunto poco imaginativo de nuestro futbolístico no hay dos sin tres) en una consigna brillante y en un síntoma de los malos tiempos que corren. Puede que Obama no sea el líder del mundo libre que el mundo maniatado estaba esperando. Admito que su política ha pasado del rotundo change we need al tibio with a little help from my friends. No obstante, su imbatible fotogenia solo tiene parangón con su optimismo irredento: ayer no más decía que lo mejor está por venir. A uno le da por pensar que será porque hemos tocado fondo. Pero luego vemos la lluvia de confeti y el gesto confianzudo del presidente, y nos quedamos mucho más tranquilos. Ya lo decía Eddy Grant mientras luchaba contra el apartheid a ritmo de reggae: gimme hope y dime tonto.