jueves, 31 de octubre de 2013

La carrera del guionista


Los cinéfilos franceses ―perdón por la redundancia― nos han acostumbrado a evaluar las películas a partir de la consumada política de los autores. Según dicha tesis, el director de un filme sería el único responsable del resultado final, y a él deberíamos acusarle de daños y perjuicios o alabarle el gusto. Sin embargo, detrás de cada buen director suele haber un mejor guionista, a veces un heterónimo letraherido y otras veces un pobre asalariado de los estudios. La constelación de los guionistas es diversa y, en general, desgraciada: cuando no aparecen como satélites sin acreditar, son desacreditados por las veleidades de una estrella fugaz o por un empresario de medio pelo. John Sayles se pasó media vida arreglando guiones ajenos, algo similar a realizar una corrección de estilo sin estilo. Y el protagonista de la novela Karoo, de Steve Tesich, se dedica a infundir unas gotas de espíritu a montañas de celuloide sin alma. Por eso los guionistas casi siempre son los grandes olvidados, incluso cuando no solo obtienen victorias pírricas, sino grávidos triunfos. Ed Wood me parece la obra maestra de Tim Burton, en la que su lenguaje extravagante, cómico y sombrío se aplica a un asunto a la altura de las circunstancias. Y la crítica saludó los biopics de Larry Flint y de Andy Kaufman como la prueba de que el talento de Milos Forman no había caducado con Amadeus. No obstante, las tres películas citadas compartían un rasgo: todas ellas habían sido escritas por el tándem formado por Scott Alexander y Larry Karaszewski.
 
A un guionista hollywoodiense hay que pedirle lo imposible. Es decir, que nos llegue a interesar lo que no nos interesa. Lo consiguieron Steven Zaillan y Aaron Sorkin con Moneyball, película de superación personal, basada en hechos reales y ambientada en el mundo del béisbol. Vaya por delante que uno opina, como Bergamín, que “el sport no es siquiera la estética del aburrimiento, sino su higiene”. Pero, más allá de su tablero deportivo, Moneyball escondía el convincente retrato humano de un entrenador y de su ayudante. He tenido una sensación muy parecida con Rush, filmada por Ron Howard, uno de esos directores que dan la impresión de haberlo rodado todo desde los ochenta hasta nuestros días. La clave de Rush hay que buscarla de nuevo en el nombre del guionista: Peter Morgan, autor de los libretos de The Queen y Frost/Nixon. Como las anteriores, Rush se adscribe al dudoso género del “relato real”, según la acepción de Javier Cercas. En este caso, la película cuenta la rivalidad entre Niki Lauda (Daniel Brühl) y James Hunt (Chris Hemsworth). Lo que podría haber cristalizado en el contraste maniqueo entre las personalidades de un alemán cuadriculado y de un vivales americano, con puntuales injertos de derrapes y acelerones, se transforma en un díptico biográfico con matices y claroscuros. El logro de Rush radica en que la hazaña deportiva es lo de menos. Después de la última curva, ya no nos importa el destino de los protagonistas. Pero, mientras dura la carrera, el espectador siente y padece con unos personajes que resultan, como nunca, de carne y hueso.

Coda. Ignoro si la rivalidad entre Fernando Alonso y Lewis Hamilton dará en el futuro para tales gestas. Pero, por si alguien dudara de la efectividad literaria de nuestro piloto más internacional, me despido hoy con el poema “F1 Haiku” (La tierra nos agobia, 2011), de Jorge Gimeno: “Alonso entra en boxes. // Las hormigas se echan / encima / del grano de trigo”.


(Publicado en el suplemento “Arte y Letras” del diario Información, el 31 de octubre de 2013)

lunes, 28 de octubre de 2013

El viejo Lou



Cuando me preguntaban, con candoroso maniqueísmo, si prefería a los Beatles o a los Rolling, yo siempre me quedaba con la Velvet Underground, esa factoría musical que funcionaba a la vez como un happening ambulante y un espejo roto. El mérito indiscutible de Lou Reed fue sobreponerse a su condición de icono mediante un reciclaje sucesivo, pero sin necesidad de reinventarse a sí mismo cada cuarto de hora. Así, si las canciones tristes de Berlin fueron el portazo definitivo a los floridos sesenta, como afirmaba Antonio Martínez Sarrión en Jazz y días de lluvia, sus partituras de los ochenta y noventa le pusieron banda sonora a Nueva York. Del mismo modo que Woody Allen ilustró la parte alta de la ciudad con sus imágenes en movimiento, Lou Reed cantó a las palomas tóxicas, al tráfico imposible y a los amores a tres (y cuatro) bandas. En sus últimas apariciones el viejo Lou había perdido rotundidad, pero seguía ofreciendo la misma imagen de bohemio sin causa. Ayer no fue, ni mucho menos, un día perfecto. Hoy me quedo con su aparición Blue in the face (1995), esa jam session cinematográfica que Wayne Wang y Paul Auster convirtieron en el mayor homenaje al Nueva York pre 11-S. 


miércoles, 16 de octubre de 2013

En Santander



Fundación Gerardo Diego
CENTRO DE DOCUMENTACIÓN DE LA POESÍA ESPAÑOLA DEL SIGLO XX
  
Cuarenta años de
poesía en Cantabria
1970-2010

 
18
TERTULIA DE
EQUIS Y ZEDA
santander
16, 17 y 18 de octubre
2013


Miércoles, 16 de octubre, 19:30 h. 
Julio Neira:
Diccionario de la poesía en Cantabria:
de la historia clínica al diagnóstico.
  
Jueves, 17 de octubre, 19:30 h. 
Luis Bagué Quílez:
Panorama desde el puente:
poetas y revistas en Cantabria hacia el siglo xxi.

Viernes, 18 de octubre, 19:30 h.
Los autores de Cantabria tienen la palabra. 
 Foro abierto
Modera: Javier Lostalé.

sábado, 12 de octubre de 2013

Cuando escribo no escribo



En la escritura, como en cualquier otra esfera más o menos terrenal, las obligaciones públicas se avienen mal con las devociones privadas. Así que cuando escribo por imperativo, aunque sea por mandato de un extraño y autoimpuesto sentido del deber, no le doy a la tecla por gusto. Y me temo que este blog, algo desatendido últimamente, forma parte de esos ocios de la imaginación que no tienen horario ni fecha en el calendario, que dijo el vate. Así que anuncio mi intención de poner algunos andamios (que no ladrillos) en esta página en construcción. Sin embargo, como fugit irreparabile tempus, que dijo el cantante, me limitaré a consignar aquellas entradas que pensé incluir y que ya no incluiré:

-Sobre el premio Nobel de Literatura.
-Sobre el premio Nobel de Física, y la paradoja ontológica de que se lo concedan a Higgs por la partícula de Higgs.
-Sobre una foto de Angela Merkel en un supermercado, perfecta imagen de la economía doméstica.
-Sobre la tragedia de Lampedusa.
-Sobre las razones por las que me gustaron Mud y Jimmy P.
-Sobre el fiasco olímpico.
-Sobre Juan Luis Panero.
-Sobre la frase “No todos podemos ir en Mercedes”, pronunciada en un arrebato de sinceridad por el presidente de la Comisión de Fomento.     

Por hoy no digo más. Ni menos.