jueves, 22 de diciembre de 2011

De lobos y leones (2): riechmanniana


Hace unos meses colgué aquí la foto de unos lobos marinos en toda su esplendorosa podredumbre, lejos de los adocenados leones marinos que acostumbran a pasar por el aro con la misma elegante naturalidad que un candidato electoral entre la muchedumbre votante. La foto estaba tomada en Mar del Plata. Leo ahora el excesivo, inteligente y nada adocenado libro de Riechmann El común de los mortales (Barcelona, Tusquets, 2011). Junto con otras referencias compartidas —los naipes de José Antonio Gabriel y Galán o las ciudades de José Luis Guerín—, me encuentro con un estupendo poema dedicado a los lobos marinos de Mar del Plata. Copio el poema y pego la foto: pura écfrasis.

Estos leones marinos
“de un solo pelo”
hacinados en rincones del puerto

esperando
un poco de pescado al descuido
un poco del sustento menguante para todos

hostigados
por perros tan desamparados como ellos
que se divierten acosándolos
(ay, las tristes distracciones de los machos
de casi todas las especies)

esos lobos marinos
(así los llaman a este lado del Atlántico)
en su acre lobera
al sol junto a las carcasas herrumbrosas
de los barcos a medio desguazar

esos comedores de peces sin peces
dormitando intranquilos junto a los barcos sin peces

nos ponen ante los ojos
el desatino urgente de un mundo
donde no estamos dejando lugar
para la vida

jueves, 15 de diciembre de 2011

Infiernos de cine

El infierno son los otros. Polanski parece suscribir la tesis sartriana en Un dios salvaje, a la que le sobra histrionismo y le falta enjundia. En cambio, en Un método peligroso, Cronenberg defiende una teoría menos arraigada, pero mucho más convincente: el infierno somos nosotros, aunque el viento de la historia extienda el incendio hacia regiones ignotas. En el purgatorio, la protagonista de Melancholia, erigida en una suerte de Casandra del siglo XXI, asiste a la crónica de un Apocalipsis anunciado. El infierno es la visión. La gran pantalla está que arde.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Papá Noel es chino

Algunos lo temían secretamente. Otros se alegraban por lo bajinis. Pero todos nos lo barruntábamos. Papá Noel nunca ha sido ese señor barbudo, orondo y hortera que se precipita por las chimeneas ajenas para repartir regalos y disgustos. No. Papá Noel no se le parece ni por asomo al histriónico Santa Claus, soportando con su pijama bermellón temperaturas árticas, ni a la reciclada leyenda de San Nicolás, con su mitología escandinava a cuestas. El otro día lo vi en la tele: tenía las facciones afiladas de un pájaro, la voz ligeramente atiplada, y dos líneas rectas dibujaban la geometría de sus ojos. No recuerdo su nombre ni la ciudad en la que vivía. Pero era chino, de eso estoy seguro. Puede que en los almacenes en los trabajaban de sol a sol sus sufridos elfos no hubiera electricidad, y tal vez sus obreros de la felicidad ni siquiera tuvieran permiso para celebrar el año nuevo (chino). Pero el hombre estaba movido por un mismo y vehemente impulso: quería regalarle a todo bicho viviente espumillón, matasuegras, e incluso quizá alguna variante autóctona de sidra El Gaitero. Distribuía sus presentes por el mundo en cadenas especializadas, a precios imbatibles, y soñaba despierto con una revolución que derrocaría a la calabaza de Halloween y al espíritu de las Navidades pasadas. Por un segundo, lo confieso, me dio algo de respeto, pero poco a poco le fui perdiendo el miedo. Conforme explicaba su expansión comercial, a escala interplanetaria, pensé que Sarkozy y Merkel también estaban en el ajo: ellos, mejor que nadie, saben que algún flamante empresario chino le sacará las castañas del fuego a la vieja y renqueante Europa. Y lo mejor es que ni siquiera hace falta haberse portado bien.


lunes, 5 de diciembre de 2011

Digo 33

Desde ayer formo parte de un club poco prestigioso. Ando “ya en la bíblica edad —33 años— / que dicen plenitud, pero es ocaso”, como escribía Víctor Botas cuando tenía la edad que ahora tengo. No sé si el ocaso será el Apocalipsis (now) de los mayas agoreros o el ERE colectivo con el que nos amenazan las muy pelmazas primas de riesgo, esas parientes lejanas de Casandra que muerden el corazón de las bolsas europeas. Yo, por si acaso, llevo mi cruz a pulso, me corono la frente de espinosas arrugas y, en la intimidad, me sazono con vinagre balsámico de Módena. Ya he encargado el madero en la carpintería José e Hijo. Mientras me doy una vuelta por el Calvario, me consuelo recordando que, hace tres años (día arriba, día abajo), escribí el poema que ahora copio:



OTRAEDAD

Hoy he cumplido treinta años.
A mi edad Ian Curtis
había cantado todas las canciones,
Rimbaud buscaba en Yemen
la sombra de sí mismo,
Dylan Thomas soñaba
la máscara de un sueño,
Van Gogh no había pintado
aún los girasoles.

Pero no sé qué excusa
puedo ponerme ahora
si alguien me contradice
al fondo del espejo:
ese otro que soy yo
sigue siendo un extraño para mí.
(de Página en construcción)

viernes, 2 de diciembre de 2011

Nicanor Cervantes gana el premio Parra

En su artículo “Literatura y exilio”, Roberto Bolaño recordaba cómo Nicanor Parra, flamante premio Cervantes, salió por la tangente en la polémica sobre los cuatro grandes poetas chilenos: para algunos, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Pablo de Rokha; para otros, Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Gabriela Mistral y Nicanor Parra. La canónica respuesta parriana fue:

Los cuatro grandes poetas de Chile
son tres:
Alonso de Ercilla y Rubén Darío.


Nicanor Parra: genio y figura.