lunes, 12 de diciembre de 2011

Papá Noel es chino

Algunos lo temían secretamente. Otros se alegraban por lo bajinis. Pero todos nos lo barruntábamos. Papá Noel nunca ha sido ese señor barbudo, orondo y hortera que se precipita por las chimeneas ajenas para repartir regalos y disgustos. No. Papá Noel no se le parece ni por asomo al histriónico Santa Claus, soportando con su pijama bermellón temperaturas árticas, ni a la reciclada leyenda de San Nicolás, con su mitología escandinava a cuestas. El otro día lo vi en la tele: tenía las facciones afiladas de un pájaro, la voz ligeramente atiplada, y dos líneas rectas dibujaban la geometría de sus ojos. No recuerdo su nombre ni la ciudad en la que vivía. Pero era chino, de eso estoy seguro. Puede que en los almacenes en los trabajaban de sol a sol sus sufridos elfos no hubiera electricidad, y tal vez sus obreros de la felicidad ni siquiera tuvieran permiso para celebrar el año nuevo (chino). Pero el hombre estaba movido por un mismo y vehemente impulso: quería regalarle a todo bicho viviente espumillón, matasuegras, e incluso quizá alguna variante autóctona de sidra El Gaitero. Distribuía sus presentes por el mundo en cadenas especializadas, a precios imbatibles, y soñaba despierto con una revolución que derrocaría a la calabaza de Halloween y al espíritu de las Navidades pasadas. Por un segundo, lo confieso, me dio algo de respeto, pero poco a poco le fui perdiendo el miedo. Conforme explicaba su expansión comercial, a escala interplanetaria, pensé que Sarkozy y Merkel también estaban en el ajo: ellos, mejor que nadie, saben que algún flamante empresario chino le sacará las castañas del fuego a la vieja y renqueante Europa. Y lo mejor es que ni siquiera hace falta haberse portado bien.


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