lunes, 26 de septiembre de 2011

Zombieland (Jorge Fernández Gonzalo)

Borges lo sabía: todo misterio es siempre superior a su resolución. Tal vez por eso soy adepto de las películas de zombis, fan de George A. Romero, y ahora entregado lector de Filosofía zombi. La herencia del positivismo hizo que la ciencia ficción al celuloide racionalizara sus engendros monstruosos, y esa manía explicativa dio al traste con una de las potencias intelectuales más activas del espectador: la imaginación. Solo unos pocos elegidos, como John Carpenter o George A. Romero, saben que sus imágenes no precisan mayor ilustración que el asombro. Por eso, el cine de zombis es un género puramente abstracto y un punto surrealista.
            En Filosofía zombi, Jorge Fernández Gonzalo no incurre en el pecado de la explicación ni en la grosería de la glosa. Al contrario, sus elocuentes notas al margen funcionan como los títulos en los cuadros de Magritte: no nos informan de nada, pero nos sorprenden en cada giro reflexivo. Para muestra basta el siguiente botón: “El zombi es un problema de escritura […] con el que infectar cualquiera de los signos que componen nuestros códigos culturales y, dese ahí, volver a pensarlos nuevamente”. Sí, pocas veces el no-muerto había estado tan vivo como en las páginas de Filosofía zombi.


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