viernes, 5 de agosto de 2011

Verano-ficción

Es lo que tienen las vacaciones y, especialmente, las de verano. Fingimos que el tiempo se detiene, pero en realidad sabemos que esa elasticidad cronológica no es más que una ficción o un simulacro. Puro Baudrillard, vamos. Por eso, aunque leamos el periódico en el hall del hotel o atisbemos fragmentos del telediario en la cafetería foránea, la vuelta a la rutina siempre nos sorprende un poco, como en aquella historia en la que un frailecillo se echó una cabezada de un siglo (año arriba, año abajo) a la sombra de un árbol. El verano comprime o expande a su arbitrio el torrente de imágenes que ahora invade nuestras retinas sin previo aviso: las escenas de la masacre de Oslo se mezclan con los asistentes al funeral de Amy Winehouse, y estos con los graznidos milenaristas del Tea Party, y aquellos con la noticia de que la soja no es tan buena como algún asiático falaz nos había hecho creer. Sí, las vacaciones de verano solo son comparables a ese otro espacio de ficción que es el cine. Pero ni siquiera las salas de cine están incontaminadas por el mundo. Yo, que crecí en los extintos Astoria’s, sé lo que es alejarse de la pureza de la pantalla para darse de bruces con los compromisos de la realidad. Creo que de algo similar habla un poema de Rafael Fombellida incluido en Campo de Marte (2011), cuya lectura me ha acompañado estos días en los que he cerrado por vacaciones:

A ti, que todavía te gustará ir al cine,
te contaré una historia que no vas a creer,
de cuando, peregrinos, fuimos al Montecarlo,
primer arte y ensayo de toda la provincia.
Dieciséis, diecisiete. En un tren de gasóleo
desde nuestra ciudad radial y oscura.
Aún tengo, de algún filme, ojos desorbitados,
Querelle, Cuerno de Cabra, Teorema, Salò, et caetera.
Con esas experiencias iba a volver a casa
a vestir la camisa de franela
que sudaba la historia de nuestros padres pobres.
Qué entusiasmo alocado, qué verbo incandescente,
qué lecturas de Nietzsche o de Marcuse
en el barrio de bloques de la fábrica.
El tren serpenteaba entre cercas y granjas
mientras nos destripábamos Alicia en las ciudades.
Aunque no te lo creas, yo estaba allí también.
Pero la Europa aquella corría muy deprisa
y aún me duelen las córneas de su modernidad.
Lo que más me gustó fue ver mear a Jean Birkin
cuando aquel infrahombre que hacían llamar Krassy
se empeñaba en tratarla como a un efebo anémico.
Te quedarás de piedra cuando te cuento esto,
pues ves que soy un bárbaro, y me gusta.
Pero de vez en cuando se me escapa una frase
que pudo pronunciar Michel Poiccard
y quedo en grande con tus amistades.
Aún estoy deslumbrado, un poco, mas lo estoy.
Por eso no te cuento más películas.
Y esta además, lo sabes, no tuvo buen final.

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