miércoles, 17 de agosto de 2011

Confesiones editoriales

Veo que en el retiro (anímico) y en el Retiro (madrileño) han instalado confesionarios portátiles para aliviar las urgencias espirituales de los peregrinos que han acudido en tropel llamados por la visita papal. No tengo ninguna objeción, ni de conciencia ni de ninguna otra índole. De hecho, solicitaría a las autoridades, eclesiásticas o terrenales, que estos confes posmodernos y molones se mantuviesen en sus cabales sitios hasta la próxima Feria del Libro. De este modo, además de cumplir su función mediadora entre cielo y tierra, podrían poner en contacto a los autores noveles con sus futuros editores, sin el nerviosismo del cara a cara y bajo la seguridad que otorga el secreto de confesión. Por si doy alguna idea, propongo un ejemplo dialógico meramente profano:
-Ave, Editor.
-Sin mácula publicando. Dime, hijo, ¿cuándo fue la última vez que diste tu obra a las prensas?
-Uf. A ver. Si no me falla la memoria, soy inédito.
-Bien, bien. ¿Y de qué proyectos te acusas?
-Pensaba escribir un poemario…
-Peccata minuta est.
-Con imágenes, en verso y todo eso. He leído a los poetas finiseculares (del diecinueve), a Quevedo y a Neruda.
-Veo que en el pecado llevas la penitencia. Ego te mando al Retiro. Ad paseare o ad reflexionare.
-Editor, Editor, ¿por qué me has abandonado?


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