viernes, 11 de noviembre de 2011

Sin hacer ruido

Tomás Segovia fue un poeta sigiloso. En los últimos tiempos acudió anualmente a su cita editorial con los lectores, y tuvo la osadía de abrir un blog en vez de cerrar las páginas de sus obras completas. Su corazón y sus versos se enriquecieron con la impronta de una doble nacionalidad española y mexicana. Y así, entre las dos orillas, fue escribiendo una obra de serena elocuencia, ajena a la vocación del empedernido grafómano y del escueto versificador, aunque compartiera su versatilidad con el primero y su exigencia con el segundo. Fue amigo de Ramón Gaya, a quien le disputó el disfraz de acuarelista callejero mientras se dedicaba a completar grandes óleos verbales, como Anagnórisis y Terceto. Soñó con ser otro y quiso ser el mismo. Ahora, cuando reposa en los ojos del día, es imposible no reconocerlo en el maestro estoico y virtuoso, alérgico a las pompas mundanas, cuya semblanza trazaba en Salir con vida (2003):


 EL VIEJO MAESTRO
En avión, 13 de junio

Vivo apartado de más de un festejo
Excluïdo de juegos pulsos competencias
Puesto a la zaga de innúmeros denuedos
Vivo con menos hambre
Menos impulsos menos prisas
Pero en mis sabios dedos el pincel de bambú
Sublimemente ondea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario