Recuerdo la impresión que me produjo uno de los momentos más conmovedores de la última campaña electoral estadounidense. La inefable Sarah Palin estaba pintando con la paleta de Walt Disney su distopía orwelliana cuando mencionó la palabra petróleo (bueno, lo dijo en inglés, pero no vamos a ponernos tiquismiquis). Como si aquella palabra fuera el detonante de una reminiscencia latente en el electorado, sus acólitos comenzaron a repetir como un mantra: perforar, perforar, perforar. Si la catarsis es una mezcla de piedad y terror, puedo asegurar que fue lo que experimenté entonces: pura catarsis aristotélica. La secuencia viene al caso porque leo que la última idea de los visionarios comunitarios consiste en realizar prospecciones petrolíferas en la costa de Levante. Sin embargo, no debemos preocuparnos, pues dichas prospecciones se llevarán a cabo con todas las garantías medioambientales y sin ningún riesgo para la fauna y flora (real y potencial). Al menos hay tres motivos para el optimismo, si no para la viva euforia: 1) No se emplearán torres petrolíferas, ya que un barco sondeará las profundidades marinas con ondas sonoras que solo imantarán a los peces y confundirán la sexualidad de los delfines. 2) No afectarán a la afluencia turística, ya que los rutilantes jubilados tendrán un nuevo entretenimiento mientras avistan los veleros bergantines de la Death Ocean Race. 3) La perforación —propiamente dicha— solo se llevará a cabo después de haber dictaminado sin ningún margen de error que hay crudo, digamos, entre Cocentaina y Gandía. Me preocupo.
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