Quien haya seguido estos días la carnívora y venérea polémica protagonizada por Arcadi Espada y Javier Cercas sabrá de lo que hablo. Mientras que en el articulismo y en la narrativa aún se discute sobre la presunta veracidad o la presumible verosimilitud de la escritura, hace tiempo que la poesía ventiló el asunto por la tangente. Cierto es que, de cuando en cuando, vuelven a avivarse las brasas. Suele coincidir con unas declaraciones en las que algún vate se desmarca afirmando que la lírica no pertenece al recinto de la literatura (si contempla la vastedad de los predios celestiales), o que debería considerarse como un género de “no ficción” (si mira de reojo al mercado). Entretanto, los suplementos culturales, mucho más prosaicos, han admitido a la “poesía” como el tercer vértice de un triángulo isósceles cuyas otras puntas son “ficción” y “no ficción”. Y santas pascuas. Sin embargo, incluso los partidarios de que no hay una clara diferencia entre ambas categorías seguimos jugando al escondite con el sujeto lírico y con el motivo poético (o, peor aún, poemático), en vez de rendirnos a la evidencia del personaje en busca de argumento. La solución es la siguiente: o barajamos los rótulos de las mesas de novedades o aceptamos las razones (estas sí, químicamente puras) de los alumnos de secundaria: “El poeta dice que la ama”. A la espera de una respuesta, sigo convencido de que la no ficción es un subgénero de la ciencia ficción.
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