Leo en Babelia las primeras entradas del diario en construcción de Piglia. Compruebo que no soy el único al que le escaman las resurrecciones periódicas de ciertos autores que llevan ya algún tiempo en el otro barrio, con parcela propia en el panteón de nombres ilustres. Se diría que algunos escritores nunca fueron tan prolíficos como después de muertos, tal vez porque ahora su reino no es de este mundo, y en aquel otro ya no están sujetos ni a los imperativos editoriales ni al arbitrio de la cronología. No resulta menos llamativo que sus archivos informáticos —imperecederos como su legado— sean invariablemente un pozo sin fondo: basta con excavar un poco, y el resultado de la prospección suele dar para tres novelas, un diario íntimo, cuatro o cinco (colecciones de) relatos y un apartado de miscelánea que puede aparecer por entregas en la prensa escrita o publicarse por fascículos en revistas eróticas, junto a los desplegables. Es curioso que fauna tan habituada a trabajar a destajo, con la espada de Damocles de los plazos oscilando sobre sus cabezas, tenga tiempo para entretenerse diseñando su obra póstuma, lo que es —por otra parte— una ocupación tan lícita como hacer testamento o sudokus. Parece que los autores actuales piensan como los invitados de aquel programa televisivo post mortem en el que el entrevistado sacrificaba la gloria mundana en aras del éxito de ultratumba. No sé si existirá ese grupo de escritores que “ha decidido ganarse la vida escribiendo novelas póstumas”, como dice Piglia, o si habrá un purgatorio en el que el jefe de todo esto les seguirá exigiendo a sus realquilados un título por año.
PD: Ando leyendo el estupendo Blanco nocturno, donde el detective Croce le busca “cinco patas” al gato, en lugar de tres pies. La expresión que le otorga una pata más al felino me suena mucho más convincente que la que le atribuye un pie menos. A menos que el gato trípode sea un gato encerrado, claro está.
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