Leo que Gimferrer declara que un poema es “un absoluto verbal”. Para un gremio proclive al relativismo (ilustrado o no), el sintagma suena decididamente absolutista, aunque se trate de una monarquía verbal parlamentaria. Pero no hay motivos para preocuparse. Poco después (o poco antes), el autor afirma: “He de dar por buena toda interpretación que alguien vea porque seguro que está en el texto”. Al final, Gimferrer también acaba acogiéndose a la teoría de la relatividad, aunque sea a costa del manoseado papel del lector y de la tradición hermenéutica. Será porque todo es absolutamente relativo. O relativamente absoluto.
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