Como no solo de poesía vive el homo loquens (y más o menos faber), abro con esta entrada una puerta a otra de mis manías predilectas: las imágenes que surgen de ese fabuloso aparato que los Lumière inventaron para promocionar el negocio familiar. Traducido a lenguaje poético —según Juan de Mairena—, confieso que también me gusta el cine. Pese a que soy un espectador omnívoro e impenitente, aún me inquietan ciertos misterios relativos al arte del séptimo ídem. El último de esos enigmas es la hipnosis colectiva, la catarsis espiritual y la conmoción lírica que provoca en buena parte de la crítica un realizador tailandés que responde al pintoresco e impronunciable nombre de Apichatpong Weerasethakul. Tiendo a profesar agnosticismo hacia el cine de culto. Pero, en este caso, me declaro ateo militante. Hace años vi en vídeo Tropical malady. La copia no era buena, los subtítulos resultaban casi ilegibles y tenía sueño, así que atribuí a la conjunción de esos tres factores mi escasa empatía hacia la selva de imágenes diseñada por su director.
Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas, Palma de Oro en el festival de Cannes, ha logrado conciliar el elogio unánime de toda la prensa cinematográfica que no tiene como único modelo estético la Poética de Luzán. Pero, además, Apichatpong se ha erigido en adalid del nuevo cine lírico. Así que ni Wong Kar Wai, ni Hou Hsiao-Hsien, ni Kim Ki-Duk. El poeta es él. Dos meses después, solo recuerdo dos secuencias de mi visita al tío Boonmee: la primera es una cena doméstica en la que se congregan un hombre-lobo —de aspecto francamente ewok, comparen las fotos—, el fantasma de una mujer y el atribulado tío Boonmme (no es para menos). La segunda tiene el indudable mérito de convertir en celuloide literal la expresión figurada que manda a alguien a copular con un vertebrado acuático. No sé cuánto durará el fervor Apichatpong, pero promete ser la pesadilla que se muerde la cola.
Apichatpong son, amigo Luis Bagué, palabras mayores. Su importancia, su radicalidad y sus novedosas propuestas no invalidan las de esos otros directores que citas, tampoco las eclipsan. Pero me temo que despachar una espléndida película como "Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas" con un par de líneas no es nada justo para con la obra. El libro "Luces de Siam. Introducción al cine tailandés", de Alberto Elena, ofrece datos par contextualizar la película, que procede de un mundo muy alejado del nuestro que tiene sus propias claves (y que a veces se nos escapan). Bienvenido al mundo de los blogs y un cordial saludo. Rafael-José Díaz
ResponderEliminarBienvenido al blog, Rafael-José. Reconozco que mi exposición boonmmeana era (deliberadamente) caricaturesca. Ahora bien, creo que para que un proyecto simbólico funcione deben funcionar también las dos caras del símbolo: el haz literal y el envés figurado. Y me parece que, en la película de Apichatpong, los árboles metafóricos impiden ver el bosque discursivo, más aún cuando (como bien apuntas)al espectador occidental se le escapan buena parte de las claves interpretativas que sustentan el asunto. Revisaré mi ateísmo, pero por el momento sigo siendo agnóstico. Saludos, Luis.
ResponderEliminarSaludos, amigo Luis. Sólo ahora leo tu respuesta. Un abrazo.
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