Veo la película de Xavier Beauvois. La sobriedad de la puesta en escena y la contención interpretativa de los actores me convencen de que es posible un compromiso que proyecte una mirada serena y reflexiva sobre la sociedad de nuestros días. Pero, cuando estoy a punto de ensalzar las virtudes de un discurso elíptico, capaz de suscitar la duda sobre lo que debe mostrarse (o no) al espectador, abro el periódico y veo las imágenes de la masacre en Moscú, insólitamente familiares. La realidad no se anda con rodeos ni medias tintas. Y, definitivamente, no entiende de elipsis.
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