Hay muchas formas de infiltrarse en el mundo. Y casi todas aparecen en Clandestinidad (Madrid, Visor, 2011), el libro con el que Jiménez Millán comparece de incógnito ante los lectores. La polisemia del concepto que da título a su nueva entrega le permite aproximarse a la retórica de un tiempo guardado bajo llave, al lenguaje de lo prohibido y a la novela de aprendizaje que escribe irremediablemente quien transita de Herman Hesse a Henry Miller, del París soñado a la Granada vivida, de la seducción del vértigo a los míticos acordes de Lou Reed. Si el pasajero clandestino es el superviviente de contiendas libradas en el campo de batalla de la memoria, también puede dar testimonio de la historia colectiva y de una sociedad que ha marcado la piel del atlas con las cicatrices del horror. Quizá la auténtica clandestinidad consista en alcanzar el sueño de una costa que se confunde con los perfiles de la isla de Böcklin. O tal vez resida en el último gesto de suicidas ejemplares como Marilyn Monroe, como Pavese, como Nicolas Cage en Leaving Las Vegas. O tal vez sea la íntima rebeldía del infiltrado en una película de espías cuyo argumento no conviene desvelar. No lo sabremos nunca. Y es que al poeta no le corresponde ejercer de fiscal general ni de juez inapelable, sino de testigo de cargo. La sentencia del tiempo confirma que Jiménez Millán está condenado a escribir versos memorables.
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