En No sé por qué y Patio de locos, Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) reúne, en una edición revisada, dos plaquettes publicadas previamente de
forma exenta. Sin embargo, el lector no se halla ante una mera recopilación de
materiales dispares, sino que ha de vérselas con un libro bifronte y ambidextro
donde alternan dos modos de respiración lírica. Ambos títulos plantean un juego
de espejos o un diálogo sostenido en el asombro, entre el funambulismo de la
razón y la tentación del abismo. Así, la búsqueda de la identidad desplegada en
No sé por qué encuentra una
interesante contrapartida en la indagación sobre la alteridad en torno a la que
se articula Patio de locos. El primer
segmento del volumen (No sé por qué)
puede leerse como un inventario de dudas metódicas y retóricas. Los poemas,
encabezados anafóricamente por la secuencia “No sé por qué”, se sustentan en
una actitud de sospecha. Las perplejidades deductivas y las incertidumbres cartesianas
muestran una realidad escindida en la que convergen el amor y el erotismo, la
pantalla y la página, el verso y sus reversos, el ruiseñor de Keats y el cuervo
de Poe. Al final, la docta ignorancia con la que el autor examina el mundo se
transforma en una suerte de mayéutica posmoderna: “No sé por qué no sé / mejor
que conocer es preguntar dos veces / hagamos un trato señora poesía / le cambio
sus asombros por mis dudas”. Esta escritura vigilante se expande, en Patio de locos, hacia una dimensión metaficcional.
Neuman presenta aquí el retablo coral de un pabellón psiquiátrico por cuyas
salas desfilan el loco astuto, la enfermera, el doctor nube o el narrador
narrado por un profuso avispero de voces. En un universo donde nada es lo que
parece, la locura se convierte en una forma superior de lucidez, mientras que
la cordura se concibe como una enfermedad contagiosa: “tienes que ir
aprendiendo murmura el veterano / a distinguir los locos de los locos”. Más
allá de su naturaleza jánica, este libro propone un tour de force que su demiurgo resuelve con la trascendente levedad
del ironista y la aparente sencillez del virtuoso.
Publicado en el suplemento “Babelia” del diario El País, el 27 de abril de 2013