Desde que recuerdo tener algo similar a una “memoria cinéfila”, Woody Allen me ha parecido una isla. No uno de esos islotes con palmera que aparecen en los chistes de náufragos, sino un auténtico archipiélago creativo, que poseía la facultad de levantar un océano entre la sala de cine y el orden del mundo. En algunas de sus películas, no podemos dejar de seguir el ritmo con el pie ni de recorrer la secuencia con las pupilas. Debo reconocer, sin embargo, que últimamente su isla se estaba empezando a llenar de turistas: si su paseo por Barcelona consiguió irritarme, sus vacaciones en Londres tampoco llegaron a seducirme demasiado, aunque de todo haya en la cuna de Shakespeare. Así que fui a ver Medianoche en París con cierto recelo. Y, no obstante, salí reconciliado (de nuevo) con el director y enamorado (otra vez) de la Ciudad de las Luces. Aunque no estoy dispuesto a ejercer de aguafiestas argumental, es cierto que Woody Allen no asumía riesgos metaficcionales parecidos desde los tiempos de Zelig o de La rosa púrpura del Cairo. Y aquí vuelve a demostrarnos que la fantasía no está exenta de realismo, y que la realidad sería terriblemente sosa sin el condimento de la imaginación. Hace unos meses achacaba al síndrome Dickens mi desapego hacia el cine de Eastwood. En Medianoche en París, he descubierto que Mark Twain tiene la culpa de mi afinidad con esos personajes desgarbados que pululan por el celuloide woodyallenesco, y que a veces se parecen al Owen Wilson de Los Tenenbaum. Sí, París bien vale una entrada. Especialmente, para la sesión golfa.
lunes, 30 de mayo de 2011
viernes, 27 de mayo de 2011
A ritmo de aforismo: Erika Martínez
Siempre pensé que los temperamentos silogísticos éramos poco permeables a la efímera poesía del aforismo, ese verso retorcido y un tanto suspicaz que reparte verdades como flashes, que cristaliza imágenes como mosquitos en ámbar o que nos instila el veneno de la duda en dosis homeopáticas. Eso creía yo. Ahora, después de volver al redil del atómico microgénero, reconozco mi error y canto la palinodia con voz de tenor y do de pecho. La excusatio non petita viene a cuento de Lenguaraz (Valencia, Pre-Textos, 2011), de Erika Martínez, un libro francamente deslenguado —pese a su título— que acierta a pronunciar las palabras que siempre se nos quedan en la punta de la lengua. Puesto que analizar un libro de aforismos es tan ocioso y redundante como explicarle a un esquimal la técnica (literaria) del iceberg, me limitaré a reproducir cuatro pensamientos concentrados y concéntricos. El resto lo tienen en la librería de la esquina. No sé a qué esperan.
Atravesar un desierto es un ejercicio espiritual, subir una cumbre un ejercicio pasional, perderse en un bosque un ejercicio de introspección.
*
Con el paso de los años, el calcetín izquierdo y el derecho dejan de parecerse.
*
Los poetas dan mucha importancia a la poesía, los médicos a la medicina, los aforistas a su nariz.
*
Todo aforismo exige su refutación.
martes, 24 de mayo de 2011
Palmas y palmitos
¿Más de lo mismo? Triste aforismo. Almodóvar ha vuelto (otra vez) de Cannes sin palma que valga y Lars von Trier ha sido declarado persona non grata por una incontinencia verbal que casi eclipsa la presunta incontinencia fisiológica de DSK. Ah, se me olvidaba, también ha habido elecciones municipales y autonómicas, con hecatombes en la mano izquierda y euforias en el ala derecha. No sé si el 15-M habrá insuflado una nueva esperanza en los ciudadanos, pero me temo que no nos van a faltar razones para seguir indignándonos. Sin embargo, aunque la política siempre se lleva la palma y el palmito, no conviene dejarse arrastrar por el desaliento. Quién sabe. A lo mejor El árbol de la vida es tan buena como dicen. Y Von Trier se queda mudo. Y a Almodóvar le dan el oscar a la mejor película extranjera.
sábado, 21 de mayo de 2011
Reflexión (in)condicional
1. SI las novelas de Belén Gopegui acabaran bien.
2. SI los gigantes del mercado se volvieran molinillos de viento.
3. SI el corredor de bolsa sudara tinta hipotecaria en la maratón popular.
4. SI la banca no se vistiera con trajes de seda.
5. SI los votocámaras no nos impusieran gafas en 3-D para ver películas de zombies con cadáveres exquisitos.
6. SI el cielo sobre Berlín no amenazara (siempre) tormenta.
7. SI los zánganos —y alguna que otra abeja reina— no se hicieran los amos del panal.
8. SI le dieran la vuelta al ruedo y nos tocara Sol.
9. SI los jefes de todo esto se mojaran la conciencia en vez de lavarse las manos.
10. SI la democracia virtual fuera real…
ENTONCES no sería necesario que miles de personas nos tendieran sus manos en la Puerta del Sol.
[Luis Bagué y Susana Rodríguez Rosique]
viernes, 20 de mayo de 2011
Sol y sombra
Sol pone la luz. La Junta Electoral la sombra. De este claroscuro no nos salva nadie. Cada cual debe elegir si toma prestada la linterna de Diógenes o si espera a que se funda la bombilla. Así que apaga y vámonos (al sol, claro).
miércoles, 18 de mayo de 2011
Así empezó Página en construcción
World in progress
Nueva Delhi
Two long electrical wires stretch out
On them sit birds, dark and black
So still in concentration
As if someone has
Just placed Hindi alphabets there
Gulzar
Perdimos otra vez el equipaje.
Las maletas aprenden
a viajar sin nosotros, a buscarnos
nombres y domicilios.
El paisaje no envidia la verticalidad
ni justifica el vuelo,
la ráfaga incesante
de nubes de mosquitos
cuya danza se enciende
con los cambios de luz.
La simetría
distribuye el desorden
proporcional de calles y mercados,
bicicletas y templos y jardines
y un largo polisíndeton que en vano
trata de coordinar
la insubordinación de la mirada.
El espacio horizontal se extiende,
crece,
se dilata en la anchura del tiempo
donde la lentitud
avanza a 20 megas por segundo
entre los cables del tendido eléctrico,
las latas oxidadas y los puestos
que ofertan
el monzón de la vida en las ventanas.
Las líneas no se cruzan. Nada
es perpendicular. El cielo finge
que este suelo ya no le pertenece
—página en construcción, disculpen
las molestias—.
Esta tarde, a las 19.00, en la FNAC de Alicante
lunes, 16 de mayo de 2011
Cuando fuimos los mejores
El sábado pasado fuimos de concierto. La excusa —titulada con cierta petulancia rock and roll radio festival— era la reunión de cuatro grupos que en el pasado fueron coronados de laureles en el panteón de nombres ilustres, y que ahora comparten porcentaje de taquilla y corona de flores en el mausoleo de antiguas glorias. Los viejos rockeros nunca mueren, pero envejecen como todo el mundo: hay quien lleva con dignidad sus canas, y quien vive instalado en un pretérito perfecto que nunca existió más que en la conjugación de la memoria. Podría decir que asistí a regañadientes. Sin embargo, aunque sea poco proclive al espectáculo de la nostalgia, me sinceraré por una vez: no me resistía a comprobar en directo cómo seguía sonando alguna banda que puso ídem sonora a nuestras vidas. Así que allí estaba, rodeado de familiares amigos y oteando el panorama desde la barrera, como un crítico musical con malas pulgas. En resumen, hubo dos buenas noticias y dos malas. Las malas fueron que siempre llueve cuando no hay escuela —aunque escampara al poco rato, al igual que los inflamables Burning—, y que a Siniestro total le quedan las letras, pero no la palabra. Las buenas, que el rock se ha convertido en un lenguaje familiar y que algunos grupos tienen la lucidez de saber que no son lo que fueron. Por lo que respecta a lo primero, bastaba con asomarse a la horquilla generacional del público, tan flexible como la de las antologías poéticas: una vez despojados de prejuicios, los allegados al arrabal de senectud y los ejemplares humanos en su tierna infancia se sumaron con llantos y berridos a la barahúnda guitarrera. Y si La frontera demostró que el talante rockero no es incompatible con la seriedad funcionarial, Loquillo supo quitarse el traje de José María Sanz para adoptar el disfraz del Loco. Y sí, volvió a subirse al Cadillac, aunque no alcanzara el estribo del camión. En fin, tras tanto andar rockandrollenado, me despido con un estribillo karaoke que ha adquirido la rotundidad de un epifonema quevedesco: “Porque yo tengo una banda de rock and roll, / huo uh oh, / porque TÚ tienes tu banda de rock and roll”.
viernes, 13 de mayo de 2011
Ophelia o las dimensiones del teatro
Ophelia resucita (con ph neutro) en formato de revista electrónica. En el número 10 se incluye un apartado que, bajo el título de “Teatro invisible”, reúne una colección de poemas dedicados a las siempre complejas (y algo peligrosas) relaciones entre la página y la escena. Pasen y lean en http://www.ophelia.es/revistas/teatro_y_poesia/articulario/
jueves, 12 de mayo de 2011
Posibles incidentes
Tras la matemática victoria del Barça en la Liga (la aritmética del fútbol tiene esos algoritmos), un periodista hablaba del despliegue policial organizado para evitar “posibles incidentes” durante las celebraciones. Horas antes, la tierra temblaba en Lorca, con las trágicas consecuencias que todos conocemos. Lo cierto es que últimamente nadamos en un mar de eventuales catástrofes: los bancos que anuncian ruina como aves de mal agüero, las cuartelarias trifulcas supremas y constitucionales, los hombres-pancarta que proclaman razones que ni Descartes alcanzaría a comprender, las consignas políticas que subrayan la vacuidad de su retórica con una machacona revisión de los grandes éxitos de Los Panchos… Sí, vivimos rodeados de tantos posibles incidentes que los auténticos desastres siempre nos cogen desprevenidos, por sorpresa, mientras intentábamos evitar males mayores.
lunes, 9 de mayo de 2011
La mar de cemento
Volvemos de Cádiz por la costa. Después de fatigar el cuentakilómetros, el paisaje cambia abruptamente para abrirse a un horizonte futurista: bungalós edificados sobre la falda menguante de algún claro creciente, chalés chabolistas con desgastado lustre de los años noventa y hoteles-patera con sauna y spa al pie de alguna fuente (de ingresos) natural. Un paisaje familiar, en definitiva. El estallido de la pompa y circunstancia inmobiliaria debió de ser una sorpresa para quienes habitaran en la parte sostenible de la meseta, pero para nosotros, los costeños, resultaba tan infalible como la conclusión de un silogismo: las burbujas demasiado grandes terminan por explotarnos en las narices. Si no, pregúntenselo a cualquier niño. Y en esas andaba cuando leo en el periódico la entrevista a una política que asegura no tener empacho ni rubor en declarar sus astronáuticos ingresos. Supongo que será una consecuencia de la falacia de la sinceridad tan valorada en ciertos reality shows —“voy de cara, tía, pero no hay quien te aguante”—. Sin embargo, decir las cosas (cualquier cosa) sin que a uno se le caigan los anillos no me parece un síntoma de honradez, sino una prueba de arrogancia. Javier Marías suele recordarnos por escrito que el pudor nos obliga a callar lo que no es conveniente decir, porque sabemos que va a ofender a los demás, porque resulta inapropiado o incluso porque corre el riesgo de ser malinterpretado. A menos que no nos preocupe ni siquiera salvar las apariencias. Como los edificios que invaden la costa, el armazón de nuestra sociedad puede acabar siendo de cemento armado.
martes, 3 de mayo de 2011
El 2 de mayo
Mientras el Viejo Continente santifica las fiestas y beatifica a sus apóstoles, el Nuevo Mundo demuestra que ni olvida ni perdona. ¿Muerto el líder se acabó la rabia? Tras la fenomenal barahúnda de tertulianos vespertinos y noctívagos, ayer se reemitía un sensacional y nada sensacionalista reportaje sobre Afganistán, realizado en 2002. No sé si sería culpa de nuestra parcialísima televisión pública. Lo cierto es que las desalentadoras imágenes de reinos de taifas surgiendo en medio del vacío elevaban al cuadrado la imposibilidad de comprender, parapetados tras nuestras hipermodernas gafas de sol, la realidad de un mundo que Dios parecía haber dejado de la mano de Dios después del estallido del big bang.
lunes, 2 de mayo de 2011
Sábato en el laberinto
Ernesto Sábato pertenecía la rara estirpe de los escritores-minotauros, encerrados en el laberinto de su escritura a la espera de un lector-Ariadna capaz de desenredar el ovillo de la curiosidad. Entré en El túnel en la adolescencia, una etapa adecuada para divisar mejor que nadie la ventana escondida en el cuadro de Juan Pablo Castel y para compadecerse de las neurosis amatorias del pintor. Supongo que ahora la novela habrá perdido parte del encanto que poseen esos tres grandes incomprendidos: los escritores primerizos, los amantes impenitentes y todos los adolescentes sobre la faz de la tierra. Sin embargo, al reproducirla en la moviola de la memoria, me sigue produciendo una extraña sensación de desasosiego, como El extranjero o Tiempo de silencio, novelas que leí hace más de tres lustros y que recuerdo con mayor nitidez que casi todas las imprecisas lecturas recientes. Habría olvidado que Sábato seguía viviendo, aunque fuese en la intimidad doméstica de su laberinto, si no hubiera visitado Argentina (mejor dicho, lo que Argentina deja verse en unas pocas semanas) el pasado verano. Allí conocí a otro Sábato: el que señala con el mismo dedo que pone en la llaga, el que dice “yo acuso” y el que dialoga con los fascinantes y terribles cuadros de Antonio Berni, un pintor que también descubrí en aquel viaje y del que prometo hablar otro día.
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