Lo dice José Coronado en No habrá paz para los malvados, cuando Santos Trinidad descubre que todo lo que va mal puede ir peor. Enrique Urbizu lleva tiempo empeñado en que un autóctono con un arma no parezca un esforzado préstamo ni un calco idiomático del cine americano. Y en No habrá paz… lo consigue, como antes logró convencernos de que la vida acaba por mancharnos a todos. Pero ese no es el único mérito de una de las pocas películas españolas a las que se le pueden poner sin sonrojo el adjetivo de vibrante, enérgica, electrizante y otros vocablos similares con los que los periodistas suelen motejar a los thrillers foráneos. Eso sí, es mucho más pesimista y bastante más negra que la mayoría de esos thrillers. No conviene hablar demasiado de una película que hace del laconismo una de sus mejores virtudes, así que no cometeré la torpeza de hacerlo. Me limitaré a constatar que, junto con el extraordinario trabajo de Urbizu, la música de No habrá paz… no sería lo mismo sin la letra de Michel Gaztambide. Espero no estar desvelando un secreto bien guardado, pero Gaztambide, además de un guionista de primera, es un poeta más que solvente. Ya en La vida mancha no aparecía por casualidad una calle Iribarren (por cierto, a ver cuando se dan por aludidos los entes municipales). En cualquier caso, como el movimiento se demuestra con rock and roll, les dejo con un poema que Gaztambide publicó en el número 6 de Ex Libris, allá por el año de gracia de 2005:
FEDERICO Y GIULETTA
Cuando Federico vio a Giuletta
pensó que no era guapa
pero que nunca había visto nada
tan hermoso.
Con palabras
y traspiés la hizo suya
y la llevó a su casa
donde le dio historias fabulosas
y disgustos.