Forever young
Ya se sabe
que, en el ámbito de la poesía, la edad es más relativa que en otros gremios.
Oficialmente, la juventud se prolonga hasta los treinta y cinco años, el límite
que contemplan la mayoría de premios con el marbete de “joven” en las solapas
―otros, más cicateros, adelantan el paso del Rubicón a los treinta―.
Extraoficialmente, sin embargo, uno puede presumir de lozanía lírica hasta el
arrabal de senectud. De este modo, la juventud deja de ser un criterio
cronológico para convertirse en un criterio estético: poeta joven es todo aquel
que aún no ha alcanzado la categoría de poeta consagrado, aunque peine canas o
ya no tenga pelo que peinar. En consecuencia, hay poetas que pasan del bautismo
a la extremaunción sin apenas transición. Todo ello ha provocado que en el
vagón de los “nuevos”, “recientes” o “últimos” ―tales son los eufemismos más
extendidos― se apretujen los cuarentones, los treintañeros y los jovenzuelos
que aún llevan la L en la
contracubierta.
Y, sin embargo, se mueve
¿Nihil novum sub sole, entonces? No
exactamente. A pesar de todo, la poesía se mueve, y los lectores atentos tienen
suficientes razones para un moderado optimismo. Un buen síntoma es la aparición
de nuevos premios ―el “García Baena”, el “Antonio Colinas”, el de “RNE”― que
vienen a sumarse a los que ya poseen solera y abolengo, como el veteranísimo
“Adonais”, el maduro “Hiperión” y los adolescentes “Emilio Prados” y “Antonio
Carvajal” (el único que sitúa el terminus
post quem en los veinticinco). Quienes no deseen internarse a machetazos en
la selva selvaggia de los galardones,
pueden observar los indicios de renovación a través de los filtros de siempre:
las editoriales, las revistas y las antologías. Por lo que respecta a las
primeras, cabe aplaudir la apuesta de sellos como La Bella Varsovia, La Isla de
Siltolá, Valparaíso o El Gaviero, que han ayudado a comunicar las dos orillas y
a paliar los efectos de algunas desapariciones traumáticas, como la de la
añorada DVD. Por su parte, las revistas, en formato impreso (papel) o en
versión digital (píxel), siguen luchando por una visibilidad reducida en los
anaqueles de las librerías. Entre las revistas jóvenes de poesía ―no confundir
con las revistas de poesía joven―, sobresalen Estación Poesía, Paraíso,
Años Diez, La Galla Ciencia y Anáfora.
Esta última, con domicilio en Oviedo, ha logrado reunir en su equipo de
redacción a una nómina donde figuran algunos de los jóvenes poetas y narradores
con más proyección del panorama actual. Finalmente, la novísima promoción se
subió en marcha al tren de las antologías gracias a Tenían 20 años y estaban locos (La Bella Varsovia, 2011), compilada
por Luna Miguel, que ha seguido creciendo en las ventanas de la Red y
ampliándose más allá de las fronteras geográficas.
Algunos nombres propios
Al igual que
ocurre en casi todas las disciplinas, los problemas empiezan al pasar de las
generalizaciones a los casos particulares. Por eso conviene aclarar que a
continuación nos referiremos a autores nacidos a partir de 1980 (es decir,
susceptibles de presentarse a un premio de poesía joven), y que hayan publicado
libro en 2014 o en 2015.
La
isla bonita. Con Javier Sánchez Menéndez al timón, “La Isla de Siltolá”
inició su andadura en 2009. Desde entonces, a su ínsula arriban náufragos de
todas las edades y tendencias, pero con un claro protagonismo de las voces
jóvenes. Entre los títulos de autores nacidos a principios de los 80 destacan Habitación en W, de Álex Chico, y Huir verano, de Ignacio Escuín. Se trata
de dos obras reflexivas, sensitivas y metaliterarias, en las que las
referencias culturales se engastan con naturalidad en el periplo existencial de
quienes saben que “la vida, por sí sola, no basta”, y que “la historia se
construye a cada paso”. Con un tono provocador, La huida hacia delante, de Víctor Peña Dacosta, se abre al
imaginario contemporáneo (estados de Facebook, errores de Windows) para
proclamar la disolución de la propia identidad en una identidad gregaria: “Soy
lo que soy [...] / Un tonto más entre tantos que siguen / con emoción la Liga y
frialdad el telediario”. Una ironía de distinto cariz ―sesgada y epigramática―
se advierte en La víspera, de Rodrigo
Olay, y en La vida y algo más, de
Gonzalo Gragera. Si el primero bucea en los espejismos de la memoria y
despliega un singular virtuosismo estilístico, el segundo construye un yo moral
que se pasea entre las ruinas clásicas y la religión del consumo: “La
dependienta / en la caja me atiende. / Ego te absolvo”.
Placeres
polacos. El colectivo “La Bella Varsovia” surgió en 2004 por obra y gracia
de Alejandra Vanessa y Elena Medel, que actualmente lo dirige en solitario. Las
cofundadoras de la Orden polaca también son arte y parte de la poesía joven,
como demuestran Poto y Cabengo
(Valparaíso, 2015), de Alejandra Vanessa, y Chatterton
(Visor, 2014), de Elena Medel, a la vez réquiem por el último romántico y
crónica una insatisfacción generacional. Pero, además, La Bella Varsovia sigue
siendo refugio de buenos y nuevos poetas. Es el caso de Unai Velasco, con El silencio de las bestias, y de Luna
Miguel, con Los estómagos, dos libros
que reformulan los códigos del expresionismo mediante una escritura que ladra,
tiembla y aúlla. Temblor y ferocidad son también los rasgos que definen al último
Premio “Pablo García Baena”: Amar la
herida, de Carmen Juan.
Extraterritoriales.
No obstante, la poesía sigue siendo la patria de los nómadas. Así lo certifican
Verónica Aranda, que en Lluvias
constantes (Polibea) desplaza sus haikus por el tablero de la aldea global,
y Laura Casielles, que en Las señales que
hacemos en los mapas (Los Libros de la Herida) convierte un viaje a
Marruecos en experiencia iniciática: “Desde el punto de vista de los nómadas, territorio es una posibilidad abierta”.
De otra periferia nos habla Skinny Cap
(Los Libros de la Herida), de Martha Asunción Alonso: en concreto, del Madrid
de los ochenta, decorado con espray y resumido en las consignas urgentes del
grafiti. Prueba de un nomadismo estático es el viaje a la semilla que emprende
Hasier Larretxea en Niebla fronteriza
(El Gaviero), reconstrucción de un territorio auroral que se desvanece entre
los signos ambiguos del progreso.
Con
premio. Para muchos autores, el acceso a la publicación pasa por obtener un
premio que les permita ingresar en el selecto club de los poetas no inéditos. En
esta cosecha, los dos premios jóvenes de “Hiperión” han recaído en sendos militantes
del patarrealismo salvaje (sic) por libros
de factura clásica y de frescura retórica: Hidratante
Olivia, de Diego Álvarez Miguel, se llevó el “Hiperión” al agua, y Fuego cruzado, de Xaime Martínez, hizo
lo propio con el “Antonio Carvajal”. El “Emilio Prados” ha ido a parar a Hotel Origen (Pre-Textos), de Javier
Vela, una suerte de diario amoroso dirigido a la musa Amara. Y Costantino
Molina Monteagudo se ha hecho con el “Adonais” por Las ramas del azar (Rialp), un libro de entraña contemplativa y de expresión
serena.
Y, aunque no es nuestra intención convertir estas páginas en un mausoleo bio-bibliográfico,
cabe mencionar los nombres de Jorge Fernández Gonzalo, Fruela Fernández, Andrés
Catalán, Pablo Fidalgo Lareo, Ángel Talián, Juan Vicedo, María Salvador, Aitor
Francos, David Leo García, Berta García Faet, Cristian Alcaraz o Elvira Sastre,
ente otros. Como se ve, la sucesión poética está más que asegurada.
Publicado en el suplemento “Arte y Letras” del diario Información, el 28 de mayo de 2015