El último libro de Alberto Santamaría
(Torrelavega, 1976) toma prestado su título del cuadro homónimo de Giorgio de
Chirico, fechado en 1916. En el lienzo se puede contemplar un taller pictórico
y, en primer plano, un surtido de galletas enmarcado y dispuesto con cierto
parecido antropomórfico. Una operación desfiguradora similar a la postulada por
De Chirico nos propone Alberto Santamaría en este otro Interior metafísico con galletas, publicado cuidadosamente por El
Gaviero. En las páginas del cuaderno asistimos al laboratorio de una escritura
singular y al efecto de extrañamiento que despliega una ironía subversiva. El
conflicto entre la realidad y el lenguaje —cuestión habitual en la obra de
Santamaría— se tensa aquí en una dialéctica irresuelta. Solo el azar y la
voluntad cristalizan en la intuición lírica o en el método adivinatorio que
permite explicar «nuestro modo de (des)ordenar el mundo», según afirma Rosa
Benéitez en la sugerente introducción del libro.
La sección
inicial, «El crucero del metafísico», está integrada por cuatro poemas extensos
que registran los espacios en los que se desarrolla el ejercicio de
reflexividad que denominamos meditación.
«La llamada del metafísico» reconstruye el decorado preciso para el
advenimiento de la idea. Se trata de un territorio abstracto y cotidiano al
mismo tiempo, troquelado sobre un fondo doméstico y proyectado hacia un cielo
«color mostaza». En «Un paisaje interior (Alucinación metafísica en La
Rochelle)», la escenografía portuaria de una ciudad francesa proporciona el
anclaje referencial de un canto dedicado a la hipnótica belleza de los
desperdicios y a la caducidad de toda contemplación. En el siguiente texto,
«Farfullando con un subastador con problemas de vejiga (Las cosas del
lenguaje)», Santamaría se adentra en los desconciertos de lo visible y en las
zonas de indeterminación que separan el dinamismo y la inmovilidad, el silencio
y el verbo, la existencia y el vacío. El recorrido meditativo se tiñe de una
tonalidad épica en la última pieza del apartado. «El verano del metafísico (O
el segundo viaje de Crispín précepteur, 1679)» puede leerse como un peculiar
ensayo sobre lo sublime —o, mejor dicho, lo contrasublime— en el que los
objetos toman la voz y piden la palabra. Los últimos versos de la composición
(«—Por algo llevas la misma peluca / que las cosas») recogen el desafío de dos
poemas de Pequeños círculos (2009):
«La peluca de las cosas (lo ignorado)» y «La peluca de las cosas II (After
Nietzsche)», respectivamente. En este caso, el diálogo metaliterario aporta
nuevas pistas, pues el personaje de Crispín, que protagoniza la comedia de La
Thuillerie que da título al texto de Santamaría, también aparece en «The
comedian as the letter C», de Wallace Stevens.
La segunda
sección, «Himnos (tres poemas)», consagra otras tantas odas a personalidades y
lugares que forman parte de la constelación mítico-cultural del autor. En
«Himno a Àngels Barceló», la conocida presentadora televisiva activa un
panóptico discursivo que mezcla las noticias del día con una particular
topografía del deseo. A su vez, «Vaga escena interminable: adoración de
Benidorm», ofrece un denso aquelarre vacacional o una microteoría del caos en
la que convergen sujetos y objetos, voces y ecos, paisajes desolados y
paisanajes comunes. Por último, «Calor, destreza y filo cortante: breve excursus
familiar» utiliza una secuencia de la novela Submundo, de Don DeLillo, para convocar un autorretrato fragmentario
en el que, nuevamente, los accidentes cotidianos son las únicas certezas
filosóficas en las que puede refugiarse la
persona enunciativa.
En
definitiva, Interior metafísico con
galletas no solo confirma a Alberto Santamaría como uno de los grandes
ironistas contemporáneos, sino que certifica una de las trayectorias poéticas
más coherentes en un panorama que ya no merece el condescendiente adjetivo de joven. Su nuevo libro supone una gozosa
oportunidad de sumergirnos en un universo deslumbrante. No me cabe duda de que
Giorgio de Chirico lo habría propuesto como lectura obligatoria.
(Publicado en el suplemento “Arte y Letras” del diario Información, el 26 de abril de 2012)