Hace unos meses colgué aquí la foto de unos lobos marinos en toda su esplendorosa podredumbre, lejos de los adocenados leones marinos que acostumbran a pasar por el aro con la misma elegante naturalidad que un candidato electoral entre la muchedumbre votante. La foto estaba tomada en Mar del Plata. Leo ahora el excesivo, inteligente y nada adocenado libro de Riechmann El común de los mortales (Barcelona, Tusquets, 2011). Junto con otras referencias compartidas —los naipes de José Antonio Gabriel y Galán o las ciudades de José Luis Guerín—, me encuentro con un estupendo poema dedicado a los lobos marinos de Mar del Plata. Copio el poema y pego la foto: pura écfrasis.
Estos leones marinos
“de un solo pelo”
hacinados en rincones del puerto
esperando
un poco de pescado al descuido
un poco del sustento menguante para todos
hostigados
por perros tan desamparados como ellos
que se divierten acosándolos
(ay, las tristes distracciones de los machos
de casi todas las especies)
esos lobos marinos
(así los llaman a este lado del Atlántico)
en su acre lobera
al sol junto a las carcasas herrumbrosas
de los barcos a medio desguazar
esos comedores de peces sin peces
dormitando intranquilos junto a los barcos sin peces
nos ponen ante los ojos
el desatino urgente de un mundo
donde no estamos dejando lugar
para la vida