Desde ayer formo parte de un club poco prestigioso. Ando “ya en la bíblica edad —33 años— / que dicen plenitud, pero es ocaso”, como escribía Víctor Botas cuando tenía la edad que ahora tengo. No sé si el ocaso será el Apocalipsis (now) de los mayas agoreros o el ERE colectivo con el que nos amenazan las muy pelmazas primas de riesgo, esas parientes lejanas de Casandra que muerden el corazón de las bolsas europeas. Yo, por si acaso, llevo mi cruz a pulso, me corono la frente de espinosas arrugas y, en la intimidad, me sazono con vinagre balsámico de Módena. Ya he encargado el madero en la carpintería José e Hijo. Mientras me doy una vuelta por el Calvario, me consuelo recordando que, hace tres años (día arriba, día abajo), escribí el poema que ahora copio:
OTRAEDAD
Hoy he cumplido treinta años.
A mi edad Ian Curtis
había cantado todas las canciones,
Rimbaud buscaba en Yemen
la sombra de sí mismo,
Dylan Thomas soñaba
la máscara de un sueño,
Van Gogh no había pintado
aún los girasoles.
Pero no sé qué excusa
puedo ponerme ahora
si alguien me contradice
al fondo del espejo:
ese otro que soy yo
sigue siendo un extraño para mí.
(de Página en construcción)
No hay comentarios:
Publicar un comentario