Leo el número de
enero-febrero de 2015 de la revista Ínsula.
Esta entrega rinde homenaje a José Luis Cano, quien la fundó en 1946 y la
dirigió entre 1983 y 1987. Las diversas colaboraciones que incorpora este
monográfico no son solo el tributo de la Ínsula
actual a la Ínsula originaria, sino
las piezas un puzle que permite completar la imagen caleidoscópica de José Luis
Cano. A lo largo de estas páginas asoman el poeta al servicio de la poesía, el
promotor de la colección “Adonais”, el timonel de una revista que viró a menudo
hacia la orilla por la que se dispersó la España peregrina, el creador de una
república de lectores en unos pésimos tiempos para la lírica, el tertuliano
pertinaz, el guardián del fuego creador del 27, el confidente de Aleixandre ―al
que dedicó Los cuadernos de Velintonia
(1986)―, el antólogo generoso e intuitivo, el impulsor de todas las literaturas
peninsulares y “panhispánicas”, y (last
but not least) el artífice de una escritura intimista y bien modulada, de
la que se da testimonio en las páginas centrales. Los amigos y vecinos de Ínsula que comparecen aquí hacen de este
número mucho más que una semblanza crítica y humana de José Luis Cano: un paseo
por la memoria viva de esa otra Barataria letrada que, setenta años después,
sigue impartiendo justicia poética.
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