El día del libro me da miedo por dos razones. Por un lado, la propia idea de dedicar un día a algo siempre me ha parecido un afán sospechoso, un intento desesperado por salpicar de excepciones lo que intuimos como una norma tediosa (una vez al año, etcétera). Por otro lado, solo se consagran días a las cosas que faltan: el agua, el transporte público o la solidaridad. En cambio, coincidiremos en que los libros en formato libro no escasean. Lo que faltan son lectores en formato humano. Finalmente, no sabría cómo fomentar la lectura sin inducir a la depresión. Que los libros no nos hacen mejores personas lo demuestra con creces la historia universal. Que los libros no despiertan la creatividad lo ratifica el éxito de los manuales de autoayuda y del folletín histórico. Y que los libros no estimulan la inteligencia lo pone de evidencia el poder adquisitivo de los escritores. Puestos a aceptar el mal menor, me quedo con la tesis de Borges, que decía que estaba más orgulloso de las páginas que había leído que de las que había escrito. En definitiva, busquen al lector voraz que llevan dentro. Con permiso de Geronimo Stilton, les aguarda un fabuloso viaje al reino de la fantasía.
martes, 23 de abril de 2013
El día del lector
El día del libro me da miedo por dos razones. Por un lado, la propia idea de dedicar un día a algo siempre me ha parecido un afán sospechoso, un intento desesperado por salpicar de excepciones lo que intuimos como una norma tediosa (una vez al año, etcétera). Por otro lado, solo se consagran días a las cosas que faltan: el agua, el transporte público o la solidaridad. En cambio, coincidiremos en que los libros en formato libro no escasean. Lo que faltan son lectores en formato humano. Finalmente, no sabría cómo fomentar la lectura sin inducir a la depresión. Que los libros no nos hacen mejores personas lo demuestra con creces la historia universal. Que los libros no despiertan la creatividad lo ratifica el éxito de los manuales de autoayuda y del folletín histórico. Y que los libros no estimulan la inteligencia lo pone de evidencia el poder adquisitivo de los escritores. Puestos a aceptar el mal menor, me quedo con la tesis de Borges, que decía que estaba más orgulloso de las páginas que había leído que de las que había escrito. En definitiva, busquen al lector voraz que llevan dentro. Con permiso de Geronimo Stilton, les aguarda un fabuloso viaje al reino de la fantasía.
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