En una época en la que el desafiante “yo es otro” de Rimbaud ha pasado a convertirse en una verdad incontrovertible, pocos juegos de identidad tienen la capacidad de sorprendernos. Sin embargo, aún hay una modalidad que consigue asombrarnos: la habilidad camaleónica del artista conceptual para transformarse en un molesto usurpador de vidas ajenas. Las peripecias audiovisuales de Sophie Calle, recreadas en verbo y carne por Paul Auster y Vila Matas, son un esclarecedor ejemplo de lo mentado. Por no hablar de las instalaciones de Marina Abramovic, en la que la transgresión sobre los límites del cuerpo se confunde con el repelús y la carne de gallina. Leo ahora que a un músico canadiense llamado Dan Bejar le ha salido un imitador plástico del mismo nombre (también es casualidad) cuya obra consiste en convertirse en el otro Dan Bejar, de un modo similar al que Pierre Menard aspiraba a ser el otro autor del Quijote. Aunque la noticia no deja de ser una rareza más o menos extravagante —no en vano, figura en la página de “Tendencias”—, me da por pensar que igual hay más de un artista conceptual de incógnito campando por sus anchas mediáticas. Pues, ¿acaso no les suena a performance bizarra robar ese ingobernable mamotreto medieval conocido como códice Calixtino? ¿Y qué me dicen de montar un lamentable show pornófilo a costa del director del FMI? ¿O es menos conceptual aprobar un estatuto donde investigación rima con gestión? Sí, conviene mirar debajo de la cama y detrás del sofá. No vaya a ser que un performer desaprensivo le robe a usted el ADN o le dé las vacaciones.
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