En 2013, rescate en Los Ángeles —qué próximas quedan algunas distopías—, el nunca bien ponderado John Carpenter decidía apagar el mundo y devolver al espectador a una edad de las tinieblas lindante con el Paleolítico. Nunca había entendido mejor a Serpiente Plissken, el protagonista de aquella película, que al regresar a casa después de un microviaje y comprobar el estado comatoso de nuestro router. Después de someter al aparato a variopintas torturas, dictadas con la voz de llamada en espera que suelen poner en estas ocasiones los operarios de Moviestar (a.k.a. Telefónica), no ha quedado más remedio que levantar el acta de defunción del artilugio. Se ha ido con la dignidad de sus mejores momentos: lento, oportuno, sin decir ni bip. De pronto, he notado que la tensión arterial en casa se podía cortar con un marcapáginas: había que responder correos, era perentorio colgar materiales, urgía descargar el adjunto que venía reenviado con… Tras desenvainar lápices electrónicos y esgrimir bolígrafos, súplicas y amenazas, han llamado a la puerta. Ahora tengo un flamante router con antena y siete luces parpadeantes que se encienden por turno en una fastuosa gama de verdes pálidos. Y entonces me ha dado por pensar qué ocurre con los viejos routers, en qué incierto limbo se hacinan esos armatostes que pueden salvarnos la vida, condenarnos al ostracismo o reabrirnos una brecha tecnológica en el costado. También me he preguntado si habría un cementerio de routers o si serían reciclables. Pero me he conectado a Internet y se me ha pasado enseguida.
Muy buena reflexión. A mí también me gusta mucho "2013. Rescate en L.A.", desde pequeño. Ha sido estupendo recordarla. Un abrazo!
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