Veo con creciente estupor el anuncio de una universidad que te
conmina a descubrir tu mejor yo. No a dar lo mejor de ti, como afirman enérgicamente
los vigorizantes manuales de autoayuda. Ni siquiera a ser la mejor versión de
ti mismo, como sostiene la retórica del amor en los tiempos del marketing. Hasta
el momento esas esquizofrenias de la voluntad conducían irremediablemente a la
psicopatía, según nos había avisado el doctor Jekyll. Ahora parece que también
llevan al éxito profesional. No sé qué me resulta más aterrador: si el encomiable
culto a la personalidad (algo así como hacer pesas con el ombligo) que subyace
en el eslogan, o el desprecio hacia esos otros alumnos que también tienen el
sacrosanto derecho a ser los mejores alter
egos de su propia otredad. Con todo, desde que reparé por primera vez en el
anuncio, una duda me impide conciliar el sueño. ¿Seré mejor que yo?
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