Nacho Escuín
(Teruel, 1981) no solo es autor de una amplia y sólida obra lírica, sino que
también reúne las condiciones simultáneas de profesor universitario, editor
literario y gestor cultural. Asimismo, ha publicado un ensayo fundamental para
entender la poesía neorrealista en lo que va de siglo: La medida de lo posible. Fórmulas del nuevo realismo en la poesía
española contemporánea (Universidad de Valladolid, 2012). Pese a este
antecedente, Huir verano (La Isla de
Siltolá, 2014) se instala en una cosmovisión y hasta en una cosmodicción
netamente romántica. No me refiero a la presencia de un romanticismo decorativo,
ni a la perversa alegría con la que la categoría de lo romántico se aplica a
las canciones de radiofórmula. Se trata de algo mucho más serio. Nacho Escuín
apuesta por una identidad escindida en la que resuena la fractura entre el yo y
el mundo; defiende la solidaridad recíproca entre bondad y belleza, y elabora
un discurso al tiempo sensitivo y reflexivo, alzado sobre la plétora
versicular.
El primer texto es un “Autorretrato
con espejo” ―Ashbery demostró que los espejos en poesía siempre son convexos―
donde se refleja la imagen de un vacilante espejismo sentimental: “De Londres y
aquel viaje ya solo me queda una chaqueta de terciopelo azul como la que Browne
cosió para John Keats. Eso y la certeza de que jamás uno de mis versos rozará
los suyos”. Después de este poema-prólogo, en Huir verano se suceden treinta y dos composiciones ―y algunas
variaciones desesperadas― que abundan en metáforas especulares y en digresiones
especulativas. Desde la convicción de que “se ha partido la vida en dos
mitades”, el sujeto intenta recomponer los añicos de su experiencia y
cicatrizar una herida abierta. Para ello, emprende un camino de imperfección pautado
alternativamente por el dolor y la revelación. El libro se erige en un
cancionero de ausencias, en un “llanto / letanía” que oscila entre la
imprecación contra el mundo y la oscura plegaria (“poética de la angustia y la
nada, / poética de los días azules barridos por el viento”). A veces hallamos
una imaginería alegórica, de tintes expresionistas, y a veces un nihilismo
declarativo que nos invita a ver el vaso medio vacío. Con todo, el itinerario
termina con otro “Autorretrato” que ofrece la foto finish de una redención: “No perdona quien quiere sino quien
puede”. El poemario se organiza alrededor de un conjunto de núcleos semánticos
que se asoman a la intemperie existencial: un blanco nuclear que remite a la
ebria claridad de Claudio Rodríguez; el huracán que borra las huellas del
pasado; o la maleza del lenguaje, entre la que el autor se abre paso a
machetazos. Pero Huir verano también
es un recorrido intertextual que va desde la cosmética de Baudelaire (“Ya lo
sé, existen perfumes resplandecientes”) hasta la ética de Quevedo (“Para vivir,
para morir, solo estás en este mundo”), pasando por Juan Ramón Jiménez, Gil de
Biedma e incluso The Smiths. Ejemplo de ello es el único verso del que consta
el poema XVII (“Las luces te guían a casa de nuevo”), que recicla la letra del
último himno romántico: There’s a light
that never goes out.
No obstante, no todo es grávido ni
grave en estas páginas. Así, hay
sentencias irónicas que funcionan como improvisados aforismos (“Poseo la virtud
de elegir tan mal los libros como los amigos”), peculiares estados de ánimo (“Hoy
estoy imposible”) y atisbos de un desencanto posmoderno (“el mundo es ya un
póster colgado en la pared”). Me da la impresión de que con este libro Nacho Escuín
cierra una etapa y abre un nuevo y sugerente horizonte creativo. Sin duda, la
fuga de Huir verano es una huida
hacia delante.
Publicado en el suplemento “Arte y Letras” del diario Información, el 30 de julio de 2015
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