sábado, 1 de agosto de 2015

Las cosas por su nombre: HOTEL VIVIR, de Fernando Beltrán



Cuatro años después de la publicación de su obra reunida, Fernando Beltrán vuelve con Hotel Vivir a la primera línea del Parnaso. Aunque se trata de un libro unitario, los poemas tienen vistas a tres espacios discursivos: el laberinto de la identidad (‘Hotel Vivir’), la representación estética (‘Hotel Belleza’) y la tensión verbal (‘Hotel Decir’). A partir de esta premisa, el balance existencial comparte habitación y red wifi con la emoción solidaria. Las relaciones paternofiliales, el inventario de pérdidas y la voluntad de amar “a brazo partido” conectan el recinto doméstico con el microcosmos social y reciclan los viejos sentimientos con palabras nuevas: “aprender a leer, amar, vivir // errar de nuevo”. 

Por una parte, la concepción de la escritura como reconocimiento permite evocar las lecturas de juventud (‘Cien años de soledad’), cantar a un erotismo macerado por la edad y reivindicar algunos eslóganes melancólicos: “No regreses al lugar donde fuiste feliz”. Por otra parte, Hotel Vivir es también un ejemplo de esa “poesía entrometida” (Beltrán dixit) que encierra una ética del oficio y que habla cara a cara con el mundo. Los campos de exterminio del nazismo, las declaraciones del maquinista después de un accidente ferroviario y la crónica de la inmigración funcionan como metáforas de la condición humana y de las trampas del azar. Así se advierte en el extraordinario ‘Cuarenta minutos con Theo Angelopoulos’, donde la muerte del cineasta griego es el fundido en negro que clausura un tiempo y una civilización: “Una noche sin niebla. Siglo Veinte”.

Alguien que se dedica a armar palabras debe profesar devoción a los manuales de instrucciones. Si en ‘Los lápices de Ikea’ se explicita la distancia entre los muebles suecos y los seres urbanos, ‘Instrucciones para el día después’ se erige en un pequeño testamento en el que el autor entrega un legado heterogéneo, entre la plenitud y la intemperie: “Amé y fui amado. // Para mí las bufandas y el más grueso calcetín de lana”. La riqueza tonal y los hallazgos expresivos de este libro confirman a Fernando Beltrán como uno de esos poetas esenciales que saben llamar a las cosas por su nombre.


Una versión abreviada de esta reseña puede leerse en el suplemento "Babelia" del diario El País (1 de agosto de 2015)

No hay comentarios:

Publicar un comentario