NORTE. Hiberna, hibernorum
(Elche, Frutos del Tiempo, 2013). En su segunda salida en solitario, Joaquín
Juan Penalva (1976) se aproxima a la intemperie vital de un sujeto cualquiera
en un lugar común. Los versos de este libro ejemplifican la pervivencia de una
poesía intrahistórica, replegada en los cuarteles de invierno de la cotidianidad.
A lo largo de Hiberna, hibernorum
hallamos una serie de inventarios provisionales que muestran el haz y el envés
de un mundo reconocible: derrotas infinitas y victorias pírricas, paisajes
domésticos y cartografías imaginarias, ocupaciones verosímiles y trabajos
improbables, proyectos cumplidos y sueños por cumplir. Estos apuntes en
construcción generan un diario fragmentario, una autobiografía personal y
estética que profundiza en la mitogénesis de
La tristeza de los sabios (2007), aunque ahora transcrita con la letra
pequeña de la intimidad. En estas páginas, Joaquín Juan asciende por el árbol
genealógico de la etimología (“Rivalis, rivale”), organiza homenajes literarios
(a Karmelo C. Iribarren en “KCI’s Way”), y viaja con nosotros a los muelles de
Nueva York (“Pier 17”) y a una Varsovia poblada de espectros (el díptico “17 de
enero de 1945” y “26 de febrero de 2010”). He aquí la odisea de un escritor que
vive en los pronombres ―en régimen de alojamiento compartido― y que reclama la
complicidad del lector in fabula que
da título a uno de los poemas: “No es nada del otro / mundo, / ya lo sé, / es
tan solo un paraíso / modesto, / pero me basta”.
OESTE. Oeste (Valencia, Pre-Textos, 2013). El Oeste magnético en el que se enmarca la última entrega de Pureza Canelo (1946) constituye un espacio real y mitificado: la tierra de Extremadura y el punto cardinal del verbo. El lenguaje medular de la autora, desprovisto de adherencias retóricas y sentimentales, sirve de soporte a un particular western en el que la reflexión sobre la escritura alterna con el asombro de la revelación. Como también se observa en otros títulos recientes, ubicados en una geografía similar ―El desierto verde, de Eduardo Moga, o Plasencias, de Álvaro Valverde―, las pinceladas paisajísticas no son incompatibles con la apertura hacia una meditación auroral. Pureza Canelo avanza por un lugar que solo perdura en la tensión y en el desgarro, en la dialéctica en vilo que sostiene la densidad del poema en prosa. El pensamiento y el mundo aparecen convocados gracias a una textualidad coral y telúrica, levantada en el cauce movedizo de la memoria y guiada por la sacralización de las fuerzas elementales. Así ocurre en las líneas finales de “Bar”, una visita al saloon que ofrece una lograda síntesis de la poética a la que aspira este magnífico libro: “Poesía de arpillera. Poesía frontal. Oeste puro”.
SUR. Café Hafa (Murcia, Tres
Fronteras, 2012). El Sur protagoniza el nuevo poemario de Verónica Aranda
(1982), autora nómada que ha convertido el desarraigo físico en sus raíces
metafísicas. En Café Hafa encontramos
el elogio del tiempo detenido junto con la alabanza del bullicio. Puertos,
medinas, trenes y azoteas conforman el decorado de una poesía especiada y
sensorial, donde la imagen de la plenitud coexiste con la huella de lo
transitorio. Por eso no es de extrañar que las sombras de Paul Bowles, Mohamed
Choukri, los beatniks o la Juanita Narboni de Ángel Vázquez recorran unos
versos suspendidos sobre el abismo de la luz. Entre la cicatriz de las pasiones
clandestinas y el mapamundi de la melancolía, me quedo con los “cines de los
años 30” que proyectan su sesión continua en la sección “Cinema Rif”: “Cines
antiguos de sesión continua. / Pasar allí la tarde sin ninguna atadura. / Esto
era ser libres en ciudades con mar, / dentro de un viejo cine / con tres pases
de Bollywood, goteras, / butacas desgastadas / como el olor del celuloide /
algo rayado por los viajes”.
(Publicado en el suplemento “Arte y Letras” del diario Información, el 28 de marzo de 2013)
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