En una de las secuelas más desinhibidas del cine de acción fin de siècle (Misión imposible 2), al hongkonés John Woo se le cruzaron los cables
en el episodio hispánico del filme. Así, imaginó un aberrante delirio
sanferminero donde varios mexicanos chaparritos quemaban con ferviente regocijo
vírgenes y otros santos; sin duda, todo se debía a una confusión entre dos
festejos tan tradicionales y arraigados como las Fallas y la Semana Santa. Como
no hay venganza más cruda que la del tiempo ―dice el tango―, la otra cara del
cortocircuito se produjo hace unos días en Valencia, donde un artista fallero
tuvo una idea digna de John Woo: juntar al panteón indio en un monumento y prenderle
fuego el día de la quema. Tras las protestas de varias asociaciones, y ante el
temor a que algo más que cartón acabara oliendo a chamusquina, las autoridades
optaron por una decisión salomónica: indultar a Shiva y despojar de sus
atributos sagrados a Ganesh, con la finalidad de que ardiera un elefante en vez
de un dios. No sé si los pacientes hindúes estarán conformes con la
desacralización de sus símbolos o con el valor purificador del fuego. Sin
embargo, he aquí la prueba de algo que mi abuela predijo con irremediable
fatalismo: lo malo del cine es que enseña al que no sabe.
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