La situación chipriota me recuerda a ese anuncio publicitario en el que un gobernante
tirando a lewiscarrolliano proclama ante sus ciudadanos que desde ese momento
solo podrán escuchar una única canción y conducir un único modelo de coche.
Entre los asistentes al mitin, un tipo levanta el dedo y pregunta “¿Y eso por
qué?”. Más allá de la discutible utilización de la libertad como herramienta al
servicio del consumo, tengo la impresión de que Chipre ha formulado la misma
pregunta; esa interrogación que ningún otro país se ha atrevido a plantear: “¿Y
eso por qué?”. Como el mercado tiene razones que la razón no comprende, es
lógico que tal reacción inquisitiva haya levantado ampollas y provocado
perplejidades. Al fin y al cabo, nos estamos acostumbrando a que las palabras
del Banco Central sean órdenes para la Periferia Tributaria. Acabo de leer que el
órdago chipriota ha terminado en la crónica de un rescate anunciado. Sin embargo,
resulta sorprendente que la vieja duda metódica siga generando incomodidad
retórica entre nuestros posmodernos tecnócratas. Para no finalizar esta entrada
con el término “tecnócratas”, transcribiré tres de los “momentos” que el poeta
Costas Montis (Famagusta, 1914-Nicosia, 2004) escribió mucho antes de que (o tempora, o mores) ninguno de nosotros hubiéramos oído hablar de troikas, quitas o deudas
soberanas:
Un
paso más y dará comienzo el ser humano.
Tengan
sus cámaras preparadas.
Les
hemos exigido a los verbos que empiecen con la primera persona.
Les
hemos exigido a las gramáticas que empiecen con los pronombres personales.
La
primera vocal de mi corazón fue tuya,
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