Después de leer el reportaje “Una crisis de novela”, escrito
por Javier Rodríguez Marcos y publicado ayer en el diario El País, siento una insana envidia por los parientes narrativos del
homo liricus. Me temo que si la poesía
aspira a ser algo más que un “lujo cultural” patrocinado por instituciones
libres de impuestos en tiempos de libre especulación inmobiliaria, el vate
oracular no tendrá más remedio que aprender a poetizar cuestiones más bien
prosaicas. Sin embargo, al poeta contemporáneo (y al crítico que todo poeta
contemporáneo carga a sus espaldas) la actualidad le provoca una mezcla de
desazón estética y de urticaria emotiva. Creo que dos razones sustentan esa agorafobia.
Por un lado, la sacralización de las esencias ―poco importa que tales esencias
sean metafísicas, culturales o sentimentales― ha cristalizado en un lenguaje
que, como promueven algunos métodos de idiomas, se las apaña con mil palabras
para registrar sus tempestades anímicas y sus tormentas de verano. Por otro
lado, el compromiso remite aún a los modos impuros de un caballo verde saldado
como picadillo de hamburguesa alucinógena. No obstante, el temor cerval al
prosaísmo y el miedo africano a la demagogia no pueden servir de eternas excusas,
sobre todo cuando los autores actuales disponen de suficientes armas y bagajes
―en forma de ironías disolventes e insolentes, correlaciones peligrosas y
juegos de identidad― como para suscitar veinte preguntas retóricas y alguna que
otra respuesta desesperada. Ya sabemos que perder las formas no implica ganar
el fondo, y que pronunciar poesía y sociedad en la misma frase es tan
peligroso como mezclar Coca Cola y Baileys. Pero no es menos cierto que nuestra
posmodernidad líquida y licuante se ha especializado en hacer de la necesidad
virtud. Ignoro en qué espacio habrá de fraguarse esa nueva dialéctica colectiva,
pero lo común no me parece un mal
lugar: libros recientes como Mercado
Común, de Mercedes Cebrián; El común
de los mortales, de Jorge Riechmann, y Zonas
comunes, de Almudena Guzmán, han conseguido dar otro sentido al sentido
común. En definitiva, estoy deseando leer un soneto dedicado a Lehman Brothers
y una lamento elegiaco por la costa valenciana. Por ejemplo.
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