martes, 12 de junio de 2012

Teoría narrativa


Lo vi ayer por la noche en 24. Hablaba con cierto desparpajo y gesticulaba con desenvoltura, como quien acostumbra a perorar bajo los focos de la actualidad. Por un momento temí que fuera a centrarse en los desastres de la economía nacional, pero me tranquilizó saber que andaba bastante pez sobre el asunto, más o menos como el común de los mortales. En realidad, había ido al plató a desplegar su teoría literaria, a juzgar por las veces que pronunciaba la palabra “narrativa”, con la delectación del que saborea un fruto extraño. He de reconocer que, si bien la teoría no era demasiado original, no carecía de coherencia. Creí entender que la tesis tenía su origen en las funciones que Propp estableció para el cuento folclórico ruso, pero convenientemente nacionalizadas. En su opinión, toda estrategia narrativa exigía un protagonista colectivo (llamémoslo, por ahora, país) y un conflicto (llamémoslo placer hipotecario, estigma crediticio o boquete soberano). A partir de ahí, cada protagonista y cada conflicto se las arreglaban como buenamente podían, dependiendo de dos variables secundarias: la genialidad del autor y la imprevisibilidad argumental. En una de las opciones, el protagonista (colectivo) se ahogaba en un implacable goteo de pagarés impagados. En otra vertiente, más optimista, se endeudaba hasta el colodrillo, pero sobrevivía gracias a la magnanimidad de las protagonistas (comunitarias) que pululaban por la trama: la alegre Marsellesa, la caprichosa Helena, la pérfida Albión y la bárbara Germania. Finalmente, el narratólogo proponía culminar el relato con la escenificación del rapto de Europa. Cuando pulsé el mando a distancia, lejos de la presión de la actualidad, me sentí íntimamente renovado. Ya dicen que alimentar el espíritu no tiene precio. 



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