sábado, 14 de febrero de 2015

Del ADN al DNI: 5 pistas sobre la última poesía española



1. Conectados. Ángel González nos enseñó que en la página estaba permitido fijar carteles, y Jorge Riechmann identificó la escritura con un muro con inscripciones. A ese mural colectivo contribuye Martha Asunción Alonso con Skinny cap (Libros de la Herida), a la vez un recorrido por la periferia de la infancia y un homenaje a los eslóganes desesperados del grafiti: “No creáis al maestro cuando os hable de muros / prisioneros del hombre que los hizo”. Si a veces las nuevas intervenciones poéticas se asoman a las ventanas indiscretas de Internet, otras veces son los muros de las redes sociales los que irrumpen en los versos para “medir la vida en estados de Facebook”, como certifica Víctor Peña Dacosta en su sorprendente debut: La huida hacia delante (La Isla de Siltolá).


2. Frágiles. El dolor y la memoria del dolor. Entre esos dos estadios transita Amar la herida (La Bella Varsovia), de Carmen Juan. Bajo la sombra tutelar de Alejandra Pizarnik y de Elena Medel, pero con una modulación propia, la autora nos recuerda que “las heridas jóvenes / son siempre las más rojas”, y que cada cicatriz encierra su propia mitología. De cicatrices también sabe lo suyo Paula Bozalongo, como demuestra en Diciembre y nos besamos (Hiperión): “Has sido cicatriz tantas batallas / que incluso siente envidia la piel de tu dolor”. Palabras como cuchillas. Versos en carne viva.


3. Feroces. ¿Es tan fiero el poeta como lo pintan? A juzgar por algunos títulos recientes, diríamos que sí. En La Fiera (Sloper), Ben Clark da rienda suelta a un animal fieramente humano con conciencia ecológica: “Si por la Fiera fuera todo habría / terminado / en un tiempo de nidos y no de papeleras”. Por su parte, en El silencio de las bestias (La Bella Varsovia), Unai Velasco reivindica el valor litúrgico de la palabra y la imaginería irracionalista. He aquí un libro que empieza con un tornado y va in crescendo en su constatación de la intemperie existencial: “Yo quiero cantar temblando”.


4. Nómadas. Un nómada es un ciudadano convertido en ciudadano del mundo. En Las señales que hacemos en los mapas (Libros de la Herida), Laura Casielles ofrece un retrato del alma de Marruecos que también tiene algo de autorretrato. Esta es la crónica de un viaje real con extensiones en el espacio virtual, un cuaderno de bitácora escrito desde un lugar que no viene en los atlas: “A la orilla del mar o del desierto, / ahí donde ya no nos sirven los mapas”. De otro nomadismo nos habla Autobiografía de mi generación (Fundación Marco), una instalación literaria en la que Pablo Fidalgo Lareo indaga en un pasado con las raíces al descubierto.


5. Recreadores. Culturalistas o confesionales. Irónicos o graves. Tradicionales o posmodernos. Esos dilemas no parecen quitarles el sueño a Rodrigo Olay y a Xaime Martínez. El primero traza en La víspera (La Isla de Siltolá) una autobiografía intelectual repleta de hallazgos, como su conturbador réquiem por el ajedrecista Alexánder Aliojin. A su vez, en Fuego cruzado (Hiperión), Xaime Martínez enciende una vela al panteón del Barroco y otra a Batman, y se atreve a elaborar gozosas (per)versiones, como su “Epístola moral a Bruce”. ¿Quién dijo que los superhéroes tenían los días contados?

Publicado en el suplemento "Babelia" del diario El País, el 14 de febrero de 2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario