1. Conectados. Ángel González
nos enseñó que en la página estaba permitido fijar carteles, y Jorge Riechmann
identificó la escritura con un muro con inscripciones. A ese mural colectivo
contribuye Martha Asunción Alonso con Skinny
cap (Libros de la Herida), a la vez un recorrido por la periferia de la
infancia y un homenaje a los eslóganes desesperados del grafiti: “No creáis al maestro cuando os hable de muros /
prisioneros del hombre que los hizo”. Si a veces las nuevas intervenciones
poéticas se asoman a las ventanas indiscretas de Internet, otras veces son los
muros de las redes sociales los que irrumpen en los versos para “medir la vida
en estados de Facebook”, como certifica Víctor Peña Dacosta en su sorprendente debut:
La huida hacia delante (La Isla de
Siltolá).
2. Frágiles. El dolor y la
memoria del dolor. Entre esos dos estadios transita Amar la herida (La Bella Varsovia), de Carmen Juan. Bajo la sombra
tutelar de Alejandra Pizarnik y de Elena Medel, pero con una modulación propia,
la autora nos recuerda que “las heridas jóvenes / son siempre las más rojas”, y
que cada cicatriz encierra su propia mitología. De cicatrices también sabe lo
suyo Paula Bozalongo, como demuestra en Diciembre
y nos besamos (Hiperión): “Has sido cicatriz tantas batallas / que incluso
siente envidia la piel de tu dolor”. Palabras como cuchillas. Versos en carne
viva.
3. Feroces. ¿Es tan fiero el
poeta como lo pintan? A juzgar por algunos títulos recientes, diríamos que sí.
En La Fiera (Sloper), Ben Clark da
rienda suelta a un animal fieramente humano con conciencia ecológica: “Si por
la Fiera fuera todo habría / terminado / en un tiempo de nidos y no de
papeleras”. Por su parte, en El silencio
de las bestias (La Bella Varsovia), Unai Velasco reivindica el valor
litúrgico de la palabra y la imaginería irracionalista. He aquí un libro que
empieza con un tornado y va in crescendo
en su constatación de la intemperie existencial: “Yo quiero cantar temblando”.
4. Nómadas. Un nómada es un
ciudadano convertido en ciudadano del mundo. En Las señales que hacemos en los mapas (Libros de la Herida), Laura
Casielles ofrece un retrato del alma de Marruecos que también tiene algo de autorretrato.
Esta es la crónica de un viaje real con extensiones en el espacio virtual, un cuaderno de bitácora escrito desde un lugar que
no viene en los atlas: “A la orilla del mar o del desierto, / ahí donde
ya no nos sirven los mapas”. De otro nomadismo nos habla Autobiografía de mi generación (Fundación Marco), una instalación
literaria en la que Pablo Fidalgo Lareo indaga en un pasado con las raíces al
descubierto.
5. Recreadores. Culturalistas o
confesionales. Irónicos o graves. Tradicionales o posmodernos. Esos dilemas no
parecen quitarles el sueño a Rodrigo Olay y a Xaime Martínez. El primero traza
en La víspera (La Isla de Siltolá)
una autobiografía intelectual repleta de hallazgos, como su conturbador réquiem
por el ajedrecista Alexánder Aliojin. A su vez, en Fuego cruzado (Hiperión), Xaime Martínez enciende una vela al
panteón del Barroco y otra a Batman, y se atreve a elaborar gozosas
(per)versiones, como su “Epístola moral a Bruce”. ¿Quién dijo que los
superhéroes tenían los días contados?
Publicado en el suplemento "Babelia" del diario El País, el 14 de febrero de 2015
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