En su libro más reciente, Joaquín
Pérez Azaústre (Córdoba, 1976) sintetiza las dos facetas que suelen confluir en
su producción: la proyección de la memoria personal en la pantalla colectiva (Delta, Las Ollerías) y la búsqueda de un nuevo código cultural con el que descifrar
el mundo (El jersey rojo, El precio de
una cena en Chez Mourice). Al tiempo poemario articulado y poema-río
torrencial, Vida y leyenda del jinete
eléctrico no es tanto una summa
estética como una arriesgada incursión en nuevos horizontes expresivos.
Organizado como un canto unitario y dividido en 36 secuencias, este volumen
prescinde de todos los corsés diacríticos y ortográficos que impiden la libre
circulación textual, desde la puntuación hasta las mayúsculas. No obstante, el
lector tiene la impresión de hallarse ante un discurso más parecido a un
mosaico que a un ready made; más
cercano a las combinaciones geométricas de un caleidoscopio que al arrastre
aluvial de un cadáver exquisito. En efecto, uno de los méritos de Pérez
Azaústre reside en haber escrito una obra a la vez radicalmente impura y
hondamente tradicional, cuya genealogía desciende del célebre manifiesto
nerudiano publicado en Caballo Verde para
la Poesía y de la “tradición de la ruptura” patentada por Octavio Paz. Al
influjo de esa herencia habría que sumar la capacidad del autor para recrear
con voz propia un aquelarre de ecos que van desde la hipnótica letanía de Saint-John
Perse hasta los Cantos imaginistas de
Ezra Pound, desde las figuraciones alucinadas de Poeta en Nueva York hasta el crisol cinéfilo de La muerte en Beverly Hills.
Sin embargo, sería
injusto reducir los hallazgos de este volumen a su versatilidad retórica o a su
virtuosismo formal. De hecho, la principal singularidad de Vida y leyenda… consiste en su decidida apuesta por una poesía
cívica que no claudique de su ambición literaria y que no se deje atrapar por
las redes de la taxonomía: “culturalismo compromiso bien eso lo hablaremos en
otro momento […] / porque todo es poesía más allá del desgarro”. Con este
propósito, el autor utiliza algunas estrategias discursivas de las que extrae
una sorprendente rentabilidad. En primer lugar, asistimos a una mitogénesis explosiva en cuya coctelera
se mezclan estrellas de Hollywood, guerreros troyanos, emblemas de celuloide,
vasallos del siglo XXI y héroes-mendigos de la generación beat. No obstante, esta amalgama se adapta con armonía a un léxico
representativo de las reivindicaciones y de las protestas de nuestro tiempo:
“patroclo sin jubón acampa ante el congreso”, “una ejecución hipotecaria en el
rasguño”, “ni la dación en pago de ningún vasallaje”, “hoy desahucian del
puerto a los ahogados”, “crédito anestesiado”, “sindicato de empresa con turbio
alunizaje”, etc. La resemantización del lenguaje aséptico acuñado por los
medios de comunicación nos convence así de que no basta con mirar de otra
manera la realidad; también hay que decirla
de forma distinta. Pero Pérez Azaústre no se limita a engastar las palabras de
la tribu en la cadena de montaje del poema. Desde su propio título, Vida y leyenda… no solo rinde homenaje
al cine en general, y al tándem Robert Redford / Sidney Pollack en particular,
sino que indaga en la constelación del séptimo arte para incidir en la fractura
entre explotadores y explotados. La “caza de brujas” emprendida por el infausto
senador McCarthy actúa como el correlato histórico sobre el que se troquelan varias
composiciones, como la espléndida microbiografía del guionista Abraham Polonsky
―condenado al ostracismo por figurar en las listas negras del macartismo―, o la
sombría semblanza del delator Elia Kazan, que “valora ofertas laborales
mientras bebe un negroni”. Asimismo, los rótulos de las películas que muestran
las cicatrices de la Gran Depresión o que ilustran aquel periodo permiten
establecer un rico diálogo con los eslóganes que apelan a la actualidad
inmediata: “danzad danzad benditos”, “tú no matarás nunca a un ruiseñor”,
“noche del cazador”. La figura alegórica del jinete-Redford, que recorre las
escenas como un heraldo luminoso, dota al conjunto de congruencia y aporta un
anclaje referencial al vuelo imaginativo. De este modo, la elegía por los
iconos de una época pasada (Emmanuelle/Sylvia Kristel, Bobby Kennedy, Martin
Luther King) convive con la defensa de la facultad de las palabras para cambiar
el mundo existente o para crear universos paralelos.
En
suma, Vida y leyenda… puede
concebirse como un tratado sobre “el arte nuevo de hacer versos”, una reflexión
metapoética que postula la insubordinación de la lírica frente al sociolecto
del poder y el idioma impositivo de la economía. En un momento en el que el
albatros de Baudelaire ya no pretende remontar el vuelo, sino solo subir “la
audiencia del programa”, es necesario replantear las clasificaciones maniqueas
con las que operamos en la sala de urgencias de la crítica. Tan lejos de la
mampostería culturalista como del dogmatismo social, el autor afirma que “la
poesía será de todos cuando la vida digna sea la frente de todos”. Cabalgando a
lomos de un verbalismo expansivo y de una plétora versicular, Pérez Azaústre ha
firmado un libro ambicioso y exigente, en el que los grandes dilemas de la
actualidad ya no se combaten en voz baja. Desde la silueta pronominal de un nosotros que cobija a “todos los hombres
del presente”, esta obra aúna la modulación épica con la entraña solidaria. Por
decirlo a la manera de Robert Redford, lo íntimo
y personal desemboca aquí en el río
de la vida.
(Publicado en Turia, núm. 111, pp. 463-464)
Muy buena reseña, Luis. Un abrazo,
ResponderEliminarA.