El primer libro de Paula Bozalongo (Granada, 1991), por el que ha
obtenido el Premio “Hiperión”, no teme abrirle al lector las compuertas de la
intimidad. A la vez diario cómplice y cancionero de ausencias, Diciembre y nos besamos despliega un
horizonte vital cuya geometría oscila entre la línea recta y el círculo
vicioso. Uno de los hallazgos de esta propuesta reside en su habilidad para
sortear el abismo de la emoción explícita mediante una serie de alegorías
visuales que remiten a la arquitectura (la casa deshabitada como imagen del
abandono), la geología (la metamorfosis del sujeto en cueva humana) o la
escultura (la frialdad de Bernini como encarnación de la distancia). De hecho, la
‘Canción de despedida’ que cierra el volumen ―y que funciona a modo de
nerudiana canción desesperada― propone una recreación retrospectiva de la
propia historia amorosa como si fuese un tratado de urbanismo: “Dibujó alguien
un plano / y construyó una vida / dentro de una ciudad de servilletas”. Junto a
la evocación de la intemperie doméstica, hallamos varios puntos de fuga en
aquellas composiciones que transitan por las cicatrices de la vieja Europa
(‘Sarajevo’, ‘Berlín’) o que se acompasan a los sonidos del Nuevo Mundo (“En
Central Park la música se parece al silencio”). Cierto es que a veces se echa
en falta una mayor concreción en el desarrollo argumental y en la selección
léxica de los poemas, por lo que vendría aquí al pelo el consejo de un sabio
Pere Gimferrer a un joven Leopoldo María Panero: “en poesía manzana es siempre preferible a soledad”. Con todo, Paula Bozalongo ha
irrumpido en el panorama literario con un libro sugerente y contundente, de
impecable factura técnica y de atmósfera elegiaca. Cabe esperar que los títulos
posteriores de la autora conviertan en grávidas evidencias los prometedores
indicios que contienen estos versos
Publicado en el suplemento "Babelia" del diario El País, el 26 de julio de 2014
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