Los
versos encendidos de Color carne y
los deslenguados aforismos de Lenguaraz
han consagrado a Erika Martínez (1979) como una de las voces más firmes de la
lírica reciente. En la intersección entre lo histórico y lo doméstico, El falso techo despliega las sucesivas
intemperies de una realidad a la que se le han sustraído las perspectivas de
futuro (el tejado) y las seguridades del pasado (los cimientos). El itinerario
arranca con la imagen plurisignificativa de la casa, a la vez recinto
claustral, atávico emblema de lo femenino y espejismo de la protección oficial.
La voluntad de contar la historia “desde abajo”, según la teoría de Brecht,
desemboca en un relato fragmentario, guiado por las contradicciones entre la
quinta marcha del progreso y los residuos de la conciencia colectiva. La
escritura de Erika Martínez ―desarraigada
en términos de Dámaso Alonso, pero enraizada en la cotidianidad― profesa fe en
la incertidumbre, sospecha de los grandes discursos y desconfía de toda razón
narrativa: “Sigo las instrucciones de esta lavadora / porque ya no quedan
biblias / y he extraviado la ley”. Tras verbalizar la toma de tierra, el
“segundo techo” del volumen muestra a un yo en tránsito, que “va de vuelo” por
el espacio aéreo del siglo XXI. En estos textos turbulentos, que a veces se
expanden hasta el versículo, el sujeto reflexiona con amarga ironía sobre un
modelo de producción capaz de transformar los sórdidos escenarios de la
explotación en los seductores escaparates del consumo. La asepsia emotiva del
viaje se proyecta en un paisaje prosaico y desvitalizado, donde “el campo arado
sueña / su código de barras”. Menos
compacta en sus temas, la última sección del volumen aborda los códigos
simbólicos que gobiernan el discurso privado. La poesía impura de El falso techo reivindica la dimensión
política de la identidad y certifica un compromiso sin conservantes,
edulcorantes ni afanes redentoristas, que se conforma con invitarnos a pensar y
con hacernos sonreír. Nada menos.
Publicado en el suplemento "Babelia" del diario El País, el 11 de enero de 2014
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