En efecto, los efectos de la crisis (de fe) son devastadores.
Primero despidieron a la mula y al buey, y ahora dimite el jefe de todo esto.
Por menos, García Lorca y Ben Clark pusieron el grito en Roma, y a Dan
Brown le echaron encima la guardia vaticana. Reconozco que los cónclaves
secretos y los sahumerios papales tienen un no sé qué de intriga jamesbondiana que no me acaba de
convencer, tal vez porque la escenografía Sixtina resulta ya un tanto manida y déjà vu. Además, por culpa de
Nostradamus, acabamos viendo con recelo a los papables afroamericanos, y no porque
uno piense que la Mitra es incompatible con algún tipo de pigmentación (más
bien, ya va siendo hora de que los agnósticos caucásicos dejen paso a los
representantes de otras latitudes con mayor número de fieles por metro
cuadrado). En fin, mal momento ha elegido el líder espiritual para dejarnos. Con
media Europa en números rojos y la otra media poniendo sus cuentas bancarias a
remojar, solo nos faltaba un sarpullido milenarista. PD: Ayer leí que hay una
posibilidad entre 40000 de morir aplastado por un meteorito. Como diría el
señor Chinarro: “me metió el miedo en el cuerpo, ya ves”.
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