lunes, 3 de diciembre de 2012

Dentro del laberinto: Poesía e imagen

El 18 y el 19 de octubre se celebraron las Jornadas Discurso poético y lenguajes audiovisuales. Perspectivas estéticas y filosóficas, coordinadas por Antonio de Murcia y por quien suscribe. Los participantes en las sesiones ofrecieron diversos itinerarios de ida y vuelta entre la plasticidad de la imagen cinematográfica y la sugerencia de la imagen poética. No se trataba de impugnar la preceptiva de Lessing, que en su Laocoonte había asignado a las estatuas el silente estatismo de la contemplación y a las artes verbales el dinamismo perceptual de la lectura. Sin embargo, es cierto que algo se mueve en los difusos márgenes de la textualidad contemporánea. Aunque la imagen reside en la estructura profunda del cine y proporciona sus sentidos a la poesía, ambos lenguajes rara vez han hablado el mismo idioma. Y, como polemizar sobre los límites de las disciplinas es un modo de buscar puntos de encuentro, convinimos en la necesidad de desplegar un caleidoscopio de propuestas (trans)versales. A falta de conclusiones rotundas, pudimos detectar una serie de síntomas que expongo a continuación.

1) Una historia de violencia: cine y crueldad
El encuadre cinematográfico es un marco con presbicia. La pantalla impone una frontera espacial distinta a la del lienzo, a medio camino entre la distancia que exige la pintura y la pulsión táctil que reclama la perspectiva en 3D. El cine actual es un cajón de sastre donde todo cabe: del puntillismo al píxel y del inflamable celuloide al inflamado vídeo digital. No obstante, esta heterogeneidad no está exenta de violencia. Luis Martín-Estudillo nos guió desde el gesto barroco que opone apariencia y realidad hasta los escorzos del videoclip para demostrarnos que el desvelamiento oculta una política de la mirada, y que el ocultamiento desvela una manera latente de enjuiciar el mundo. Su presentación sobre imagen, poesía y tortura nos hizo bailar al ritmo de Shakira y admirar la trabazón conceptual de “Razón de Estado”, de Antonio Méndez Rubio. También de violencia habló Antonio Rivera, que nos condujo desde el teatro de la crueldad postulado por Artaud hasta la poética cinematográfica de Pasolini. Otra forma de crueldad es la que el cineasta inflige a sus destinatarios cuando no busca la mera anuencia del espectador, sino la rebeldía del conjurado. Borja Vargas mostró que la dilatación del tiempo en los documentales del director chino Wang Bing invita a una contemplación sincopada, plagada de interrupciones: una sublimación de la interferencia como resorte ideológico. Al fin y al cabo, el ojo cercenado de Un perro andaluz nos recuerda que la cámara siempre ha funcionado como un afilado bisturí.

2) Desplazamientos: lugares de paso
En una época dominada por la omnipresencia de la imagen, no parece quedar espacio para la reflexión más allá de los confines de la pantalla global a la que aludían Lipovetsky y Serroy en su ensayo homónimo. Sin embargo, el ejercicio filosófico se abre paso hacia territorios en fuga. La compleja obra teórica de Alain Badiou, en la que se escenifica el conflicto entre pureza e impureza, fue diseccionada con pulso forense por Wenceslao García. La colaboración entre Badiou y Godard es la prueba de que las nuevas olas necesitan la firmeza de una orilla en la que remansar sus ímpetus juveniles sin renunciar al impulso revolucionario. Sobre la poeticidad de la mirada versó la elocuente charla de Antonio de Murcia. El relato de la experiencia óptica contemporánea es la narración de un dispositivo enfrentado a su propia condición de artefacto. Desde la bizarría manierista de Parmigianino en su Autorretrato en espejo convexo hasta los movimientos del inquieto cameraman que protagoniza las películas de Dziga Vertov, la máquina se erige en el emblema de una sensibilidad efervescente. Mediante el luciferino arte de birlibirloque, el recorrido del flâneur baudeleriano termina irremediablemente en la sala de cine. Puestos a deambular, en mi intervención decidí moverme por las salas de un museo imaginario. La concepción de la pinacoteca como un conjunto de hornacinas donde se exhiben las obras maestras del arte daría paso a la idea de la galería como una ventana abierta, donde se difuminan el itinerario real y la virtualidad de la representación. Finalmente, el travelling cinematográfico condensa la inquietud del viajero que debe optar por permanecer en el coto vedado de la ficción o por salir a la intemperie del espacio urbano: “que echando voy mi vida sucesiva / de quehacer en quehacer, de gesto en gesto, / sobre el espacio blanco de los días / pobre imagen de cine / huyendo de haz en haz, sin encontrarse” (Pedro Salinas, “Pasajero en museo”).

3) Identidad.es: de figuras y figuraciones
Otras conferencias convocaron los ecos de la memoria o dibujaron la huella de una desaparición. Gracias a Israel Paredes avanzamos desde aquel palimpsesto fundacional con membrillero al fondo (El sol del membrillo, 1992, de Víctor Erice) hacia la definición de un género que rechaza la rigidez didáctica del documental, pero que tampoco transige con el campo ilusionista de la ficción. Ejemplo de ello es Aitá, de José María de Orbe, que nos sumerge en el decorado de una película de fantasmas sin sábanas blancas ni chirrido de cadenas. Por su parte, Julián López Medina mencionó (y no en vano) el nombre de Ezra Pound para ilustrar la importancia del proceso creativo en la pintura y la poesía norteamericanas posteriores a la II Guerra Mundial. Los vórtices de energía de Pound dejaron su impronta en la escuela de San Francisco y en los miembros del grupo Black Mountain, con quienes la posmodernidad alcanzó el rango de periodo histórico y la categoría de marbete estético. De la mano de Natalia Timoshenko descubrimos el virtuosismo técnico y el quietismo ascético de los iconos rusos, analizados en los tratados de Pável Florenski y recreados en el celuloide de Andrei Tarkovski. A su vez, con Alberto Santamaría atravesamos el filo de la metáfora y las paradojas del arte en busca del ángulo adecuado desde el que abordar un nuevo concepto de lo sublime. Y, a lo largo de la lectura comentada de sus poemas, Ana Gorría plasmó sus afinidades con las gigantescas arañas tejedoras de Louise Bourgeois, con las espirales indiscretas de Robert Smithson y con los círculos planetarios de Richard Long. El colofón del encuentro fue la proyección de El cielo gira (2004) y el coloquio con su realizadora, Mercedes Álvarez. La cadencia estacional y el sustrato elegiaco de la película, que transmiten la emoción de las ruinas y dialogan con los mosaicos narrativos de Julio Llamazares, parecen suscribir asimismo el amargo epifonema quevedesco: “Solo lo fugitivo permanece y dura”.
No sé si estas Jornadas habrán ayudado a que el cine y la poesía rompan el iceberg que los separa, entablen amistades peligrosas o lleguen a confesarse lo que nunca se dijeron. En cualquier caso, hemos querido rendir un pequeño homenaje a dos artes que nos han permitido apreciar “naves ardiendo más allá de Orión” y “cosas que no verá ningún astrónomo”.

(Publicado en el suplemento “Arte y Letras” del diario Información, el 29 de noviembre de 2012)

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