El 18 y el 19 de octubre se celebraron las Jornadas Discurso
poético y lenguajes audiovisuales. Perspectivas estéticas y filosóficas,
coordinadas por Antonio de Murcia y por quien suscribe. Los participantes en
las sesiones ofrecieron diversos itinerarios de ida y vuelta entre la
plasticidad de la imagen cinematográfica y la sugerencia de la imagen poética.
No se trataba de impugnar la preceptiva de Lessing, que en su Laocoonte
había asignado a las estatuas el silente estatismo de la contemplación y a las
artes verbales el dinamismo perceptual de la lectura. Sin embargo, es cierto
que algo se mueve en los difusos márgenes de la textualidad contemporánea.
Aunque la imagen reside en la estructura profunda del cine y proporciona sus
sentidos a la poesía, ambos lenguajes rara vez han hablado el mismo idioma. Y,
como polemizar sobre los límites de las disciplinas es un modo de buscar puntos
de encuentro, convinimos en la necesidad de desplegar un caleidoscopio de
propuestas (trans)versales. A falta de conclusiones rotundas, pudimos detectar
una serie de síntomas que expongo a continuación.
1) Una historia de violencia: cine y crueldad
El encuadre cinematográfico es un marco con presbicia. La
pantalla impone una frontera espacial distinta a la del lienzo, a medio camino
entre la distancia que exige la pintura y la pulsión táctil que reclama la
perspectiva en 3D. El cine actual es un cajón de sastre donde todo cabe: del
puntillismo al píxel y del inflamable celuloide al inflamado vídeo digital. No
obstante, esta heterogeneidad no está exenta de violencia. Luis
Martín-Estudillo nos guió desde el gesto barroco que opone apariencia y
realidad hasta los escorzos del videoclip para demostrarnos que el
desvelamiento oculta una política de la mirada, y que el ocultamiento desvela
una manera latente de enjuiciar el mundo. Su presentación sobre imagen, poesía
y tortura nos hizo bailar al ritmo de Shakira y admirar la trabazón conceptual
de “Razón de Estado”, de Antonio Méndez Rubio. También de violencia habló
Antonio Rivera, que nos condujo desde el teatro de la crueldad postulado por
Artaud hasta la poética cinematográfica de Pasolini. Otra forma de crueldad es
la que el cineasta inflige a sus destinatarios cuando no busca la mera anuencia
del espectador, sino la rebeldía del conjurado. Borja Vargas mostró que la
dilatación del tiempo en los documentales del director chino Wang Bing invita a
una contemplación sincopada, plagada de interrupciones: una sublimación de la
interferencia como resorte ideológico. Al fin y al cabo, el ojo cercenado de Un
perro andaluz nos recuerda que la cámara siempre ha funcionado como un
afilado bisturí.
2) Desplazamientos: lugares de paso
En una época dominada por la omnipresencia de la imagen, no
parece quedar espacio para la reflexión más allá de los confines de la pantalla
global a la que aludían Lipovetsky y Serroy en su ensayo homónimo. Sin embargo,
el ejercicio filosófico se abre paso hacia territorios en fuga. La compleja
obra teórica de Alain Badiou, en la que se escenifica el conflicto entre pureza
e impureza, fue diseccionada con pulso forense por Wenceslao García. La
colaboración entre Badiou y Godard es la prueba de que las nuevas olas
necesitan la firmeza de una orilla en la que remansar sus ímpetus juveniles sin
renunciar al impulso revolucionario. Sobre la poeticidad de la mirada versó la
elocuente charla de Antonio de Murcia. El relato de la experiencia óptica contemporánea
es la narración de un dispositivo enfrentado a su propia condición de
artefacto. Desde la bizarría manierista de Parmigianino en su Autorretrato
en espejo convexo hasta los movimientos del inquieto cameraman que
protagoniza las películas de Dziga Vertov, la máquina se erige en el emblema de
una sensibilidad efervescente. Mediante el luciferino arte de birlibirloque, el
recorrido del flâneur baudeleriano termina irremediablemente en la sala
de cine. Puestos a deambular, en mi intervención decidí moverme por las salas
de un museo imaginario. La concepción de la pinacoteca como un conjunto de
hornacinas donde se exhiben las obras maestras del arte daría paso a la idea de
la galería como una ventana abierta, donde se difuminan el itinerario real y la
virtualidad de la representación. Finalmente, el travelling
cinematográfico condensa la inquietud del viajero que debe optar por permanecer
en el coto vedado de la ficción o por salir a la intemperie del espacio urbano:
“que echando voy mi vida sucesiva / de quehacer en quehacer, de gesto en gesto,
/ sobre el espacio blanco de los días / pobre imagen de cine / huyendo de haz
en haz, sin encontrarse” (Pedro Salinas, “Pasajero en museo”).
3) Identidad.es: de figuras y figuraciones
Otras conferencias convocaron los ecos de la memoria o
dibujaron la huella de una desaparición. Gracias a Israel Paredes avanzamos
desde aquel palimpsesto fundacional con membrillero al fondo (El sol del
membrillo, 1992, de Víctor Erice) hacia la definición de un género que
rechaza la rigidez didáctica del documental, pero que tampoco transige con el
campo ilusionista de la ficción. Ejemplo de ello es Aitá, de José María
de Orbe, que nos sumerge en el decorado de una película de fantasmas sin
sábanas blancas ni chirrido de cadenas. Por su parte, Julián López Medina
mencionó (y no en vano) el nombre de Ezra Pound para ilustrar la importancia
del proceso creativo en la pintura y la poesía norteamericanas posteriores a la
II Guerra Mundial. Los vórtices de energía de Pound dejaron su impronta en la
escuela de San Francisco y en los miembros del grupo Black Mountain, con
quienes la posmodernidad alcanzó el rango de periodo histórico y la categoría
de marbete estético. De la mano de Natalia Timoshenko descubrimos el
virtuosismo técnico y el quietismo ascético de los iconos rusos, analizados en
los tratados de Pável Florenski y recreados en el celuloide de Andrei
Tarkovski. A su vez, con Alberto Santamaría atravesamos el filo de la metáfora
y las paradojas del arte en busca del ángulo adecuado desde el que abordar un
nuevo concepto de lo sublime. Y, a lo largo de la lectura comentada de sus
poemas, Ana Gorría plasmó sus afinidades con las gigantescas arañas tejedoras
de Louise Bourgeois, con las espirales indiscretas de Robert Smithson y con los
círculos planetarios de Richard Long. El colofón del encuentro fue la
proyección de El cielo gira (2004) y el coloquio con su realizadora,
Mercedes Álvarez. La cadencia estacional y el sustrato elegiaco de la película,
que transmiten la emoción de las ruinas y dialogan con los mosaicos narrativos
de Julio Llamazares, parecen suscribir asimismo el amargo epifonema quevedesco:
“Solo lo fugitivo permanece y dura”.
No sé si estas Jornadas habrán
ayudado a que el cine y la poesía rompan el iceberg que los separa, entablen
amistades peligrosas o lleguen a confesarse lo que nunca se dijeron. En
cualquier caso, hemos querido rendir un pequeño homenaje a dos artes que nos
han permitido apreciar “naves ardiendo más allá de Orión” y “cosas que no verá
ningún astrónomo”.
(Publicado en el suplemento “Arte y Letras” del diario Información, el 29 de noviembre de 2012)
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