Ocho
años después de Marea humana,
Benjamín Prado (Madrid, 1961) regresa a la primera línea de fuego con Ya no es tarde, editado en la colección
“Palabra de Honor”. Desde el propio título se aprecia la intención de romper clichés
y de traicionar expectativas: el autor sustituye el adverbio previsible (aún) por otro inesperado (ya) para suscribir la relatividad
temporal y para revelar la verdad poética escondida bajo la cáscara de la
experiencia. En efecto, este es un libro sobre las segundas oportunidades,
sobre los errores que no se solucionan con una fe de erratas y sobre los
horizontes que se abren detrás de cada puerta cerrada.
Después del poema-prólogo “Cuestión
de principios”, la primera sección refleja la perspectiva de un sujeto que ha
decidido formatear su disco duro y apretar el botón de reset sin miedo ni esperanza: “Nunca es tarde para empezar de cero,
/ para quemar los barcos […]. / Nunca es tarde para romper con todo, / para
dejar de ser un hombre que no pueda / permitirse un pasado”. En estos versos,
la mención de un nombre propio (“María”) anuncia un cancionero sentimental
pautado sobre la partitura de una cotidianidad prosaica. El amor funciona, de
hecho, como una navaja suiza: a la vez chaleco salvavidas, presencia cómplice y
revulsivo catártico que obliga a redefinir las constantes vitales del yo. La voluntad de dejar atrás el lastre
de la autobiografía (“No me cuentes tu vida”) y la construcción de un sujeto
escindido, abismado en su otredad (“Propios y extraños”), no implican la
renuncia a dialogar con los viejos sueños y con las nuevas utopías. Por estas
páginas desfilan casi todas las fidelidades del poeta: eternos amigos ―un Ángel
González que, desafiando su condición espectral, se erige en confidente del
protagonista―, emblemas literarios ―el cuervo de Poe― y sugerentes genealogías
estéticas: “He aprendido a nadar en los libros de Conrad, / a huir en los poemas
de Vallejo y Rimbaud. / Hablo cualquier idioma. Viví en todas las épocas”. En
el gran “libro de familia” de la literatura, el autor no se resiste a imprimir
su huella, ya que la sensación de vida suplementaria que aporta el arte será
también la que experimenten “todos los que lean y no olviden / los poemas / que
ahora / escribo / para ti”. Junto con el laberinto de la escritura, Benjamín
Prado afronta aquí la búsqueda de una respuesta que puede hallarse tanto en la
emancipación colectiva como en la unión amorosa.
En la segunda parte, “Viajes con la
azafata”, el autor reserva un billete para dos por los escaparates de una
realidad global. Cartagena de Indias, San Salvador, Lisboa, Jerusalén o Viena
son algunas de las escalas en las que se detiene un itinerario que traza al
tiempo una geografía física y una cartografía emotiva. En ocasiones, el viaje
literal desemboca en un apasionante recorrido literario. Así, la casa de Juan
Ramón Jiménez en Coral Gables y las tumbas de Borges en Ginebra y de Auden en
Kirchstetten (Austria) permiten enlazar la experiencia privada con la semblanza
de los escritores admirados. La cicatriz de la España ausente en Juan Ramón
Jiménez, la felicidad tardía de Borges o los consejos poéticos de un Auden
redivivo no solo ofrecen un mensaje sobre la transitoriedad, sino que exponen
una auténtica lección de permanencia.
La tercera sección, “Vida y obra”,
perfila el genio y la figura de un personaje que se entrega con devoción a los
ritos pasajeros y que a veces se ve acorralado por las trampas del destino. Sin
embargo, en estos versos nada es lo que parece. De este modo, el hecho de
preparar el equipaje se convierte en una declaración de principios, el vínculo
solidario del amor se transfiere a la lucha contra las injusticias del presente
(“Si la verdad quisiera ser contada / pongo este poema a su disposición”), y el
recuento de los pormenores diarios cristaliza en un conturbador réquiem por la
madre del poeta, un poderoso retrato en el que convergen una porción de memoria
personal y una esquirla de historia colectiva. Finalmente, el amor constante
más allá de los avatares biográficos cierra el apartado con la ilusión de vivir
en los pronombres, por supuesto en régimen de alojamiento compartido: “solo tú
y yo / podríamos / separarme / de ti”. La posdata del volumen, “Punto final”,
remite al texto inicial y propone un remake
del “Exegi monumentum” horaciano en clave de melodrama romántico. En él, el
autor expresa el propósito de confeccionar un poema a corazón abierto que sea
capaz de modificar la percepción y la conciencia de todos los destinatarios:
“Un poema que sea más fuerte que el olvido. / Un poema que el tiempo ya no
puede vencer”.
Más allá de su vuelo lírico, Ya no es tarde demuestra la probada
eficacia de Benjamín Prado para darles la vuelta a las frases hechas y para
transformar los lugares comunes en regiones inexploradas. En estas estrofas
aparece a menudo el aforista de talento, con licencia para prescribir píldoras
homeopáticas contra la melancolía. El ADN de ese género irónico y sentencioso,
al que el autor ha consagrado las colecciones Pura lógica (2012) y Doble
fondo (2014), puede rastrearse en certeras definiciones ―la política es “el
arte / de hacer de la otra orilla lo contrario del río”, “el amor es un ciego
con un arma en la mano”―; proverbios dignos de un refranero apócrifo ―“No
existe mayor preso / que el que duda entre dos puertas abiertas”, “No hay vida
más vacía que una tumba sin flores”―, y apuntes de filosofía moral ―“Si quieres
conseguir una victoria, / primero necesitas buscar un enemigo”―.
En definitiva, en Ya no es tarde encontramos a un escritor
que no vacila en poner toda su carne en el asador y al que no le da vergüenza
pronunciar la palabra amor. Asegura
la sabiduría popular que nunca es tarde si la dicha es buena. El nuevo libro de
Benjamín Prado proporciona una gozosa lectura desde la primera hasta la última
página: “Ya no es tarde, / y si antes escribía para poder vivir, / ahora /
quiero vivir / para contarlo”.
(Publicado en Turia, núms. 113-114, pp. 467-469)
Le tengo muchas ganas, la verdad. Gracias por la magnífica reseña Luis.
ResponderEliminarSaludos!!
Sandra Sánchez.
Gracias a ti por la lectura, Sandra. Saludos.
ResponderEliminar