El nuevo libro de David Mayor
(Zaragoza, 1972) exhibe la rara virtud de la modestia en un gremio poco
proclive a las lecciones de humildad. El título denotativo del volumen, la
breve extensión de las composiciones y las características del sujeto que las
protagoniza suscriben una poesía en voz baja, ajena a las cabriolas retóricas y
a las expansiones subjetivas. Sin embargo, no conviene despachar 31 poemas como un aplicado libro menor,
pues esta es una de esas felices excepciones en las que un autor ofrece mucho más
de lo que promete.
De
las tres partes en las que se divide el conjunto (“A pasos de distancia”, “El
libro de los viajes” y “Domicilio”), la primera y la tercera incluyen sendos
poemas que funcionan como prólogo y epílogo, respectivamente. Asimismo, la cita
inicial de Rafael Cadenas resulta sintomática de un proyecto de escritura que
se concibe como un arte de la mirada y una indagación en los detalles
insospechados de la cotidianidad: “Soy prosa, vivo en la prosa, hablo prosa. La
poesía está allí, no en otra parte”, afirma Cadenas. Si en su primer libro David
Mayor admitía buscar la felicidad En otra
parte, aquí pacta una tregua transitoria con sus coordenadas existenciales.
En este lado de la vida se sitúa una “Advertencia” preliminar que tiene más de
declaración de intenciones que de aviso para navegantes: “Mi trabajo es la
aproximación, / subrayar con tinta muy licuada / la vida que cambia de acera, /
habla lo justo y mira a los ojos / sin parecer un hombre asustado”.
Los
textos de la sección central proponen un recorrido alrededor de la órbita del sentido.
El yo que se esconde en el hueco de los pronombres y que se define como un
corredor de fondo ―igual que el personaje de la película de Tony Richardson―
dota de espesor humano a una veta epigramática que aúna la sentencia moral, la
mirada crítica y un leve poso de ironía. Elusivos y alusivos al mismo tiempo,
los versos de David Mayor albergan el sombrero de Gene Hackman en French Connection (“Pork pie hat”), las
canciones de Blondie, las pesadillas de Poe y los malabarismos futbolísticos de
Frank Ribery: “El mundo se ha vuelto tan explícito / que apenas hay regate para
salvarse”. Cerca de la densidad semiológica del pop art, pero sin su acumulación simultaneísta ni su tendencia al
pastiche, el autor entona un réquiem por los vestigios de un mundo perdido en
el que aún era posible salir con “La hija del capitán”, conocer a “La mujer del
año” o convertirse en corsario a las órdenes del Capitán Kidd. Así se advierte
en “Feria del libro”, a la vez elogio de la lectura y elegía por el fin de la
literatura: “Te preguntas qué ocurrirá / cuando acaben los libros. / El día, la
fecha, el lugar. // E imaginas un galgo detenido / en un descampado, / a un
mortal en la guerra de Troya, / a un quijote / en busca de trabajo”. A medio
camino entre el placer de las palabras y el misterio de los objetos, los
títulos de estos 31 poemas funcionan
como los enigmáticos rótulos de Magritte, ya que no se limitan a introducir un
tema, sino que a menudo polemizan con el contenido. Las fricciones entre texto
y contexto se aprecian en “La Mostra de Venecia”, que contrasta los fastos de
un gran festival cinematográfico con el ritual del cine de los viernes; en
“París-Dakar”, que transforma el deporte de alto riesgo en áspera metáfora de
la existencia; o en “Pesca con mosca”, que le permite al sujeto enunciar una
peculiar teoría de la relatividad (“Hay tres puntos de vista: / el tuyo, el mío
y la verdad”). En otras ocasiones, el nomadismo virtual de David Mayor conduce
a la puerta de la calle. Ejemplo de ello son “Prenzlauer Berg”, postal
berlinesa de un “esplendor venido a menos”, y “Salir de casa”, autorretrato
quimérico de quien quizá “se equivocó de siglo, de oficio, de país”. El volumen
se cierra con “Vida secreta”, un cuadro hopperiano
dedicado a la memoria del padre del escritor: “Hay un hombre con sombrero / al
otro lado del cristal, el semáforo / en ámbar”.
En
definitiva, los aciertos de 31 poemas
no solo residen en su complicidad retrospectiva, en su crónica de la
insatisfacción contemporánea o en las mezclas que convergen en su redoma
cultural. Además, cabe destacar la exigente apuesta por un discurso donde la
ética y la estética se complementan a la perfección. Al fin y al cabo, solo
quien ha aprendido a despojarse de lo accesorio es capaz de capturar la
palpitación cordial de las cosas que importan: “la vida fiel a la vida, / el
silencio nítido / de lo que pasa inadvertido”.
Publicado en la revista Paraíso, núm. 10, 2014, pp. 187-189
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